La Pálida Sombra de la Desconfianza Electoral

ÁNGEL LARA PLATAS

Todos en México hablamos de democracia, queremos democracia, la defendemos. Pero no hacemos lo necesario para que los procesos electorales recuperen la confianza que merecen tener en un país democrático como el nuestro.

Estamos votando a la antigüita, como lo hemos venido haciendo desde el siglo XIX.

A pesar de que se creó el Instituto Federal Electoral, con la finalidad de que el gobierno ya no metiera las manos en los procesos electorales a través de la Comisión Federal Electoral, que encabezó la secretaría de Gobernación hasta antes de 1990; no se logró disipar la sombra del fraude electoral.

La desconfianza en la forma como actualmente se realizan las elecciones, la han demostrado todos los partidos políticos. Veamos por qué. 

Aparte de los funcionarios de casilla, que son los ciudadanos que fueron seleccionados por sorteo, cuidando que no estén registrados en el padrón de algún partido político, mismos que son rigurosamente capacitados para que en el día de la jornada electoral todo transcurra sin incidentes; los partidos políticos nombran a su propia estructura de representen para que permanezcan al cuidado de la casilla, alertando si detectan alguna acción fraudulenta.

Esto nos advierte que los partidos políticos no le están otorgando a los funcionarios de casilla la confianza para que sean los verdaderos garantes de la transparencia electoral.

Sin embargo, la desconfianza no termina con el nombramiento de los representantes de los partidos políticos ante las casillas. Los candidatos también nombran a sus representantes. El verdadero motivo de que los candidatos estén representados en las casillas, es que tampoco confían en los funcionarios de casilla ni en los representantes de los partidos, a los cuales pertenecen.

En el cuidado de las casillas también intervienen los cuerpos encargados de la seguridad pública. Existe la sospecha de que ciudadanos estarían dispuestos a cometer el delito de robarse las boletas electorales, para consumar el fraude.

La paquetería electoral es trasladada a bodegas que están resguardadas por el ejército o la marina, con la instrucción que ninguna persona no autorizada, así se trate de los integrantes de las juntas electorales, tenga acceso a la misma y, mucho menos, que toquen la paquetería electoral. El acuerdo superior de que los elementos de la seguridad impidan que los funcionarios electorales se acerquen a los paquetes electorales, es porque pudieran adoptar un comportamiento sospechoso. Tampoco a ellos se les tiene confianza.

El órgano electoral se asegura de mandar a hacer las boletas en papel especial, inalterable, por si alguien pretende falsificarlas. La sombra de la desconfianza también alcanza a los votantes. Las boletas son firmadas por los funcionarios de la casilla, con la intención de detectar si algún elector introduce una o más boletas clonadas. 

El elector es otro de los sospechosos del probable fraude. Para derrocar sus insanas intenciones de votar en varias casillas, le pintan el dedo pulgar con tinta indeleble, esa que no se borra de manera inmediata sino al paso de los días y las lavadas de manos. Con el dedo pintado sería detectado de manera inmediata. 

La caja con la documentación electoral dentro, es firmada por todos lados para detectar si fue abierta antes de la fecha oficial.

Y como a todos los involucrados en el proceso de votación están en el tapete de la desconfianza, muchos se registran como observadores electorales, para ver que nadie vaya a alterar los resultados.

La lista de los sospechosos de fraude electoral es interminable. 

Los candidatos que pierden la elección, sospechan de todos: de los funcionarios de casilla, de los representantes de su partido, de los observadores y hasta de sus propios representantes. Y piden que de nueva cuenta se cuenten los votos. 

Entonces… ¿en quién confiar?

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