*El Intento de Golpe de Estado, Abrió
la Mente y Ojos al Brasileño
*Pone Orden y Separa la Política del
Poder Militar
*En México, se Abren las Puertas a la
Militarización
*Como Nunca, las Fuerzas Castrenses
Tienen Mando
ALBERTO ALMAZÁN
Las acciones hacen las diferencias.
Nadie podría negar que Luiz Inácio Lula da Silva es un hombre con ideología. Sí, de izquierda.
Y como todos aquellos que intentan imponerla, encontró el cansancio de los brasileños y terminó en la cárcel acusado de corrupción. Sin embargo, con todo el peso de una losa que no se rompe y prevalece para toda la vida, regresó a la política activa y derrotó a la derecha representada por el general -lo es, no se inventó el cargo- Jair Bolsonaro en las pasadas elecciones para renovar la Presidencia del país más grande económica y territorialmente de América Latina.
Su regreso no fue tersura total. Los perdedores intentaron no reconocer el resultado. Bolsonaro hizo pública su inconformidad. Y sus seguidores, fanáticos, lo respaldaron. Primero fueron tomas de carreteras. Manifestaciones violentas. Cientos de detenidos.
El 8 de enero las huestes bolsonaristas intentaron el Golpe de Estado. La participación de militares en activo y en retiro fue notoria y notable. Las fuerzas de seguridad leales al presidente y respetuosos de la democracia, impidieron que los golpistas tuvieran éxito.
Fue el momento en el que Lula reaccionó con serenidad y al mismo tiempo con dureza contra aquellos que atentaron contra la estabilidad política y democrática conseguida por el gigante de América Latina dos décadas atrás.
Inició una revisión de la participación del Ejército en la política. Y comenzó a reordenar los espacios. Ordenó la baja de aquellos que se identificaron con el intento de socavar las libertades y dispuso examinar en dónde y cuándo participan los militares en carteras del Ejecutivo o en el Congreso federal.
En marzo, el presidente de Brasil tomó otra decisión que le dará oportunidad de excluir a militares de todos los rangos en las decisiones políticas.
El pasado miércoles se dio a conocer que Lula da Silva prepara una enmienda constitucional para intentar reducir la influencia de las Fuerzas Armadas en la política brasileña, exacerbada en los últimos cuatros años del expresidente Jair Bolsonaro, con mayoría de militares en puestos de importancia.
La propuesta, gestada en la cartera de Defensa, ya cuenta con un primer borrador, según el diario ‘O Globo. Con ella, aquellos militares que pretendan presentarse a las elecciones o asumir el mandato de un ministerio, por ejemplo, deberán desligarse de las Fuerzas Armadas o pasar a la reserva.
La propuesta tiene un fondo nacionalista y defensa de la soberanía. El actual texto constitucional reza: los militares “bajo la autoridad suprema del presidente” deben garantizar “la defensa de la patria”.
Es la función de cualquier ejército en todos los países, incluso y mayormente, en los totalitarios.
¡Es la enorme diferencia!
Sí, con México.
Porque el presidente López ha hecho todo lo contrario. Les ha dado al Ejército y a la Marina posiciones estratégicas que han merecido toda clase de descalificaciones por parte de constitucionalistas, analistas políticos y, por supuesto, de la oposición.
Sus acciones han hecho recordar la postura que, como candidato, sostuvo en sus tres búsquedas por lograr la Presidencia de la República.
En 2007, después de perder la elección frente a Felipe Calderón en 2006 y que el nuevo presidente de México decidió declarar la “guerra contra el narcotráfico”, gritó a todo pulmón que se trataba de una medida violatoria de la Constitución y que los militares estaban obligados a regresar a sus cuarteles.
Los cinco años restantes, los dedicó a profundizar la crítica y, como candidato por segunda ocasión, arreció sus señalamientos. Sus seguidores, en buen número, respaldaron el reclamo pero Enrique Peña Nieto poco caso hizo y mantuvo al Ejército y la Marina en las calles combatiendo el crimen organizado, el narcotráfico en sus modalidades de siembra, cosecha, trasiego y distribución de enervantes.
En febrero de 2017, López acusó a la Marina de haber “masacrado” a jóvenes que tenían futuro. Y prometió, ya en su tercera campaña, que al llegar a la Presidencia de la República ordenaría, en su calidad de comandante supremo de las Fuerzas Armadas, que los militares y marinos regresaran a sus cuarteles.
Sin embargo, todo cambió en cuanto se cruzó en su pecho la banda tricolor.
Desde su triunfo y hasta la toma de posesión, declaró con insistencia que las tareas de seguridad pública y el combate a los criminales y narcos, deberían realizarlas corporaciones civiles. Todo quedó en palabras y discursos.
Inició un proceso de militarización que, en la esfera del poder, se niega con insistencia.
La realidad muestra lo contrario.
Mientras en Brasil se toman medidas para que el ejército, la marina y la fuerza aérea se concentren en su responsabilidad de “defender a la patria”, aquí soldados y marinos son utilizados para construir aeropuertos, carreteras, bancos; tender vías y sembrar durmientes además de participar con mando y de manera directa en las construcciones del Tren Maya, la refinería Olmeca, el Tren Transístmico, controlar y dirigir las aduanas marinas, terrestres y aéreas y transportar vacunas, vigilar la dispersión de recursos correspondientes a los programas sociales de bienestar.
También han sido nombrados para controlar el tráfico aéreo, administrar los recursos del ISSSTE. Han sido autorizados para crear empresas de aviación, construcción, proveeduría y hasta vigilancia de obras declaradas de “seguridad nacional”.
La diferencia entre Luiz Inácio Lula da Silva y el mexicano, es abismal.
Además de reducir la presencia de militares en la política, Lula lleva excelentes relaciones con Estados Unidos, con los empresarios, con los negociadores petroleros y con la iglesia. Aquí es todo lo contrario.
Por ello, Lula crece y López es desplazado del presunto liderazgo latinoamericano que impulsó a través de la Celac y en contra de la OEA.
Así están las cosas entre dos personajes, uno que sí lo entiende y otro que la profesa de dientes para afuera: la representación de la ideología izquierdista.