La Violencia Bajo los Volcanes

Mónica Ojeda. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Random House, Barcelona, 2024. 288 páginas,

 

Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste.

Alexander Von Humbolt

DAVID MARKLIMO

Hace un par de semanas, en un acto de locura inaudita, inverosímil y extrema -más propia de los británicos en el caso Assange-, el gobierno de Ecuador decidió invadir territorio mexicano, asaltando la sede diplomática de nuestro país en Quito. El operativo se realizó para capturar al exvicepresidente de Ecuador, Jorge Glas, sentenciado por casos de corrupción y que, desde el 17 de diciembre de 2023, permanecía refugiado en la embajada.

¿Cómo explicar la locura? ¿Qué sucede en Ecuador? Para entenderlo, un buen ejemplo es el libro Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, de Mónica Ojeda. Sin ser este un libro sobre la crisis diplomática entre nuestros países, si nos da una imagen del Ecuador contemporáneo y sus gentes. Vamos a ver el viaje o la huida -cada quién decida-, de dos chicas, Noa y Nicole, heridas por la violencia que se ha apoderado de Guayaquil hacia un festival de música New Age titulado Ruido Solar o Inti Raymi, la fiesta del Sol, a la ladera del volcán Chimborazo. Acuden, como decíamos, para superar sus traumas mediante el baile: se drogan, escuchan música tecno y practican ritos ancestrales. Pero más allá de la fiesta, Noa quiere encontrar al padre que la abandonó. Hay fondo, pues.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol da voz a numerosos narradores que experimentan un viaje psicodélico, similar al ritmo de la música que bailan. Es un ejercicio colectivo, la identidad se transforma y, en un momento, confundes el ritmo del tambor inca con discoteca. Todo, desde el principio, está envuelto en lisergia y alucinación, en premoniciones. Mientras la multitud baila, los chamanes dictan sentencia, el tecno suena en un compás frenético, la luz estalla en los ropajes andinos. Pero la violencia está ahí, expectante y simbólica: el volcán, la naturaleza. Todo festival, digamos Avándaro o Woodstock tiene una conexión con la naturaleza, este no es la excepción. Los asistentes comprenden que la madre tierra está enojada y que, como tal, se convierte en un ser terrible y colérico. Por supuesto, las drogas hacen el resto.

Hay quien ve similitudes en la película Thelma y Louise, por el viaje de esas dos mujeres. Pero la novela de Ojeda posee una voz muy poética con la extraña capacidad de abarcar la riqueza del paisaje. Contradictoriamente, en ningún momento, se perdemos la visión terrenal de las cosas. Hay una rica imaginería andina y un tono mítico que hace que el lector camine alucinado y con vértigo por estas páginas; pero frente al New Age, de pronto, somos conscientes de que estamos en un rave que ya ha durado demasiado. Un mal viaje, como le llamarían los jóvenes. Ningún plano impugna al otro. 

Aunque quizá nos estamos quedando en la superficie. También se nos muestra la precisión de las relaciones familiares y la belleza de la amistad; la violencia siempre presente, como si fuese el eco de la montaña; las construcciones de poder; las sectas; el bellísimo sonido del viento andino a través de la palla (ese instrumento antiguo y místico). ¿Conocemos así el Ecuador real, su paisaje y su violencia? Sí, pero hay que decir que esta es una novela exigente por la propia tensión de los personajes, por la profundidad de su búsqueda y por la multiplicidad de voces. 

 

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