*La Actual Administración Genera Intencionalmente Tensiones
*AMLO Está Leyendo con Vanidad y Miopía el Reloj del Pulso Político
POR EZEQUIEL GAYTÁN
La tensión se define como la acción de dos o más fuerzas contrarias u opuestas que genera tirantez, presión o rigidez. De ahí que es un concepto que encontramos en la física, las ciencias de la salud, la psicología, la música y, por supuesto, en las ciencias sociales, ya que alude a situaciones de conflicto acotado o moderadamente controlado debido a discrepancias políticas, ideológicas o religiosas por decir algunos ejemplos. Lo interesante de la tensión política es que, dada la condición humana, es constante, inagotable, inevitable y es utilizada positiva o negativamente según las situaciones, las circunstancias y los grados de tensión que van desde la antipatía entre personas o grupos o partidos políticos, hasta situaciones de crisis internas nacionales e internacionales. De ahí que las tensiones políticas despliegan equilibrios y la necesidad de diálogo permanente. En otras palabras, no puede existir la política sin la dialéctica de la tensión, pues poder y resistencia son una unidad cuya vitalidad depende precisamente del nivel o grado de la tensión. Un ejemplo es la relación entre Cuba y los Estados Unidos; léase, al régimen cubano le conviene mantener una situación de tensión permanente y hacerle sentir al pueblo de que están amenazados por el imperialismo yankee y, a la vez, los gobiernos de los EUA elaboran discursos patrioteros porque a unas cuantas millas de su territorio está presente la amenaza expansionista del comunismo. En ese caso la tensión es alta, constante y a ninguna de las dos naciones les conviene la distensión, ni la paz armónica.
Por su parte, la armonía social es el uso de la política que incluye y enlaza a las partes a fin de lograr un equilibrio proporcionado de los actores que tiende a desplegar trabajo colaborativo y constructivo, pero – paradójicamente – con un grado muy bajo de tensión, ya que de otra manera la inercia de la situación tendería a cero. Lo cual significa que los actores sociales serían incapaces de modificar por sí mismos su estatus de reposo y perderán a la larga su confort o nivel de vida.
De ahí que es observable cómo la actual administración genera intencionalmente tensiones entre la población y la divide entre morenistas liberales y fifís conservadores. Desencadena confrontaciones verbales, estira peligrosamente la liga y malabarea frívolamente con el Estado de Derecho, pues ya vimos que se trata de una estrategia de manipulación política que bien manejada rinde frutos.
Sin embargo, el presidente López Obrador, a mi parecer, está leyendo con vanidad y miopía el reloj del pulso político del país y está tensionando de más las relaciones sociales y, sobre todo, la situación político partidista y electoral. Se está extralimitando y se aproxima a niveles de hipertensión que a nadie conviene, pues de continuar por ese camino ascendente perderemos todos. Leo que la sociedad mexicana vive con tensiones de inseguridad en materia económica, ya que, aunque baja la inflación, los precios siguen elevados. La tensión también la percibimos ante el declive de la calidad educativa y observar que no hay un esfuerzo institucional de mejora. Tenemos temores fundados de la reaparición del Covid y no hay preparativos preventivos. Por lo que respecta a la inseguridad pública es notorio el temor social de transitar por carreteras, salir a la calle o viajar en transporte público.
La hipertensión partidista electoral a la que nos está llevando el presidente López Obrador me ocupa y me preocupa debido a que la escalera institucional que utilizó para llegar al poder hoy la está dinamitando. Sus ataques al INE, al Tribunal Electoral, al INAI e incluso a la Universidad Nacional son claros ejemplos de mi tesis. Él está decidido con escrúpulos cuestionables a que su movimiento continúe en el poder. Más aún, está convencido de que el piso que construye se cimienta en la fuerza popular de sus militantes, sus simpatizantes y la popularidad de sus conferencias mañaneras, pero no se da cuenta de que el piso sobre el cual construye es de fango. Que quede claro, no subestimo a la sociedad, pero las naciones no sobreviven solamente con movimientos sociales y lideres carismáticos, se construyen con instituciones sustentadas en pactos sociales, en la formalización de leyes y con la esencia anímica de unirnos a fin de que por consenso tengamos un proyecto común para todos y sin exclusiones.
Es ahí donde la armonía pesa más que la tensión, pero no se excluyen, ni se evitan. Conviven porque la posibilidad de decir “no estoy de acuerdo” que es tensión, abre nuevos senderos de posibilidades a nuevas concordias. En caso contrario, donde la tensión pesa más que la armonía porque un gobernante cree que así se gobierna, corre el riesgo de que la situación se le desborde y la ingobernabilidad abra paso a la violencia.