Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Este día y mañana, sobre todo, la nota informativa es el 494 aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe
Y salvo que ocurra una tragedia política, social o natural, los ríos de gente que llegan al pie del Cerro del Tepeyac, no se detendrán y no se posarán en cómodo sillón o en la banqueta para escuchar y mirar “La Mañanera del Pueblo”.
Guste o no a la presidenta mexicana, la Guadalupana, motivó a su mentor a llamar a su movimiento Morena. Habilidad, sin duda, pocas veces vista. Usar la definición que se le da a la Guadalupana, es sorprendente.
Año con año y más cuando la crisis económica acompañada de las de salud y seguridad, aumenta el número de feligreses o visitantes, si usted quiere que así sea,
que desde lejanas tierras viajan para rendirle pleitesía a la Patrona de México.
Y su elección no tiene mácula alguna. El pueblo, el de verdad, la eligió y por ello le ha permitido gobernar plenipotenciariamente el país.
A lo largo y ancho de la República Mexicana y sin desdoro para las otras iglesias, vírgenes, santos, arcángeles y demás integrantes de la Corte Celestial, los mexicanos le tienen fe y de la buena a la Guadalupana.
En lo personal y como reportero de El Gráfico, el vespertino de El Universal, me tocó cubrir durante dos años el festejo. Todavía no se acostumbraba que los famosos le cantaran las mañanitas que, patrocinados por Telesistema Mexicano y después por Televisa, se convirtieron en un atractivo más para asistir el 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe.
El año pasado, según datos del entonces jefe de gobierno de la Ciudad, Martí Batres, se estimó en 7 millones de personas las que asistieron en las 72 horas que contabilizaron. Desde el 11 hasta el 13 de diciembre.
Un mundo de gente. Y si no fueron más, es por la falta de espacio. Y porque, hay que decirlo con todas sus palabras, “servidores de la nación” regalando bolsitas que contienen un sándwich con su refresco. Porque la travesía es larga y cansada. Si bien hay miles autobuses que invaden la zona, la enorme mayoría de asistentes caminan por lo menos de Reforma y Bucareli hasta la Basílica, utilizando la Calzada de Guadalupe o la de Los Misterios.
Asistentes personas de todas las clases sociales. Lo mismo las señoras emperifolladas que los indígenas, de verdad, con sus calzones de manta y sus huaraches y, por supuesto, los sombreros de palma, algunos modernos forrados de goma. Sí, es verdad, el mayor número de visitantes pertenecen a la clase que se ubica en la pobreza, seguidos por los de media baja, la media-media y la media alta.
Unos acuden para agradecer los milagros concedidos y otros para plantear los problemas que los aquejan y oran para que la Virgen de Guadalupe los escuchen.
¿Dogma? Seguramente. Sin embargo, es la fe la que los lleva a postrarse a sus pies.
Para los asistentes, que emulan a los carteros, la lluvia, el viento, el frío el calor, les impiden estar presentes y cuadrarse, como debe ser, ante la imagen de la Guadalupana.
Un día en el que las noticias políticas pierden los espacios y no hay forma de revertirlos.
Simplemente la fe en la Guadalupana es real… los mensajes políticos y más ahora, no dejan de ser maniqueos.
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