Eduardo Lalo.
Los países invisibles.
Editorial: Fórcola,
Colección: Periplos.
152 páginas
Por David Marklimo
¿Qué es lo invisible? ¿Se puede tocar? ¿Se puede localizar en un mapa? ¿En un mundo global, donde es posible acceder rápidamente a cualquier parte del globo, se puede ser invisible? Esas preguntas son más o menos las que ha intentado responder Eduardo Lalo en su libro Los países invisibles, un ensayo sociológico que toma como excusa la situación de Puerto Rico, el país donde vive el autor, el primero de los países que pasó de no ser a ser global. Este proceso le lleva plantear dos ideas poderosas: por un lado, la exigencia de hacerse visible, por otro la aceptación de la invisibilidad. El libro, género híbrido entre el diario de viajes, la crónica recoge las experiencias de un viajero, el propio escritor que parte de su país y regresa a él después de realizar un periplo narrativo y filosófico por Europa.
A ver, la globalización afecta a los países y, por extensión, a sus culturas, en claro peligro de extinción a manos de intereses de los grandes países que imponen la suya y que el autor expone afirmando, sabiamente, que «los dueños del gran capital componen una suerte de nacionalidad universal, en la que las diferencias culturales y lingüísticas cuentan poco». Para luchar contra ello, hay que tener una actitud activa, una toma de consciencia de la situación y una reflexión que impida que esa invisibilidad se lleve por delante aquello que nos diferencia y, por tanto, nos enriquece. Pero más que eso: hay que ser un viajero, estar dispuesto a ir a los distintos lugares. Por eso, Lalo recorre algunas grandes ciudades y observa sus cambios, las contempla a través de la invisibilidad a la que la globalización las ha empujado, de cambios que hacen que “la población se piense desde un lugar que más tiene que ver con otros grandes que consigo misma”. Una invisibilidad que no sólo afecta a las ciudades a nivel arquitectónico, sino también a nivel cultural. Veamos: el hecho de que en casi todas las ciudades del planeta veamos un McDonald’s, un Starbucks, un Seven Eleven o demás nos expone que la globalización es un escaparate gigantesco de la cultura dominante. Entonces, el viaje, la curiosidad se van perdiendo … hacen que lo que un país tenga de distinto se difumine, sea imperceptible. Pensemos aquí, en esa bella metáfora que nos labró Homero: si el viaje es una liberación, qué queda cuando al llegar a Ítaca todo es igual a lo demás. ¿Qué nos aporta una travesía donde todo se repite?
Por supuesto, el hecho de que ahora mismo hablemos de turismo, de visitar ciudades también conlleva un riesgo. Ya nadie habla de ir al campo; es más, la sociedad rural “queda como un estigma en la memoria de tantos pueblos”, como el atraso del que salimos. Vivimos en un mundo esquizofrénico, temeroso de perder todo lo que tenga un motor. Estamos construyendo un modelo social que se define por la separación extrema de la tierra. Nos tiene sin cuidado el planeta, su sostenibilidad… en el turismo, todo ya se mide por la cantidad de personas que llegan, consumen hasta hartarse, dejan su basura y se marchan sin dar si quiera las gracias. El cambio climático es la factura a pagar por esas actitudes.
Un lector achispado podría decir que estas quejas son las mismas que tenía un ateniense al visitar Rodas. Y es verdad, la civilización antigua tenía los mismos problemas, inquietudes, calamidades, bonanzas, defectos y virtudes que la actual. Pero no es motivo de orgullo: no hemos aprendido nada, seguimos siendo los mismos, aunque ahora tengamos una tecnología mejor. Es aquí cuando vemos que, según Lalo, la globalización amplifica la invisibilidad.
La lectura de este libro nos invita a cuestionarnos los efectos de la globalización y sus aportes a la cultura popular. El texto lo hace con una intensidad tan transparente como lúcida …. pero lo inquietante es que no deja de señalar la obscuridad a la que estamos sometidos.