Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Con los cambios de camiseta, hay quienes pierden todo: dignidad y criterio. Se someten al poder político, el más importante del país y bajo la regla de que la política no mantiene un amasiato con el poseedor de las riquezas, léase: política-y dinero no son relaciones amigables.
Aquellos que vivieron para y del PRI, mostraron el cobre más pronto que tarde. Miraron al futuro y entendieron que el partido que les dio todo no tenía más que ofrecer y cambiaron de rumbo.
Primero, en el gran éxodo del ’87, el que fuera considerado Partido de Estado, perdió militantes pensantes, que lo alimentó con ideas, proyecto de nación y respeto a la Constitución y la Sacrosanta Revolución Mexicana.
Después el desgrane de la mazorca se hizo de manera constante hasta sumar miles de militantes, de verdad, que se cansaron de hacer fila para ser tomados en cuenta. Las dirigencias, cualesquiera que se revise, encumbraron a sus allegados o recomendados del “primer priísta del país”.
Hay quienes en la tragedia, mantienen su postura ya ideológica, ya de interés personal.
Sin embargo, están los otros. Aquellos que solamente piensan en su persona, en su beneficio, en su charola o en el fuero. En el empleo de gabinete y las escoltas cuidándoles las espaldas. Los que pruebas las mieles del poder jamás dejan el deseo insano de disfrutarlo para toda su vida funcional.
Hay políticos que se han cambiado a cuatro partidos y un ejemplo de ello es Porfirio Muñoz Ledo que pasó del PRI al Frente Democrático Nacional, el origen del PRD, luego se fue al PARM que lo hizo candidato a la Presidencia de la República y culminó su carrera de manera poco decorosa en Morena, en donde rompió lanzas con su amugo de proyecto y actual presidente de México. La razón de la ruptura comenzó cuando no se le quiso reelegir como presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados y se agudizo ene el momento en el que tampoco le permitieron mantenerse como legislador plurinominal y explotó al sentirse “ovado” al competir por la dirigencia nacional de Morena.
Sus acusaciones el huésped temporal subieron de tono hasta acusarlo de tener pacto con los criminales con lo cual era un narcogobierno.
Otro ejemplo claro del cambio de camiseta lo representa Mari Delgado carrillo. Su mentor, Marcelo Ebrard supuso que haberse convertido en el dirigente nacional de Morena tendría un títere, como lo fue en las secretarías de Finanzas y Educación durante la gestión de su jefe. Cambió radicalmente al saborear el éxito. De perredista que en el Senado de la República reclamó al gobierno de Peña Nieto el uso del ejército en las calles para combatir el crimen organizado y el narcotráfico, en Morena ha sido el defensor férreo de que las fuerzas castrenses no regresen a sus cuarteles.
Ebrard es otro de los saltarines en partidos. Del PRI partió con su maestro político, Manuel Camacho Solís, para fundar el Partido de Centro Democrático, con un solo objetivo: acompañarlo en su aventura en busca de la Presidencia de la República. El fracaso lo llevó al PRD, en donde ganó la encuesta para ser el candidato presidencial y la cedió a Andrés Manuel López. Finalmente está en Morena después de protagonizar el berrinche del año y amenazar, con irse ante la oferta que le hizo Dante Delgado para abanderarlo en la contienda electoral de 2024. Como los mencionados, hay decenas que suman centenas y hasta millares.
Con excepción de Muñoz Ledo, que por lo menos guardó las apariencias y se mantuvo fiel a su concepción política, el resto mostró estar dispuesto a perder lo más importante: la dignidad.
Las líneas de conducta no deben obedecer a las que dicta quien llega al poder político. Se deben mantener, aunque el hambre se convierta en la única amiga del universo.
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