Por Federico Bonasso
¿Por qué está en nosotros el miedo? ¿Quién lo puso en nuestro organismo? ¿Cumple alguna función?
El miedo nos perturba tanto que hemos generado otros mecanismos (sicológicos o culturales) para mitigarlo. Nos protegemos del miedo sin darnos cuenta de que el miedo está allí para protegernos a nosotros. Nos protegemos con el humor, con la burla, con la negación, con la soberbia, con la religión.
Pero sin miedo no hay valentía. Y sin valentía no hay acción contra la amenaza. Una verdad antigua sentencia que el valiente no es aquel que no siente miedo sino el que se atreve a enfrentarlo. El miedo podría diferenciarse del pánico porque no significa, a diferencia de éste, parálisis o acción irracional. El pánico, ese miedo exagerado, actúa en los niveles más antiguos e instintivos de nuestro cerebro y es una fuente común de catástrofes. El miedo, en cambio, coquetea con la razón; está en la frontera entre raciocinio e instinto; y es una fuente común para la mejor de las conductas ante una contingencia desconocida: la prudencia.
Sin miedo perderíamos una alerta contra las amenazas del exterior y se adormecería otra virtud: la capacidad de imaginar el horror futuro. Sí, el horror. Otra ventaja del miedo: nos ayuda a llamar de nuevo a las cosas por su nombre. Usemos al miedo para darle la cara al problema en vez de huir de él. Como somos hijos de la experiencia, es muy saludable una dosis de miedo (no de pánico) para suspender la trampa del pensamiento cortoplacista. Una desventaja de penalizar tanto al miedo socialmente (y aquí entra el machismo para los varones), es que hay una horda de imbéciles dispuestos a cometer cualquier irresponsabilidad con tal de demostrarse a sí mismos y al mundo que no tienen miedo.
Con esta contingencia del coronavirus, las respuestas al miedo forman a un tiempo una pléyade de desahogos legítimos y también una cuantioso muestrario de exageraciones y negaciones. Ha surgido el “miedo al miedo”. Sería el caso del gobierno, y es entendible. Aunque solo hasta cierto punto. Por supuesto, una epidemia de pánico es lo menos deseable como complemento a la epidemia del virus. Pero el “miedo al miedo” también puede promover otro mecanismo sicológico que nada ayuda en estos momentos: la negación. Es decir, un cuentito o un consuelo que nos aleje de la sensación incómoda que nos produce el miedo. La versión más exagerada del consuelo es el negacionismo. Comienzan a pulular relatos, claramente peleados con la evidencia, donde causa y efecto se invierten. “El virus está aquí para…” (beneficio de China, del Capitalismo, del FMI, de Gaia, de los alienígenas o de Yahvé).
La trivialización de la evidencia es un bálsamo de consecuencias tan peligrosas como la irracionalidad del pánico. Sin embargo tiene más seguidores. El miedo es tan desagradable, que la trivialización de la evidencia genera muchas veces alivio inmediato y es secundada con estridente irresponsabilidad. Es el caso de todos esos amigos que postean desde la actitud “cool”. Burlándose del miedo ajeno y por tanto, sin darse cuenta, exponiendo el propio. Un buen ejemplo es el chavo en el Vive Latino luciendo el cartel “el coronavirus nos la pela”. Cuyo miedo, disfrazado de fanfarronería, lo hará pasar tristemente a la historia.
No le tengamos miedo al miedo. Usémoslo como un aliado. Tomarnos la pastilla del cinismo o de la fe o de la negación no es la mejor de las ideas en este tipo de contingencias, donde la acción de un solo individuo puede repercutir drásticamente en la salud de muchos otros. El pánico tampoco es el camino. Un sano miedo de la mano de la ciencia. Solo aceptando nuestro miedo podremos ser valientes.
Federico Bonasso es músico. Autor de Diario Negro de Buenos Aires.