Mark Bowden. “Matar a Pablo Escobar”. RBA, Bogotá (Colombia), 2007, reimpresión en 2013. 380, páginas.
DAVID MARKLIMO
Hablar de Pablo Emilio Escobar Gaviria es hacerlo de uno de los criminales más mediáticos y sangrientos que se recuerden. “El zar de la cocaína”. “El rey de Medellín”. “El patrón”. “El Robin Hood paisa”. Era el líder del cartel Medellín en Colombia, el principal cartel en su tiempo, y uno de los criminales más ricos de la historia. Era el mayor fabricante y distribuidor de cocaína del mundo, responsable entonces de hasta 80% del comercio global de esa droga.
Pero la realidad no se puede esconder: Pablo Escobar ordenó muertes de inocentes porque eran familiares o afines de quienes le perseguían a él. Le dio igual que fueran funcionarios públicos ejerciendo la labor que les exigía su profesión, políticos que querían descabalgarlo de su inmenso poder, competidores en sus negocios o gente normal que no aceptó aquello tan famoso de plata o plomo.
Todo esto a cuento de la reimpresión en Colombia del libro Matar a Pablo Escobar, de Mark Bowden. Esta historia nos habla del brutal ascenso y violento fin del capo del narcotráfico colombiano. No es una narración sobre las riquezas del narcotráfico ni una defensa del ascenso social. Bowden es, ante todo, un periodista, y presenta una brillante crónica de la ascensión y caída del jefe de una organización criminal que en la cumbre de su éxito quiso comprar voluntades y adoptar una muy conveniente aura de disidente contra el poder. Su investigación se centra en un corto periodo de tiempo: los dieciséis meses, entre 1992 y 1993, en que Colombia decreta su persecución y su muerte.
Esta espiral también implica que su huida hacia adelante, su pulso al Estado, no tenía opción de retorno. Así, se presentan, los detalles de la operación, algunos ya de dominio público en la época. Aparecen las conexiones de Colombia con los Estados Unidos, la respuesta -también salvaje- del Estado a la violencia: tácticas tan brutales como las empleadas por los narcos para eliminar a los hombres de Pablo, destrozar sus laboratorios y haciendas y neutralizar su aparato legal; es decir, quitar la vida a su abogado, sus contables y sus empleados. Es un relato intenso y documentado que deja preguntas sobre si es más válida la Ley del Talión que la Justicia de un Estado democrático.
Evidentemente, el paso del tiempo ha matizado la tragedia y el espanto que provocó Escobar. Pocos se acuerdan del atentado a Avianca o de las más de 250 bombas explotadas a lo largo del país a modo de guerra al Estado. Esto no es culpa del libro, pero uno no puede dejar de señalar la frívola cultura popular, que presenta la historia de Escobar como un crescendo épico a medida que adquiere poder, fortuna, relevancia, que se embarca en febriles aventuras de representación política, en descabellados pulsos a los poderes no ya de su nación sino de los Estados Unidos. Toma ahí ese matiz de rebelde, cosa que nunca fue, dado que el narcotráfico es la prueba más exacta de que la ley de la oferta y la demanda funciona casi como la ley de la gravedad. Es interesante esta reflexión, pues nos deja preguntas sobre hasta qué punto los medios de comunicación son responsables de la construcción de identidades relacionadas con la violencia.
Todos hemos visto la serie Narcos o La Reina del Sur. Todos amamos los narcocorridos de los Tigres del Norte. Bowden construye de forma magnífica esa progresión. El libro mantiene el suspense, la atención, como pocos pueden conseguirlo, con lo que nos encontramos con lo que es básicamente otra obra de investigación periodística que trasciende géneros. El periodismo, a veces, sirve para ajustar cuentas con lo popular. Por lo demás, ya sabemos el final de esta historia: esa poderosa fotografía de un fugitivo asustado, mal afeitado, descalzo … un cadáver panza arriba. Un tipo que vivió a cuerpo de rey y murió abandonado y despreciado, en la total soledad.
Hoy ya ni su familia quiere su legado.