Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Entender la democracia no es una ciencia. Es el respeto al pueblo que es quien decide qué tipo de gobierno quiere tener.
Decir que en el gobierno de Ernesto Zedillo no había democracia es supurar por la herida.
Quizá haya otras formas democráticas. La única que no cambia y convierte al gobernante en un demócrata, es cumplir el mandato de los ciudadanos.
Zedillo, con su sana distancia del partido, tuvo los arrestos para denunciar que la economía del país estaba “sostenida con alfileres”. Así se la entregó Carlos Salinas de Gortari que, tiempo después, comentó “¿y para qué los quitó” (los alfileres)?”.
Por si fuera poco la ruptura con el que recibió primero el título de “innombrable” y después “jefe de la mafia del poder”, Zedillo mostró ser demócrata al reconocer la victoria del candidato opositor y no regatearle nada.
Se adelantó al anuncio que oficialmente debería hacer el IFE.
El primer economista y politécnico en gobernar el país, siempre tuvo claro que su mandato tenía un comienzo y un final. Sabía y bien que si ganaba Francisco Labastida Ochoa la Presidencia de la República, sería un reconocimiento de los ciudadanos a su paso por Los Pinos y Palacio Nacional. También meditó que si perdía el candidato del oficialismo, algo impensable en sus tiempos¸ su obligación moral y política era entregar el poder al vencedor.
Eso lo convirtió, le guste o no al pequeñín de Palacio Nacional, en un verdadero demócrata.
Ignoró las presiones de los grupos políticos que apostaban a retener el poder máximo del país. Retó las estructuras partidistas y demostró su respeto al voto popular.
Algo que uno tiene que preguntarla al pequeñín si está dispuesto a respetar el voto ciudadano.
Por supuesto que eso no está en su mente. Porque anhela mantener el poder por interpósito títere al no prever que perdería la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y confiar en que su “gobierno para el pueblo bueno” recibiría el respaldo para seguir haciendo de las suyas durante la segunda mitad de su mandato.
Según la interpretación del actual huésped temporal de Palacio Nacional, el filósofo griego Aristóteles, la democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo y “él (Zedillo) gobernó para los de arriba y eso según la versión aristotélica, se llama oligarquía”. Quizá jamás leyó los pensamientos de Abraham Lincoln o no le pasaron correctamente la tarjeta informativa.
El 19 de noviembre de 1863 y en plena Guerra Civil norteamericana, el presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln habló en Gettysburg, donde había tenido lugar el combate más sangriento de la contienda entre unionistas y confederados. En apenas 272 palabras dio una clase magistral del significado del sistema de gobierno que rige al mundo libre al expresar una de sus frases, la que formula como símbolo de la democracia: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Claro que ignorar lo dicho por hombre que fue asesinado mientras se encontraba en el teatro, es un despropósito y, más aún, una muestra inequívoca de la pequeñez humana y política.
Se infiere por sus palabras que el pequeñín es un democracia, porque él representa “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En cinco años ha destruido las instituciones. En cinco años ha polarizado a los ciudadanos. En cinco años la democracia está por desmoronarse.
¿Entregará la banda presidencial a quien gane legítimamente el 2 de junio?
¿Aceptará la derrota que le impondrá el pueblo?
Zedillo es liberal, como lo precisa al ser decimonónico y de neoliberal no tiene nada. Él está en la historia por respetar la democracia.
Eso se aprende desde pequeñín.
Porque esa es la historia que puso fin a la dictablanda y permitió la alternancia en el poder a grado tal de que hoy el señor López está en la Presidencia de la República.
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