Por Jesús Michel Narváez
Protegidos con el manto albo del papado, cientos, quizá miles de clérigos en el mundo abusaron de la inocencia, la de a de veras, de quienes buscaron acercarse a Dios y querían convertirse en sus discípulos.
En México, Los Legionarios de Cristo, sus sacerdotes, con Marcel Maciel al frente, practicaron la pederastia con singular alegría. Los millones de dólares que aportaba la congregación a las urnas del Vaticano, cegaron a los que ocupando el trono de Pedro, tenían “comunicación directa con Dios”, sin que la línea se cayera en momento alguno.
Aquí, en nuestro país, los seguidores de Maciel encontraron cobijo y protección lo mismo en la Iglesia, como ente, que entre los políticos que gobernaron en las épocas negras del macielismo. Y no fueron los únicos de sotana larga y cubre cuello, los que se sumaron a la criminal acción de violar monaguillos y seminaristas.
De ahí que aplaudo –y usted sabe que no es santo de mi devoción- a Ricardo Monreal, jefe político por su declaración de legislar para castigar a clérigos pederastas.
Sin descalificar ni aprobar la propuesta de crear una comisión legislativa para indagar casos de abusos clericales, el líder de la bancada de Morena en el Senado se pronunció por legislar para que de manera permanente quede una disposición de carácter jurídica. Una “comisión no tiene la fuerza de la Ley”.
Si bien el coordinador de la bancada de Morena se pronunció porque el Senado no sea un persecutor, si estableció la necesidad de convertirse en el camino del diálogo con la Iglesia –nunca se refirió en plural- y convertirse en “un ente de moderación y prudencia, no de radicalismos y excesos”.
Un tema mayor: los abusos de clérigos en contra de menores van al alza, sin que haya ley que los detenga, amén de que prescriben y quedan impunes.
Es el meollo del asunto: la prescripción.
Y aquí surge un verdadero problema: hay sacerdotes que cuentan con el respaldo de sus feligreses y se oponen a que se haga justicia. Porque seguramente a ellos, los que los defienden, no les han agredido, violado a un hijo.
Me parece que legislar sobre el terrorífico asunto, debe ser una prioridad. Porque no basta el castigo que recibe la Iglesia, como ente, al ser rechazada y abandonada por aquellos a los que justamente abandonó.
Por supuesto que no es un asunto fácil aunque por la deserción de feligreses tampoco es del todo difícil. Hay que evitar la prescripción y determinar las penas para los pederastas, que no merecen otra cosa que ser huéspedes de satán… si es que los admite.
Ojalá y la declaración de Ricardo Monreal no se conviertan en palabras que se lleva el viento. Miles de víctimas, porque son miles, lo agradecerán y más cuando sus victimarios conozcan lo que es una violación. Porque sufrirán o gozarán, vaya usted a saber- cuando estén tras las rejas.
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