Una loa por Acapulco 

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

Me parece que muchos de los estimados lectores de este texto seguramente habrán pasado por lo menos una vacación en el puerto de Acapulco y sus alrededores. Otros habrán tenido buenas y malas experiencias como un atardecer romántico hace muchos años en Pie de la Cuesta o, desgraciadamente, haber sido robado en la playa. También los que se la han pasado fantástico, y yo me incluyo entre ellos. Cuando tenía 21 años de edad, tres parejas de amigos nos fuimos a la discoteca de moda UBQ de Acapulco, bailamos toda la noche, y al amanecer se abrieron las puertas del fondo de la discoteca que daban a la playa…

Pasaron los años y me pude percatar que el puerto iba envejeciendo en sus instalaciones, pero siempre había algo que hacer. Un congal llamado La Huerta lo recibía a la una de la mañana para seguir la fiesta y en sentido opuesto el ya desaparecido restaurante Madeira no solamente ofrecía buena comida sino también era un escaparate de “la gente bonita” que acudía a sus instalaciones; clásico era la ida a Barra Vieja, si era posible comer en Cira la Morena. No conocí el Armandos le Club, pero sí el Extravaganzza; bebimos muy bien en el antiguo Barba Roja que se lo llevó el huracán Otis este miércoles 25 de octubre y he degustado muy buena paella negra en los dos Sirocos, ubicados años atrás en Playa Hornos y hasta hace unos días en la carretera escénica cerca de Playa Pichilingue.

Pero también el viejo Acapulco tiene lo suyo. Me acuerdo, allá por los años de 1960s, mis padres y sus amigos salían de noche a cenar al hotel ubicado en La Quebrada donde desde sus terrazas se podía apreciar a los clavadistas del mismo lugar. Hasta antes del huracán, valía la pena, hacia el atardecer, tomar la copa en el muy antiguo hotel Los Flamingos construido por el actor estadounidense Johnny Weismuller -léase Tarzán- o hacer lo mismo en el bar Sunset y restaurante BellaVista al interior del hotel Las Brisas. En fin, muchísimas historias y relatos que no incluyen visita alguna al centro comercial La Isla, en cambio sí algunas comprillas en la colonia Costa Azul. Por todo lo anterior, cuando vi en los noticieros y lo ofrecido por Misión Política en torno al grado de destrucción que hoy es Acapulco, sentí mucha pena momentánea pero rápidamente comprendí que lo mejor para los guerrerenses es primero, apoyarlos hoy con comida, vestido, medicinas y depósitos en efectivo que ya están siendo gestionados por la Cruz Roja y otras instituciones. Segundo y a mediano plazo, respaldar la economía del puerto y la región visitándolos, porque el puerto y el estado vive del turismo. Hoy me dirían ¿a qué vas? Y yo respondería pronto volveré a visitarlos, a comer y a beber, amén del jueves pozolero que, dicho sea de paso, no me hace mucha gracia.

Es una obligación del gobierno federal, de la administración estatal, pero también de la ciudadanía a lo largo del país, ayudar en la reconstrucción del puerto y ayudar a las poblaciones colindantes como Tecpan. Al primero le toca, como ya lo está haciendo a estas horas que se escriben las presentes líneas, reparar el cableado eléctrico y proporcionar electricidad a la población porque el fluido eléctrico no solo es vital para las actividades hogareñas y de oficina, sino esencial para hospitales, escuelas y gasolinerías, negocios de diverso tipo, en fín para la vida cotidiana. Le toca al gobierno federal y las compañías privadas de telecomunicación, léase Telcel, Totalplay y otras, enviar a sus técnicos para que reparen, repongan e instalen los instrumentos necesarios para la comunicación, a saber celulares, televisión normal y de cable; le toca a los lloricosos concesionarios del Aeropuerto de Acapulco, reparar a la brevedad la terminal aérea y a las compañías autotransportistas, solidarizarse para cobrar a precio de operación, camiones que saquen a la gente de Acapulco como las que los usan diariamente para desplazarse entre los diversos poblados de la región. Al gobierno estatal y municipal le corresponde a la brevedad reasumir el semestre escolar, limpiar los escombros a medida de lo posible y poner en pausa el cobro de impuestos locales a los negociantes que lo perdieron todo. A la ciudadanía, que muchas veces actúa como si fuera más bien una masa dejada a sus impulsos, evitar cualquier tipo de robo: por igual el tipo que roba piezas automotrices en tiendas especializadas allá en Guerrero como el empleado que aquí en la ciudad de México se roba aquello que le gusta o le hace falta para su casa.

Repito, estimados lectores, deben pasar la voz para que nos solidaricemos donando comida, ropa, utensilios de construcción, medicina o simplemente depositando dinero en efectivo en las cuentas bancarias habilitadas para recibir los donativos.  Y de algunos medios de comunicación. Por Dios, no oyen ni tienen sentido común. La Dresser y otros pelafustanes se sulfuraban porque el presidente de la república se había ido por carretera a Acapulco; ya se sabía que debido a los remanentes del ciclón Otis se produjeron rachas de viento que imposibilitaban el viaje por helicóptero, amén de que los dos aeropuertos acapulqueños -civil y militar- están hoy jueves 26 inutilizables. Pero ya se sabe que “el espíritu de partido” ciega a los tontos.     

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