Máscaras y Mascaradas 

* Esconden la Hipocresía, Fingimiento y Doblez 

de los Políticos

*El Salón Tesorería, el Escenario Idóneo Para

el Burlesque

*Corcholata, Sinónimo de Máscara y la Utilizan

los Cuatro

*Cubrir el Rostro ¿Muestra de Impunidad?… se

dan Casos

EZEQUIEL GAYTÁN 

Las máscaras, a decir de muchas escuelas de antropología de México y el mundo, son símbolos culturales que tienen que ver con signos tales como el amor, el odio, la magia, la religión, la vida, la muerte, los dioses y lo mítico. Sus fines son varios ya que pueden significar o ser interpretadas por quienes las usan y por quienes las ven de diferentes maneras. Pero en esencia se trata de mostrar fortalezas, impulsos, estados de ánimo, protecciones, temores o alegrías, por citar algunos ejemplos. De ahí que representan seres mortales o inmortales, animales o cosas y, consecuentemente, tienden a ser estéticas o antiestéticas. Todo depende de su fin. También pueden representar castigos, premios y acciones encubiertas en el anonimato, ya sea a fin de alcanzar nobles labores o hacer fechorías. En lo personal me atraen porque son representaciones visibles de ritos sociales que reflejan épocas, circunstancias y formas de interacción social, pues se utilizan en ceremonias civiles o religiosas, fiestas, carnavales y ritos mágicos. 

Son muchos los museos de las máscaras en México y en el mundo dados sus simbolismos. Así tenemos, por ejemplo, el famoso que se encuentra en la ciudad de Zacatecas de Rafael Coronel o el de San Luis Potosí o el de San Miguel Allende. También son célebres las máscaras venecianas o las del teatro Noh de Japón. Más aun, pueden ser de varios materiales, como madera, latón, barro, plásticos y tela, ya que las seguimos creando e imaginando, pues no son asunto del pasado. Hoy en día son famosas muchas máscaras de luchadores mexicanos como El Santo, Blue Demon y Octagón. También en la actual cultura popular importada de Hollywood recordamos las de Batman, el Hombre Araña o el Zorro, así como las de los villanos como el Duende Verde o Darth Vader. En otras palabras, las máscaras son duales. Por un lado, están las de los de justicieros y, por el otro, las de los maléficos. Ambas partes ocultan una verdad, lo cual desencadena un debate interminable sobre confianza y desconfianza de quienes las portan. En otras palabras, las máscaras no son necesariamente sinónimo de cobardía, ni de impunidad. Su estudio requiere pormenorizar quien o quienes las utilizan, bajo qué circunstancias y los propósitos de su usanza.    

MASCARADAS POLÌTICAS, 

BURDAS Y BUFONESCAS

Del uso de las máscaras y todas sus interpretaciones deriva el concepto de “mascarada” que tiene, al menos, dos acepciones en nuestro país. La primera se refiere a la idea festiva consistente en desfiles, espectáculos y celebraciones carnavalescas que combinan escenas y bailes relacionadas con fábulas, mitos, alegorías e historias divertidas. La segunda se refiere a la hipocresía, el fingimiento y al doblez de ciertas personas, básicamente de los políticos y de la clase política, ya que se enmascaran en sonrisas, gentilezas, honorabilidad, laboriosidad y honradez. Las mascaradas políticas son espectáculos burdos y bufonescos cuyas escenografías las podemos encontrar en algunas campañas electorales o en el caso de ciertos actos de presencia de políticos en zonas de desastres, por decir dos casos.  

Acaban de pasar los desfiles y las fiestas de máscaras y disfraces con motivo del día de muertos y me di cuenta de que la acepción peyorativa de la mascarada, para los fines de este artículo, la encuentro en el Salón de la Tesorería del Palacio Nacional, pues es claro que se trata de un espectáculo mañanero con una fachada, metafóricamente hablando, hueco, coronado de mentiras y plagado de incoherencias. 

Esa mascarada, pomposamente llamada en el mundo de la política como cortinas de humo, es dañina y peligrosa, pues quienes hacen uso de la palabra desde el púlpito de dicho salón, gesticulan llenos de pompa y suntuosidad, afirman sin saber y señalan con dedo flamígero al pasado, simulan saber y comprender los grandes problemas nacionales, acusan sin pruebas y manejan tendenciosamente las estadísticas. Que quede claro: no es una mascarada política cuyo monopolio es exclusivo del presidente. Ahí vemos desfilar a algunos de sus colaboradores que, además de dar pena ajena, se comportan como jocosos aduladores, nos dicen que todo marcha espléndidamente, que los problemas han sido superados y con ademanes fingidos se postran ante su jefe.

