Diego Sánchez Ancochea, El coste de la desigualdad, Editorial Ariel, Barcelona, España, 312 páginas. 2021.
DAVID MARKLIMO
Empecemos mal, citemos a las Naciones Unidas: la desigualdad no se trata solo de la riqueza, el patrimonio neto, o de los ingresos, el sueldo bruto. También puede abarcar la expectativa de vida, la facilidad que tienen las personas para acceder a los servicios de salud, la educación de calidad o los servicios públicos. Hay desigualdades entre los géneros y entre los grupos sociales. Además, la desigualdad aumenta y persiste porque algunos grupos tienen más influencia sobre el proceso legislativo, lo que impide a otros grupos hacer que el sistema responda a sus necesidades. Esto lleva a distorsiones de políticas y socava el proceso democrático. En América Latina, pese a los esfuerzos por disminuir las brechas entre ricos y pobres prevalecen niveles muy altos de desigualdad, convirtiéndola en la más desigual del mundo, no la más pobre.
Más o menos sobre estos temas es que el profesor de Oxford, Diego Sánchez Ancochea, intenta advertir sobre qué significa una sociedad desigual. Necesitamos con urgencia una mejor comprensión de las causas y los costes de las brechas de ingresos entre ricos y pobres. Esta obra utiliza la experiencia de América Latina, una de las regiones más desiguales del mundo, para mostrar de qué modo la concentración de la riqueza obstaculiza el crecimiento económico, contribuye a la falta de empleo de calidad y debilita las democracias.
Al mismo tiempo, el bajo crecimiento, las políticas de exclusión, la desconfianza social y la violencia han generado un círculo vicioso que refuerza la desigualdad. América Latina proporciona una imagen perturbadora de lo que puede suceder si no actuamos con rapidez. En El coste de la desigualdad, el profesor Sánchez Ancochea la problemática que supone la desigualdad se expone con un talante tan serio y riguroso como abierto al activismo y al optimismo. Lo hace, también, reivindicando en el proceso el papel del Estado, la socialdemocracia, los partidos políticos progresistas, los sindicatos y la movilización activa. Hay, eso si, la certidumbre de que el debate económico del siglo XXI estará centrado en la desigualdad, en la forma en cómo accedemos a los recursos y cómo los distribuimos. Se agradece el lenguaje claro y conciso, pues los datos y argumentos son bastante sólidos. Asimismo, las recetas equitativas que ofrece son siempre bienintencionadas y, aunque en ocasiones su implementación práctica cae en el idealismo, a nivel abstracto me parecen loables
Llegados a este punto, es importante hablar de las virtudes en este ensayo:
- Emplea a América Latina a modo de advertencia sin por ello desestimar los aciertos de la región. Este es significativo, porque así como somos parte del problema también lo seremos de la solución.
- La desigualdad no sólo implica un presente negativo, sino que nos sumerge en círculos viciosos de los que resultará cada vez más difícil salir en el futuro. El cambio de enfoque es necesario: hay que pasar a los círculos virtuosos, a la economía del conocimiento, a la educación inclusiva.
- Entrega soluciones razonables y plausibles, alejadas de la retórica simplista y «revolucionaria»: redistribución del capital humano y la riqueza, impuestos a las grandes fortunas, medidas macroeconómicas, regulación financiera, políticas ambiciosas, presión desde abajo a los Estados, movimientos sociales, agendas reformistas, deriva hacia un modelo solidario y comunitario.
Como quiera que sea, es un buen momento para debatir sobre la desigualdad. No sólo este ensayo coincide con los múltiples reportes de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), sino que aparece en un instante donde la movilidad social se ha estancado y la meritocracia brillan por su ausencia y las oportunidades escasean.