EZEQUIEL GAYTÁN
De entrada, definamos para fines de este artículo ambas nociones. La inteligencia es la capacidad de entender y comprender problemas, así como de utilizar la razón a fin de resolverlos con perspectiva y empatía. Por su parte, ser listo es la cualidad de ciertas personas que se singularizan por ser despiertas, astutas, maliciosas, con alta sagacidad y operación práctica. Se trata de dos conceptos que tienen mucho en común, pero con diferencias, si se quiere de matiz, que finalmente distinguen en lo general y sutilmente a dos tipos de personalidades.
Al respecto, Nicolas Maquiavelo propuso una alegoría que en materia política es utilizada cuando sostiene que un príncipe debe ser mitad zorro y mitad león, pues el zorro representa la astucia y la osadía y el león la fuerza y la determinación; lo importante, a decir del florentino, es saber comportarse según las circunstancias. De ahí que sin mayores preámbulos y de manera subjetiva considero, por poner un ejemplo de los presidentes mexicanos, que Carlos Salinas tiene ambas cualidades, Ernesto Zedillo es más inteligente que listo, Vicente Fox ninguna de las dos y el actual es más listo que inteligente. Por supuesto que puedo ser tachado de subjetivo y se me puede argumentar que mi tesis carece de sustento. Lo cual es cierto, pues por un lado no conozco a ninguno de esos personajes y, por el otro, se les debieran aplicar pruebas de inteligencia medibles con el propósito de determinar sus niveles de cociente intelectual o IQ.
No obstante, al considerar sus resultados de gobierno sustentados en información del desempeño gubernamental, en sus discursos, en el tratamiento de la atención a las demandas y necesidades sociales, en su trato con la gente que se les acerca, por sus formas y fondo de responder a las preguntas de la prensa, por su capacidad de respuesta en emergencias nacionales, por su sensibilidad política, su entendimiento del contexto nacional e internacional en materia política y económica y por su visión de futuro es que concluí y califico a esos cuatro mandatarios de la forma en que lo sostengo.
Lo pasado es pasado y ya no tiene remedio, así que calificar a los expresidentes de listos y/o inteligentes es en cierta medida un poco ocioso, pero el actual es de mi interés, pues el presidente López Obrador se está pasando de listo al pasarse al rayar en la perversidad y enviar al Congreso de la Unión una serie de reformas constitucionales a todas luces autoritarias, se pasa de sagaz al quererle imponer a su candidata el programa de gobierno, exagera y se tira al piso con astucia para que lo levanten sus aduladores y, con malicia, divulguen la imagen de que es víctima de ataques de los conservadores, se radicaliza al extremo y en su inflexibilidad de adaptarse a los cambios quiere llevar al país al pasado. En pocas palabras, si acaso Andrés Manuel López Obrador fuese una persona inteligente, no lo desbordarían sus resentimientos sociales y sería capaz de manejar sus emociones.
Su semblante de político centrado, capaz, conciliador y entendedor de la condición humana a mi parecer nunca lo tuvo. Al menos nunca lo vislumbré desde que era el jefe del gobierno capitalino. Desde entonces ya demostraba ser un hombre intolerante, radical, pagado de sí mismo, vanidoso e inescrupuloso en su búsqueda de llegar al poder. De ahí que su ambición la sustentó en su tonelaje de recelos y se enmascaró, después de dos derrotas electorales, en alguien menos radical. En otras palabras, sabedor de ser un hombre listo y audaz, pero no inteligente, ni culto, levantó, en su campaña electoral 2017-2018, la bandera anticorrupción, condensó voces de la calle mediante el eslogan “no robar, no mentir y no traicionar”, se apropió del lema de campaña del tabasqueño Enrique Gonzáles Pedrero “primero los pobres” y mimetizó una actitud de hombre maduro y centrado.
A las personas listas también se les dice que “han tenido calle”, lo cual significa que aprendieron a fuerza de tropiezos y de golpes. De ahí que así se comportan y así viven. Aprovechándose de cuánta gente puedan mediante artimañas, trampas y engaños. Son personas desconfiadas y se engolosinan en la tenebra de la murmuración, lo turbio y lo oculto con el propósito de dañar y calumniar. Más aun, son personas envidiosas. Léase, desdichadas por no poseer bienes o cualidades que otras personas tienen y ese es el gran problema del tabasqueño y de quienes sobrellevamos su gobierno, ya que no tiene un tope de sociabilidad de poder y quiere más, más y más. La prueba más clara son sus iniciativas de reformas constitucionales con las cuales desea perfilar el plan de gobierno de su sucesora mediante una elección de Estado y así configurar las bases de su Maximato. Estoy convencido de que el presidente López Obrador es un hombre muy listo, osado y tenaz. Por lo mismo, muy inescrupuloso y mordaz.