Los Efectos de una Campaña

ÁNGEL LARA PLATAS

 

Una experiencia que pinta en su exacta dimensión la transformación que sufren algunos contendientes que no son políticos, se ejemplificó hace muchas elecciones en uno de los municipios que forman parte de la sierra de Otontepec, en la zona norte del Estado de Veracruz. Sus habitantes aún lo recuerdan.

 

El enviado de un partido político arribó a aquel municipio (cuyo nombre voy a omitir por razones obvias), para preguntarle a la sociedad quién podría ser la persona que ganara las elecciones municipales si aceptara la candidatura.

 

En tanto avanzaba en el sondeo, se iba perfilando el nombre del personaje en cuestión. 

 

La persona en cuyo nombre coincidían los habitantes de ese municipio, era un doctor.

 

Todo el mundo lo conocía. A todos los que atendía en consulta los sanaba. Su fama de buen médico había trascendido los límites municipales.

 

¿De dónde venía el aprecio y gratitud de la gente hacia el doctor en cuestión, aparte de su eficiencia profesional? Bueno, motivos los había y muy importantes.

 

El doctor (también me reservo el nombre), apadrinaba a las quinceañeras. Accedía a las peticiones de compadrazgo por cualquier condición religiosa. Los pacientes que no tenían el dinero para la consulta, le podían pagar con gallinas, guajolotes y hasta vacas, dependiendo de la enfermedad a tratar.

 

Organizaba las fiestas del pueblo. A los festejos de su cumpleaños asistían todos sus pacientes y todo aquel que quisiera asistir. Implantó la tradición de que no invitaba personalmente a nadie, asistía todo aquel que así lo quisiera, todos sabían que serían bienvenidos a la gran comilona. Había reciprocidad. Él era el invitado especial de cuantas fiestas familiares había en el pueblo

 

Por supuesto que tenía todos los méritos para ser el candidato, y posteriormente ganar la elección a alcalde.

 

Pues aceptó la propuesta y posteriormente fue registrado como candidato.

 

Al inicio de la campaña asistió todo el pueblo. Varios se cooperaron para darle de comer a toda la gente que asistió. 

 

Hasta aquí, todo muy bien; es más: impecable. El problema fue lo que la campaña hizo de él.

 

En los recorridos era acompañado por las chicas más guapas del barrio; una en cada brazo. Sus discursos eran aplaudidos a rabiar. Su presencia despertaba emociones.

 

Todo el tiempo eran elogios hacia su persona. Le elogiaban su ropa, su modito de andar, de hablar; la forma de agarrar el taco. No faltaron las señoras que lo etiquetaron como el más atractivo del pueblo. 

 

Durante toda la campaña, las sirenas no dejaron de cantarle a sus oídos. Al finalizar la campaña, el hombre ya era otro.

 

El mismo día de su toma de posesión, extendió nombramientos. Su hija, tesorera; su yerno, secretario del Ayuntamiento; su esposa, síndica. A sus hermanos los nombró regidores. Y siguió con sus allegados. A su caporal le dio el nombramiento de jefe de la policía, y a un compadre lo hizo dirigente municipal del partido que apoyó su candidatura.

 

Le llegaron varios mensajes de la capital de Estado para que cumpliera la ley; ninguno atendió. El Congreso, apoyado con la policía estatal, se encargó de destorcer las cosas.

 

¿Por qué pasó esto? Por dos cosas. Una, no era político y nunca le interesó participar en política. Dos, por esa perniciosa costumbre de convertir a los políticos en ídolos de barro.

 

Para ser político, se requiere tener preparación, formación y experiencia. Solo de esta manera, se podrá ser un gobernante funcional, eficaz y eficiente.

 

Bien cabe aclarar que no todos los casos son iguales al que aquí se ha descrito, pero la tendencia existe.

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