
Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Una herencia más que dejó la conquista española no solo en México sino en todas aquellas tierras pobladas por indígenas -y después se convirtieron en países- que colonizó y, vaya que se contaban por decenas, pasó de ser una fiesta en la que se quemaba al diablo en diferentes expresiones a una crítica social.
Por lo menos en México losa judas que cada domingo de resurrección son quemados, tienen rostros y nombres y en ocasiones hasta apellidos.
Los políticos son los más socorridos en la quema de los y las judas. No ha escapado del imaginario colectivo hasta aquellos que presumieron transformaciones que derivaron en el crecimiento de la desigualdad a pesar de las promesas de que habría menos diferencia entre los potentados y los miserables.
Quizá a partir de los años sesenta, la sociedad mexicana, porque participan todas las clases sociales en la descarga de irritación, aunque mayormente es el llamado pueblo el que encabeza, el festejo que dejó de ser religioso para convertirse en la más clara expresión de rechazo.
A Gustavo Díaz Ordaz lo quemaban cada año. Bueno, estaba quemado desde sus actos de represión que costaron vidas, encarcelamientos y expulsiones del país.
Al sucesor, Luis Echeverría Álvarez lo tuvieron en la mira los poderosos grupos empresariales de Nuevo León, particularmente los de Monterrey y, no se puede ignorar que los sonorenses no comulgaban con el régimen. Tampoco los guerrilleros que, incluso, secuestraron a su suegro, José Guadalupe Zuno.
A los dos expresidentes les tocaba bailar antes de ser quemados. Las enormes figuras pasaron de ser fabricadas con cartón corrugado o almidonado a tener como materia prima capas de pliegos de papel periódico. Al terminar la “obra escultórica” venía la pintura brillante y la arbitraria combinación de colores. Las figuras cobraban las llamas de manera inmediata.
De Echeverría, los “diseñadores” de monigotes que nunca tuvieron el rostro de Judas, se ensañaron con José López Portillo, a quien presentaban con cuerpo de perro y una bolsa de pesos. La fiesta era grande.
A Miguel de la Madrid lo trataron con cierto respeto por todo lo que intentó e hizo después del terremoto que no se olvida.
Ah, llegó el chupacabras y nadie lo salvó de la incineración. Carlos Salinas de Gortari ha sido, hasta hoy en día, un personaje que no puede faltar a la fiesta, aunque nunca haya sido invitado.
A tirio y troyanos les caló la irritación y la desquitan prendiéndole fue a los múltiples monigotes mientras coreaban: ¡Que muera el pelón!
No se les ha hecho. Está más vivo que un dolor de muelas.
Llegaría el último de los no priístas en despachar desde Palacio Nacional. Con la expresión la “economía está colgada con alfileres”, Ernesto Zedillo se volvió el enemigo público número uno de su antecesor. Un choque de gran envergadura que, incluso, orillo Salinas a “declararse en huelga de hambre” y antes de morir de inanición voló a Dublín, en donde vivió autoexiliado por un sexenio completo.
Zedillo no despertaba ninguna emoción y, sin embargo, el Fobaproa les dio tema a los fabricantes de Judas y lo habilitaron como uno más al que debía morir consumido por el fuego.
En el año 2001, su rostro y cuerpo, fueron escupidos por priístas que lo que acusaron de traicionar al partido por “unas monedas”, al reconocer el triunfo del “alto vacío” cuyo nombre es el de Vicente Fox, a quien le fue como en la Feria de León: del carajo en sus años de gobernante y la quema de su monigote era festejado hasta por los panistas a los que hizo un lado para ganar la elección.
Felipe Calderón les entregó en charola de plata la figura que debían producir artesanalmente los conservadores de la tradición: vestirlo de militar, con una casaca cuyas mangas le cubrían las manos y un kepi cuya visera le tapaba hasta la nariz.
A Peña Nieto le resaltaban el copete y los besos femeninos -bueno, eso se supone- plasmados en cada uno de los cachetes. Mirarlo de pie, tenía dos vertientes: elegante con sus trajes de marca o con el minishort que utilizaba en la carrera contra los militares y que, sorprendentemente, siempre ganó.
A señor López -lo seguiré llamado así hasta que no muestre el título de licenciado- lo agarraron dos corrientes: la de los “agradecidos” que idolatraban la figura y la mostraban con dientes de conejo y la banda presidencial cruzando el pecho.
Con apenas siete meses de gobierno, Claudia Sheinbaum ya participó en la quema de Las Judas.
Y claro, lo sobresaliente: ¡su cola de caballo”, por donde comenzó a prenderse el fuego.
La presentaron con vestimenta que iniciaba con la camiseta de cuello redondo, sus blusas típicas y el pantalón arrugado.
Total: el desahogo de los afectados está presente desde hace más de un siglo.
Porque el pueblo mal no olvida.
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