Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Desde hace dos años, la popularidad de Justin Trudeau empezó en caída que parecía libre, pero supo sortearla colocando la red de seguridad. Los altos precios de las viviendas, la llegada de inmigrantes legales e ilegales, disensos con Estados Unidos por impuestos a la madera y el acero, escasez de productos alimentarios y la presencia del crimen organizado que trasladaba de los puertos canadienses los precursores para la fabricación de fentanilo, fueron, entre muchos otros temas, los que mermaron su poder político.
La amenaza de Donald Trump, sin haber sido juramentado, de imponer aranceles a México y Canadá, podría asegurarse fue la gota que derramó el vaso de las bilis de sus gobernados.
El 13 de noviembre comenzó a derrumbarse la pirámide que construyeron los liberales de Canadá, cuando Doug Ford, primer ministro de Ontario, la mayor provincia canadiense, propuso expulsar a México del T-MEC porque es responsable de la “irritación” del republicano que, incluso, sugirió que el vecino del norte se convirtiera en el estado 51 de la Unión Americana y México en el 52.
Trudeau se movilizó y se dirigió a Mar-a Lago. A la residencia personal de Trump en donde se realizaba un festejo por su victoria. Se afirmaba que su viaje no estaba previsto y que el ya presidente electo número 47 no lo había invitado. Sin embargo, ordenó que se incorporara a la fiesta y sonrientes, ambos, fueron fotografiados.
La expresión de ser un estado más de la bandera de la barra y las estrellas, conmocionó a la clase política canadiense y Trudeau se debilitó rápidamente.
Algo así como cuando a una persona mayor le da neumonía y no hay antibiótico que lo salve.
Aunque formalmente dimitió, el Parlamento tiene que aprobar la decisión y ahora se encuentra en receso y se prolongará hasta el 24 de marzo. Ello significa que será todavía primer ministro cuando Trump asuma la presidencia legalmente.
Una persona como el que anuncia su dimisión y lo hace derramando lágrimas, solamente tiene una opción: irse y tratar de lavarse el rostro en la soledad y el abandono de sus compañeros.
En el mensaje en el que anunció su dimisión, hay dos párrafos que lo dicen todo:
“Tengo la intención de renunciar como líder del partido como primer ministro después de que el partido elija a su próximo líder.
“Este país merece una opción real en las próximas elecciones, y me ha quedado claro que, si tengo que librar batallas internas, no puedo ser la mejor opción en esas elecciones”.
Los Liberales decidieron darle la espalda y ahora los conservadores tienen ventaja virtualmente inalcanzable y con ello Canadá se sumará a la lista de aquellos gobernantes que optan por desconocer los avances que de la democracia ha avalado desde hace tres décadas.
Seguramente Doug Ford será uno de los posibles relevos de Trudeau, por gobernar la provincia más grande e importante del país de la flor de maple y de resultar designado porque su partido gane la mayoría de los escaños del Parlamento, la probabilidad de que su relación con Trump sea tersa, es elevada.
El desgasta del que allá si se irá, debe ser ejemplo de lo que no se debe hacer en el gobierno mexicano. La altanería no es el antídoto para contrarrestar las amenazas de alguien se advierte pretende cumplir gran parte de sus amenazas, aunque se haya filtrado información de que sus asesores recomiendan no imponer aranceles “exagerados” porque influirían en la economía de Estados Unidos.
¿Es tiempo de poner la cola de caballo a remojar?
Se dice que no es para tanto y hay sustento cuando en México su Constitución establece que los cargos de elección popular no son renunciables y menos cuando quien tiene el poder Ejecutivo cuenta con el control del legislativo y el judicial.
Sin embargo, el daño no será colateral sino frontal si hay deportaciones masivas, aranceles, aunque sean de menor cuantía, presión a las empresas armadoras de la industria automotriz para que regresen a Estados Unidos y controles estrictos para emitir visas.
¿Trudeau, primera víctima política de Trump?
Todo apunta a un rotundo SÍ.
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