Fuerte Aplauso Para las Fuerzas Armadas y las Gracias a Trump

De Fondo

Por Jesús Michel Narváez

Era una regla no escrita. Cuando el Presidente de la República se dirigía a las fuerzas armadas, en el salón de Plenos de la Cámara de Diputados, convertido en sede del Congreso de la Unión, todo mundo se ponía de pie y aplaudía.

Nadie lo pedía. Era el reconocimiento a la lealtad de los militares, de los marinos, de los pilotos.

Pero todo cambia. Por lo menos es lo que sostiene el Presidente López Obrador. Y por ello, en el nuevo régimen, en la nueva política mexicana es posible pedirles a las 70 mil personas reunidas en la Plaza de la Constitución, de manera voluntaria que quede claro, que le brinden un fuerte aplauso a las fuerzas castrenses. Y él comenzó y los demás, como lo siguieron como los roedores del Flautista de Hamelin. Bien merecida la ovación, porque la lealtad del ejército no se pone en tela de juicio. Los militares son disciplinados y acatan sin chistar las órdenes del Comandante Supremo.

El pelo en la sopa: el agradecimiento, así lo expresó el presidente López Obrador, porque siempre dice lo que piensa, al inquilino de la Casa Blanca, por el apoyo brindado en los casos Culiacán –donde el ejército rindió la plaza ante los sicarios del cártel de Sinaloa- y la masacre de la familia LeBarón.

¡Vaya agradecimiento!

El llamado cuarto informe de gobierno, que no está contemplado en la Constitución, fue una retahíla de todo lo que ya hemos escuchado. Con añadidos triunfalistas y negación de retrocesos.

En su hábitat natural, el de estar en contacto directo con “su pueblo”, López Obrador defendió sus proyectos, admitió que la economía no ha crecido pero no reconoció la parálisis. La oportunidad de volver a la carga en contra de los conservadores fue aprovechada a plenitud.

Nada nuevo sobre la mesa. Todos y cada uno de los puntos abordados ya se conocía y de sobra gracias a sus 252 conferencias matutinas a lo largo de estos 12 meses de gobierno.

El recuento de las obras y las acciones. La repetición de una de sus frases favoritas: estamos barriendo las escaleras de arriba para abajo. Hace 12 días, en Palacio Nacional sacó un pañuelo blanco para anunciar que la “corrupción se acabó”. Ayer habló de que aún existe pero, por supuesto, la desterrará.

En el tema de la seguridad machacó con lo mismo: la herencia de Felipe Calderón y de Peña Nieto, a quien no menciona por su nombre en ningún momento. Y quizá en un acto de honestidad, ésta sí, reconoció que la violencia y la inseguridad prevalecen, por lo que pidió un año, uno más, para rendir buenas cuentas.

El reclamo para todos los que lo siguen y los que no también: la felicidad no está en los bienes materiales, está en el alma, en estar contento con uno mismo.

Se advierte que el Presidente aún no llega a su cenit consigo mismo. La felicidad no le ha llegado a plenitud.

Un largo discurso de 85 minutos en el que nada nuevo hubo bajo el sol, excepto la insolación de muchos de los asistentes.

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