Si te Vienen a Contar…

La Tiendita de los Horrores

Por Emilio Hill

Si te Vienen a Contar… Mito, leyenda, ícono del cine. Aspiración, incorrección, culpa, recato, humor y broma. Eso y más representa Pedro Infante Cruz. (18 de noviembre 1917- 15 abril 1957). Ídolo que representa una época, pero que ha trascendido décadas, más allá de ideologías generacionales. Leyenda que sigue viva y hasta hoy es una herencia segura.

En medio de la era de la corrección política, que esconde en el fondo un tufo de conservadurismo que coquetea con la derecha, Infante se explica –entre otras cosas- por su aire aspiracional: el hombre que surge de abajo y se hace a sí mismo. Pero que nunca olvida su origen. Se nutre de hecho, de este.

Un Charles Foster Kane, virtuoso, para ponerlo en perspectiva. Hijo de Delfino Infante y Refugio Cruz Gómez, nació en Mazatlán, Sinaloa, su padre, músico de profesión y maestro para completar el gasto de la casa, hizo, en los primeros años de vida de Infante, que la familia tuviera algunas mudanzas antes de establecerse en Guamúchil.

Pedro, el cuarto de quince hermanos, aprendería con los años varios oficios: Carpintero, peluquero, y sobre todo músico. Formó parte de la agrupación musical La rabia, del que su padre era el líder. La ambición de quien sería una de las máximas estrellas del siglo XX en México, harían que esta posición le quedaran corta.

Ya casado con María Luisa León, él Infante viajaría a la Ciudad de México para probar suerte. Es curioso como el cine mexicano, sobre todo en su Época de Oro, juega de manera, la mayoría de las veces de forma voluntaria, con la meta ficción: Si en muchos de sus filmes  Un Rincón Cerca del Cielo  (Rogelio A. González, 1952),  por mencionar un caso, la historia se centra en un hombre Pedro González (Infante) en sus intentos  por salir de la pobreza y alcanzar el éxito y las desgracias que vienen con este, ya que la pobreza es virtud, la vida del actor sigue el mismo trayecto.

La traición a María o el olvido a María León, al entablar relaciones con Lupita Torrentera e Irma Dorantes, completan el guion.

Esta meta ficción, la han apuntado, en mayor o menor medida, autores como Gustavo García (1954-2013), sobre todo con las sendas biografías que editó Clío: No me parezco a nadie, divididas en tres tomas, y de manera más reciente, Se sufre, pero se Aprende, de Francisco Javier Millán (Giff, 2017).

En el primer caso, García hace un recuento de su vida y el cine en el contexto que había al momento de la filmación de los éxitos de Infante, el segundo es una biografía moral del ídolo, que pretende equiparar su filmografía , desde una perspectiva moral y ascética, acorde con los tiempos de la sociedad líquida que manejan Bauman y Eco con la teoría de la sociedad líquida.

En todo caso a este último autor, español y por lo tanto no permeado por la fuerza del ídolo y su contexto mediático, le queda más a modo el libro No Basta ser Charro (Giff, 2011), también de su autoría, sobre la vida de Jorge Negrete, donde por cierto detalla la visita que realizó el Charro Cantor a España, en pleno franquismo.

Los mitos, por cierto, no se llevan con el discurso moral. Lo mismo se aplica a Negrete que a Infante. En medio del discurso de corrección política que permea, calificar la vida de Infante bajo esa lupa es tramposo. Insolente, descortés.

El personaje-hombre-actor-mito, responde a un contexto específico. Su cine, hecho como se sabe, en la llamada Época de Oro (1935-1957) reafirmaba una identidad nacional necesaria después de varios conflictos internos. Bajo esta lupa, la moral, es un árbol que da moras.

En cuanto a la época, esta  etapa de nuestra cinematografía, tomaba ventaja de que Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial, no podía atender el séptimo arte, como en años anteriores y México fue el aliado ideológico. El vehículo fue el cine.

Infante pues, es reafirmación de una identidad –ahora cuestionada-, mito y aspiración. El hombre hecho asimismo que queremos ser, y el amigo que queremos tener.

Va más allá de esa visión sobre el macho amable-pero firme, una suerte de ogro filantrópico, que en su conservadurismo cae bien. Gag bien armado de por medio, claro.

Pedro, es aspiración y culpa benévola en el imaginario público mexicano. La visión millennial, que permea, lo ha dotado de una culpa moderna, que le escatima la complejidad que para el imaginario colectivo representa.

A lo que si no se puede renunciar, es a conocer lo complejo del fenómeno. En medio del discurso de la civilización del espectáculo, en donde lo que antes era cultura pop, hoy es cultura simple y llana, la penetración hollywoodense amenaza. El olvido de figuras icónicas de nuestro cine está latente, sobre todo para las generaciones más jóvenes.

Si tal asunto sucede, lo lamentaremos en un futuro. Corrección política no es olvido ni desdén de nuestra cultura y memoria visual.

Somos historia.

Al momento de escribir estas líneas, arde la Catedral de París. Somos historia, y a ésta la guardan símbolos y materia: Formas, costumbres y edificios. Que la memoria prevalezca para que nuestro devenir sea luminoso y no sombrío.

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