Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Sin duda las campañas electorales son iguales en todo el mundo medianamente democrático.
Los aspirantes al cargo presidencial o de primer ministro, se dan el lujo de denostar a los adversarios. Se afirma que es el momento preciso para informar a los ciudadanos de las acciones del gobierno en turno y que señalar los desaciertos hace ganar votos.
Probablemente en otros países sí. En México no. Y lo vivimos.
En Estados Unidos los aspirantes a estar en la Casa Blanca, Joe Biden quien busca permanecer otros 4 años y Donald Trump que quiere regresar -no lo que se llevó: miles de documentos secretos- para demostrar cómo se gobierna. Como si los estadounidenses y el mundo no lo supera.
Ayer, Joe Biden pronunció un discurso y emitió un mensaje en su cuenta de X en la que señala que la campaña del republicano está basada en la obsesión con el pasado, no con el futuro.
Duras palabras de un hombre cuya edad le permite recordar el pasado, vivir el presente y pensar en un futuro nada halagüeño para su persona. Es, dicen los republicanos, un presidente que ha mostrado las debilidades de Estados Unidos y cuya reelección llevaría al imperio a caer en pedacitos.
Sus detractores defienden a Trump, un hombre que puso en peligro la democracia con su asalto al Capitolio el 6 de enero de 2020 y solamente porque es sólida, no se desmoronó. Quienes lo apoyan son de corta memoria o del mismo talante del expresidente.
Olvidar lo que pretendió, es no mirar el futuro. Llevarlo a la Casa Blanca de nueva cuenta es ignorar sus ilegales acciones que, si las comete él no pasa nada. Como ocurre en México.
Las campañas en México y en Estados Unidos son sumamente parecidas en sus contenidos. Trump acusa a Biden de meter las manos en el proceso y de presionar a los fiscales y jueves para que lo encarcelen. Algo no visto en la Unión Americana.
Biden responde con lo que un jefe de Estado tiene: no ha sugerido, siquiera, que los jueces influyan en las decisiones de los jurados. Recordar que el juez sentencia, pero la decisión de culpable o inocente corresponde a 12 personas. Sí, 12 que pueden exonerar a un criminal o condenar a un inocente.
Trump añora sus tiempos de propietario del concurso Miss Universo. Trump extraña no poder manipular la opinión. Trump anhela volver a países como México para construir torres en las zonas playeras violando toda normatividad. Trump quiere demostrar al mundo el poderío militar y nuclear. Es capaz de apretar el botón rojo y desatar la tercera guerra mundial.
Biden es calificado de ingenuo por no hacer uso de la fuerza letal en contra de los enemigos de sus aliados. Es cuestionado por la enorme cantidad de miles de millones de dólares otorgados a Ucrania y que no han rendido los frutos esperados. La relación con Putin no puede considerarse tersa y tampoco la que se tiene Xi Jiping. Sin embargo, envía portaviones a Corea del Sur, submarinos nucleares a Guantánamo y apoya a Israel en su guerra contra Palestina.
Allá está por iniciar las campañas. Aquí terminaron y ya hay falló adelantado. Allá se revisa la documentación electoral a fondo y se toman las medidas que fortalecen su democracia. Aquí se va en contra del pensamiento de 63 millones que no votaron por el proyecto y, sin embargo, se presume que el “pueblo ya decidió”.
Allá Trump vive en el pasado. Aquí el huésped temporal de Palacio Nacional hace lo propio.
¿Cuál es la diferencia?
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