Estados y Federación: un Problema no Resuelto

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

Cuando se escriben las presentes líneas estamos a cuatro días de que se celebren elecciones en seis estados de la república, sin embargo, cuando salga publicado este artículo ya se sabrán los resultados de quiénes resultaron favorecidos al cargo de gobernador/a de una determinada entidad, a pesar de las predecibles impugnaciones. Lo anterior no hace redundante reflexionar sobre el problema que, en el bicentenario de México como república, han significado y significan en la actualidad los procesos electorales estatales y la relación de los titulares de los estados con las autoridades del gobierno federal, hayan sido los primeros provenientes del PRI o de cualquiera de los otros partidos que una vez fueron opositores. 

En uno de los muy pocos documentos programáticos que el conservadurismo mexicano ha elaborado sobre su visión de país y sus fundamentos teóricos ligados a la realidad mexicana, en 1853 Lucas Alamán le escribió una carta a Antonio López de Santa Anna donde le exponía los principales errores que en treinta años de vida independiente habían cometido los gobiernos mexicanos. Para el caso que atañe hoy 2022, Alamán subrayaba que constitucionalmente y en la práctica de gobierno, los conservadores mexicanos estaban en contra del sistema federal y en contra del sistema de elecciones populares, no porque ambos fueran malos en su esencia teórica, sino porque en la práctica las elecciones estatales no produjeron un federalismo responsable, sino la aparición y consolidación de cacicazgos estatales donde los gobernadores se comportaban como mandamases sin freno a sus caprichos, sin límites a su rapacidad económica y muchas veces autores o cómplices de violencias que llegaban al nivel de los municipios y de la integridad familiar…simplemente por el hecho de ser opositores a los desplantes del gobernador. México no era una federación sino el conjunto de “ínsulas baratarias” cuyos gobernadores y hombres fuertes locales simplemente velaban por sus intereses particulares y no tenían una visión de conjunto de los problemas que afectaban a la república.

Para completar lo arriba señalado, Alamán abundó acerca del sistema electoral prevaleciente en aquél entonces. ¿Quiénes votaban y quiénes deberían votar? El pueblo votaba, pero éste no era la masa de individuos varones sino aquellas personas que tenían intereses en el desarrollo de “la cosa pública”. Esto es: los propietarios, los que tenían un determinado monto anual de renta, los que sabían leer y escribir. De ninguna manera el voto universal porque, de acuerdo a Alamán, el pueblo llano, sin educación, siempre ha sido presa de los demagogos y éstos por igual se encuentran entre las filas liberales que entre las huestes conservadoras.

Para el tema que trata este artículo, el problema de los gobiernos mexicanos encabezados por el Presidente de la República fue a la vez, recibir el apoyo de los gobernadores estatales y su maquinaria electoral a nivel de los múltiples municipios. En sentido inverso, controlar los siempre presentes deseos de los gobernadores estatales de independizarse del control que se ejercía desde las oficinas de Palacio Nacional. Juárez cooptó a muchos gobernadores y a ciertos irreductibles terminaron sus días “en la paz de los sepulcros”. El tres décadas longevo porfiriato comenzó en el tema electoral con lo que se convertiría en una “bella arte” durante el tiempo de la revolución institucionalizada, esto es, que los gobernadores estatales y los poderes municipales debían su posición al parecer del Presidente de la República. Desde la Ciudad de México “se palomeaba” al candidato a la gubernatura, diputaciones federales y locales, candidatos a municipalidades que en términos generales eran afines al poder político del mandatario estatal en turno. Ello perduró hasta la gestión de Salinas de Gortari que promovió interinatos estatales a diestra y siniestra, pero se rompió cuando en tiempos del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, éste le sugirió a Roberto Madrazo que renunciara a la gubernatura de Tabasco. No lo hizo y de aquellas fechas a la actualidad la república ha padecido el accionar de una sarta de gobernadores estatales muy parecido a lo que Alamán criticaba en 1853. Estimados lectores, en la intimidad de sus estudios u oficinas, reflexionen acerca de todos los gobernadores estatales del arcoíris del sistema de partidos mexicanos que se han visto acusados de una pléyade de excesos, muchos ya calificados de delitos y algunos mandatarios han purgado sentencias en cárceles estatales. El sistema prevaleciente en el México del nuevo milenio no es propiamente el federalismo al que debería estar llamada la república sino la realidad caciquil, de caprichos personales, de dedazo presidencial, de robos sexenales y ahora de ventaneo en las redes sociales; lo actual se asemeja a los tiempos santannistas o de cuando Juárez soportaba los excesos del cacique guanajuatense Manuel Doblado.

Lo descrito arriba es el comportamiento de la oligarquía partidista, ¿cómo se expresará electoralmente el pueblo a quienes las autoridades se deben? Serán encantados por el regalo de una estufa, que dicho sea de paso siempre hace falta. Se dejarán llevar por la gritería maniquea que todo lo critica pero también todo promete. Y algo muy importante, votarán concienzudamente como resultado de los males o beneficios que han vivido en su entidad, en su pueblo, en su colonia: Lucas Alamán dudaría. Y como ejemplo de un mal escenario contemporáneo, la ciudadanía del estado de Morelos ha votado por todas las opciones de los partidos nacionales e inclusive locales, pero todos los gobiernos constituidos los han defraudado.       

 

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