Morena y el Centralismo Inspirado en el Control de un Partido de Estado Inspector

Partido Único y Hegemónico 

 

*Regresar al Pasado nos Podría Llevar a la 

Imposición de un Gobierno Presidencialista

 

*En 1988 se Inició una Metamorfosis Social y

el Resultado es Pluripartidismo y Alternancia.

 

*Desconfianza por la Supremacía del Poder 

Ejecutivo Sobre el Legislativo y el Judicial

 

EZEQUIEL GAYTÁN

 

Las democracias actuales son bipartidistas o pluripartidistas. En el primer caso encontramos el modelo norteamericano, pues de facto existen el partido Demócrata y el Republicano; aunque concurren marginalmente terceros partidos como el de la Constitución, el Libertario o el Verde. Pero la fuerza democrática de esa nación no descansa tanto en el sistema de partidos, sino en la cotidianidad de su vida pública, cívica y en la fortaleza de sus instituciones. De hecho, esa nación tiene un sistema electoral anacrónico y debido al confort y apatía política en la que viven millones de estadounidenses no se han preocupado mucho por actualizarse. Más aún, nuestros vecinos del norte son muy celosos de su federalismo y con ese espíritu defienden la idea de la Unión Americana y la democracia como sistema de vida. Otras democracias como la francesa o la brasileña son pluripartidistas y el peso de los partidos políticos es una realidad que se materializa en el poder legislativo, por lo cual el titular del poder ejecutivo debe mantener una política permanente de interacción y configuración de alianzas. De ahí que la tesis de los pesos, contrapesos y equilibrios se refiera a la búsqueda y encuentro de acuerdos políticos mediante el diálogo que, en efecto, es un camino sinuoso, pero a la larga articula en el mismo sentido a los actores políticos y sociales en beneficio de las políticas públicas. Cabe destacar que esas democracias se desenvuelven en una economía de mercado en las cuales predomina la idea de un Estado regulador y poco injerencista. Por su parte, los países con partido único o hegemónico como son China, Cuba o Vietnam, por citar algunos ejemplos, estructuran su sistema político con la idea del centralismo político y la planificación socialista en materia económica. 

 

Lo que nos ha enseñado la historia, hasta el momento, es que las democracias con tendencias al partido único o hegemónico como fue el caso de México durante gran parte del siglo XX ya son poco funcionales, además de anacrónicas. En otras palabras, la irrupción de la sociedad participativa y la búsqueda de espacios en favor de las libertades y la defensa de los Derechos Humanos hace inviable el monopartidismo. De hecho, regresar a esa situación nos podría llevar a la imposición de un gobierno altamente presidencialista con la idea de una vida totalizante en torno a una figura paternalista que impide el crecimiento político de la sociedad. 

 

Los gobiernos de la revolución procuraron, ante todo, el fortalecimiento de la vida institucional y la canalización de la vida política a través de su partido, por eso fueron poco proclives a impulsar a la sociedad civil. Empero, a partir de 1988 se inició una metamorfosis social que dio origen al pluripartidismo y a la alternancia. Consecuentemente vimos enriquecido el debate en el poder Legislativo y el encuentro de consensos en materia parlamentaria. De alguna manera, poco a poco se fueron menguando funciones metaconstitucionales del titular del poder Ejecutivo Federal y con cierta lentitud empezamos a dejar de lado el presidencialismo a fin de transitar al sistema presidencial con autonomía de los tres poderes y con el fortalecimiento de los tres órdenes de gobierno. De tal suerte que prácticamente todas las entidades de la República han conocido la alternancia. Empero, el modelo económico neoliberal empezó a ensanchar extremos de miseria y de opulencia y la corrupción en la Administración pública llegó a niveles descarados y cínicos.

 

De ahí que, con un sistema político fortalecido, una economía de bajo crecimiento y alta corrupción en los programas sociales llegó Morena al poder. Por primera vez un partido de izquierda arribó al poder en México. Sin embargo, se trata de una izquierda formada, por un lado, por una corriente de nostalgia presidencialista sustentada en un partido hegemónico y, por el otro, en la idea del centralismo inspirado en el control de un partido de Estado inspector, radical e intolerante ante la divergencia y la crítica.

 

Un partido único, hegemónico y totalizante no es lo que muchos mexicanos deseamos. En lo personal veo con desconfianza la supremacía del poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial. También me crea escozor ver la monocromía de la geografía política de mi país. Veo con recelo el desaseo y los desplantes autoritarios del gobierno en torno a las instituciones autónomas públicas de educación superior. 

 

Considero que la sección “quién es quién en las mentiras” de las conferencias mañaneras es una forma velada de amagar, censurar y amenazar a medios y periodistas que piensan diferente. De ahí que un partido único, hegemónico y de Estado no es la solución a los problemas de nuestro país. 

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