La Virulencia Verbal Palaciega

Por Nidia Marín

La virulencia verbal es lo de hoy. Se escupe desde el Zócalo. Cada mañana ocurre lo que no sucedió por lo menos en los últimos 50 años, que un Presidente espetara tantos improperios y en la mayoría de los casos sin sustento.

Y aunque siempre se consideró en México que el insulto era una muestra de debilidad y de conocimientos de la política, así como una estrategia inadecuada, hoy se utiliza como el pan de cada día, para según el poseedor de la máxima palabra debilitar al adversario, aunque la carencia de argumentos sea lo que brilla al final de ese túnel actual llamado gobierno federal.

Dicen los expertos que la virulencia verbal en el debate político, realizada desde la máxima altura del poder, deja de ser una simple mentira, para convertirse en artera agresión, en una falacia para descalificar a quien tiene más merecimientos profesionales que quien está en la pasajera cima del mando.

Y como este tipo de mordacidad ocurre cada día hacia aquellos que considera sus adversarios, hay quienes temen que la violencia contra el calificado como culpable, se traduzca con los días en el deseo de su destrucción para la reparación del mal.

La película que estamos viendo, pues, no es mexicana. Tiene sus raíces en Venezuela, como en 2012 escribió el periodista de aquel país Mario Villegas sobre la violencia verbal de Hugo Chávez:

“No hay paz ni cuartel para quienes disientan o simplemente se declaren neutrales políticamente. Unos y otros son enemigos e inescapables blancos de guerra en la batalla de insultos, segregación y atropellos que cada día libra el Presidente desde su puesto de comando en Miraflores. Él lo ha dicho con todas sus letras: “El que no está conmigo está contra mí”. […] ¿Cómo esperar que lidere ninguna reconciliación quien hasta dormido destila odio y agresión?”.

Pero, lástima Margarito, como dijera Chantal Mouffe en 1999:

“Las democracias pluralistas evitan hacer mención de un enemigo al que debe destruirse”. Y añade: “Se combatirán con vigor sus ideas, pero jamás se cuestionará su derecho a defenderlas”.

En el México de hoy, el ejemplo más reciente de las agresiones palaciegas, lo escuchamos la semana pasada cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador, tras destituir al titular del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez, el eminente médico Miguel Ángel Célis, fue acusado de corrupción y defenestrado.

Ocurrió dos semanas después de la visita, supuestamente “sorpresa”, sin aviso (hay quienes consideran que fue manipulada), realizada al INNNMVS por el secretario de Salud, Jorge Alcocer, la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval y el presidente de la Comisión Coordinadora de los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad (Ccinshae), Gustavo Reyes Terán.

Los que dudan de que fuera “visita sorpresa” aseguran que hubo manipulación de empleados para efectuar las denuncias y que se constituyó en una maniobra mayor, que llegó a donde pretendían en el candelero: a la destitución. Porque, afirman, hay uno de los médicos, afín al presidente, sin muchos conocimientos, pero con 3 por ciento de honestidad, como dijo el mandatario, que está pretendiendo la posición del destituido.

Pero hoy encima de todo este embrollo, está la denigración, vía la virulencia verbal presidencial contra el galeno de elevadas calificaciones no sólo en México sino en el extranjero, aunque al final del camino, aquellos gobiernos mexicanos o extranjeros que denigran a quien les conviene, incluidas las feministas, llevan las de perder.

Lo peor es que las palabras presidenciales en esta materia en nada bueno se traducen. Son frases que dan alientos a otros feminicidas, de la misma manera que ocurre, ya lo hemos dicho, cuando se denigra e insulta a los periodistas y a los medios de comunicación. Sí son palabras que sirven de ejemplo para asesinar.

Y en este último caso el de las feministas y su paro anunciado, seguirán las perdidas presidenciales mientras continúen los crueles asesinatos de mujeres y niñas y la terrible inseguridad que prevalece en el país.

Abrazos y no balazos no está funcionando para nadie, ni para Andrés Manuel López Obrador..

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