La mascarada de la mañanera, incluso en algunas ocasiones, se acompaña de música como en los carnavales. También es un espectáculo repleto de mensajes que no siempre todos entendemos, pues son ritos, signos y símbolos repletos de recados que sólo son comprensibles por algunos y que, en muchas ocasiones, acaban por caer en el mundo absurdo de respuestas circulares y tautológicas que acaban por destruirse a sí mismas. 

LA MAÑANERA, GROTESCA

POR LOS ACTORES SUMISOS

La mañanera es en la metáfora de la mascarada algo grotesco por las gesticulaciones y malas actuaciones de quienes participan. Es un escenario que me remite al teatro denominado Burlesque del siglo XIX, pues ahí lo fundamental era la ridiculización de un tema bajo el género de la comedia y recurría a parodias y exageraciones. La palabra proviene de la etimología italiana burla o broma, por lo cual nada se considera o se toma en serio, ya que lo importante del Burlesque enmascarado era chacotear sin importar lo ridículo que se veían y la frivolidad para atender las circunstancias.      

Las máscaras son visibles, las mascaradas no lo son necesariamente, pues pueden ser una modalidad alegórica de perversidad política en donde los valores, la cultura y el derecho son objeto de burla y de mofa. No es lo mismo la máscara alegre y sonriente de la cultura Totonaca que la capucha negra del verdugo que cercena la vida, y en este simbolismo, el futuro de corto plazo. 

Otro caso de mascarada sin máscara es el de las cuatro personas servidoras públicas del partido oficial, López Hernández, Ebrard, Monreal y Sheinbaum que descuidan sus labores por las cuales les pagamos. Jamás imaginé que una corcholata pudiese ser sinónimo de máscara. A menos, claro está, que su jefe los ve tan pequeños que considera que el tamaño de una corcholata es suficiente para taparlos. Pero siempre se aprende algo nuevo. Son cuatro personajes que gesticulan, actúan y desfilan al compás del comportamiento verbal y no verbal que su líder les impone.       

Además de los dos casos arriba señalados de mascaradas sin máscaras, también encontramos casos de encapuchados como el de ciertos manifestantes que bajo el argumento de no ser detectados por “el Estado represor” se cubren el rostro y mientras marchan se dedican a cometer ilícitos, incendios y daños a la propiedad privada. Se trata de inconformes que en el nombre de su causa consideran que sus máscaras representan el sentido de la impunidad y, peor aún, que sus capuchas les permiten impartir justicia y castigo. En este caso se trata de mascaradas violentas, contrarias a su origen de festividad. Que quede claro: no cuestiono, ni me opongo a la libertad de manifestación. Tampoco a que se enmascaren o disfracen los manifestantes. Lo que critico y señalo es que el encubrimiento del rostro no puede ni debe ser sinónimo de violencia y flagrante violación a la ley. 

EZLN, LA ESTRATEGIA

QUE OBLIGÓ CAMBIOS

Otro caso que también tiene que ver con las máscaras y capuchas es el del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que inició su movimiento con el propósito de reivindicar justicia al indigenismo en México. La sociedad mexicana, en lo general, vimos con agrado que la actualización a los artículos uno y dos de la Constitución fueron producto de ese movimiento. Es cierto que muchas personas fueron muy críticas a la forma de cómo iniciaron su lucha y su vestimenta. En lo personal considero que sus pasamontañas fueron parte de su estrategia política a fin de llamar la atención y provocar debates respecto a su atuendo y el sentido de su lucha. El subcomandante Marcos o Galeano, junto con los otros miembros de ese Ejército sabían que se les identificaría con relativa facilidad en el corto plazo. De ahí que eso fue parte de su estrategia y diversión. Su desfile no fue una mascarada grotesca, sino una llamada de atención en contra de la discriminación hacia el mundo indígena. Considero que el uso de sus máscaras fue un símbolo de igualdad sin importar el color de la piel. Con lo anterior quiero hacer notar que el tema de las máscaras y las mascaradas no es de interpretación lineal, ni hay una sola glosa de su uso. 

La expresión “fuera máscaras” se refiere literal y metafóricamente a la idea de mostrarnos sinceramente, sin tapujos, ni hipocresías, ni doble moral. Algo que muy difícilmente harán nuestros políticos y la clase gobernante, pues su frustración al ver la realidad nacional les impide aceptarse y reconocer sus fallas. 

 

 

 

 

 

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