Entre Plomeros Fifís y la Falta de Agua

Reportaje

*De pronto el agua dejó de tener presión y los tinacos se vaciaron.

Por Joel Armendáriz

¿Qué rayos pasa?, me pregunté.

Comencé a revisar llave por llave.

(Dejar que alguna gotee las 24 horas representa 30 litros).

La frustración iba en aumento. Todo en orden. El agua brotaba por la llave de la acometida. Y por consecuencia a la cisterna. Pero no subía los 15 metros reglamentarios. El obeso y cremoso “rotoplas” simplemente quedó más seco que mi bolsillo después de pagar la hipoteca.

Desesperado comencé a buscar al plomero. Sí, el experto que sabe de todas, todas, para que no deje correr el vital líquido por las tripas de cobre que se localizan en el interior de los muros.

¿Por qué no hay presión?, le pregunté.

Porque desde la crisis de noviembre del año pasado, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México redujo la presión en diversas zonas. Sobre todo, me dijo con seguridad absoluta, en donde han construido grandes edificios.

Mencionó la colonia San José Insurgentes y su “Plaza Manacar…” también Tlacopac y La Campestre por su “Portal San Ángel”.

Acomodándose los pequeños lentes de intelectual, el plomero socarronamente me dijo:

“Gracias a esa baja de presión ya como carne todos los días”.

Y soltó la sonrisa, digna de un perverso personaje como el Guasón que le hizo la vida de cuadritos a Batman.

CON CISTERNAS Y SIN USARLAS

Después de revisar las instalaciones, el plomero presentó su presupuesto: 15.500 pesos.

Me recordó que en Estados Unidos plomeros, electricistas, contratistas de la construcción, junto con los de París, Roma y Madrid, son de los más caros del mundo. Cotizan sus conocimientos cual premios Nobel.

¿Cuánto?, pregunté sin salir de mi azoro. Y añadí:

¿Pues qué va hacer?

Vino la lista: cambiar el automático, la bomba y revisar los “cheks”.

Su presupuesto fue: bomba: 3,500 (vale 1,900 en ferreterías), automático: 5,500 (cuesta 2.800) y el check 1,500 y la cereza del pastel: mano de obra: 5.000.

Le pedí que reconsiderara su presupuesto. Y le propuse comprar los aditamentos faltantes. (Ya había investigado los costos).

Llegamos al acuerdo. Comenzó a trabajar. Intrigado, pregunté: ¿por qué no funciona el sistema?

Sabiondo, me respondió:

“Porque nunca usan (los que le pagamos para que coma carne todos los días) el automático. En cuanto hay presión, bajan las cuchillas. Por eso se pegan las bombas y los automáticos se desprograman hasta quedar inservibles”.

Es decir, la culpa absoluta de que cuando se requiere utilizar el agua de la cisterna y no funcione el sistema ¡es de USTED y mía!

HORAS DE ANGUSTIA

Pasaron los minutos. El plomero introducía a la casa las largas mangueras de 2 pulgadas; subía y bajaba. Revisaba las conexiones eléctricas de los tinacos y las cisternas. Purgaba las bombas.

Horas después, salió con el domingo siete: el tubo de cobre está ¡picado! y hace aire.

Para demostrar su teoría, purgó la bomba y comenzó a salir el agua. La jalaba de la cisterna. Segundos después perdía presión.

“Hay que cambiar la tubería”, confirmó con la seguridad que el experto tiene.

Comenzó a enrarecerse el ambiente entre el plomero y el cliente.

“Es su bomba… esta invertida la polarización…”, “el tubo está picado…” “no sirve el automático…”

Propuso: voy por mi bomba y por un automático. Salió de la casa. Tenía que almorzar “porque no he comido mi carne de hoy”. Una hora después estaba de regreso. Con bomba y automático. Comenzó a cortar tubos. Instaló mangueras de paso. Colocó el automático.

¡Y nada!

Finalmente me dijo: “siento una mala vibra entre usted y yo”.

¿What?

“Sí, desde que usted me dijo que me compraba lo que hiciera falta, me molesté. Usted dudó de mí (pues sí, sabía el costo de lo que quería comprar y después revendérmelo) y así no puedo trabajar”, me indicó con todo, ciertamente, irritado.

Su ayudante le habló al oído minutos antes. “Si no quiere pagar lo que le cobras, no le hacemos el trabajo”.

Y dicho y hecho.

Tomaron sus “chivas” y salieron de la casa, no sin antes recordarme que todavía les debía 2 mil pesos.

Vaya cachaza. No se los pagué, por supuesto.

Pasaron 72 horas antes de que un buen plomero, honesto –o al menos así lo califico- hiciera el milagro y el tinaco se llenó.

¿Y sabe cuánto me cobró? Mejor no le digo porque me va a pedir su teléfono.

¡Ah!, no cambió la bomba ni tampoco el automático. Le puso pichancha nueva a la cisterna.

Queda claro que entre los plomeros como entre los periodistas, hay fifís y del pueblo sabio.

 

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