Contrasentido, la Política Desdeñosa
y Hostil de AMLO Hacia la UNAM
*A 100 Años de la Autonomía es el
Anhelado Botín
*Pretende Imponer Materias de Interés
Personal
*Desea Economía Moral Como Nuevo
Método
*La Libertad de Cátedra no se Estanca
en Arquetipos
*La Universidad Tiene un compromiso
con la Sociedad
*Escabrosas Aristas en la Relación con
el Gobierno
POR EZEQUIEL GAYTÁN
Las agresiones gubernamentales hacia la UNAM van más allá de la tesis plagiada. Esa es la excusa del presidente López Obrador, pues su intención es ir en contra de la autonomía universitaria. Muchos colegas antes que yo lo han explicado de manera excelsa. Ya quedó claro el deseo del presidente de intervenir en el contenido de los planes y programas de estudio, así como de nombrar a las autoridades universitarias mediante activistas que demandan que éstas sean producto del voto de estudiantes y profesores y no por méritos académicos. En otras palabras, el deseo presidencial es que desaparezca la Junta de Gobierno y que regresemos a la fallida e inoperante Ley Orgánica de la UNAM de 1933.
Es importante subrayar que la discusión Caso-Lombardo acaecida en 1933 versó entre otros temas en que Vicente Lombardo Toledano insistía en que la UNAM acotara sus planes y programas de estudio a la visión marxista, mientras que Antonio Caso defendía la libertad de cátedra y de investigación. Para fortuna de la UNAM, a la larga y después de largos debates incluida la prensa y la sociedad, ganó la postura de Caso y desde entonces no se había registrado que el gobierno quisiera imponer materias, contenidos, injerir en las investigaciones y entrometerse en la orientación del contenido que el profesorado libremente decide respecto de su asignatura.
Cabe destacar que durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz es un hecho que las fuerzas armadas destruyeron con un bazucazo la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso en julio de 1968. También en septiembre de ese año el ejército tomó la Ciudad Universitaria. En otras palabras, fue una confrontación entre el movimiento estudiantil y el gobierno. Pero el presidente no arremetió contra la academia, ni tildó a la Universidad de izquierdista o derechista, ni se metió con los planes y programas de estudio.
Ahora resulta que el actual presidente, desde el púlpito mañanero, le dice a la comunidad universitaria que tomen o impartan materias que a él en lo personal le interesan y a la vez que quiten asignaturas que no le cuadran a su proyecto. Esa es una flagrante intromisión a la autonomía universitaria. Me queda claro que algunos dirán que sólo se trata de una opinión. Bueno, pues esa opinión carece de sustento académico y tiene mucho de ideológico. ¿Cómo sabe el presidente qué materias debe contener un determinado plan de estudios si no conoce el perfil del egresado, ni cuales son materias de formación básica y cuáles de especialidad?, ¿acaso sabe del equilibrio entre materias teóricas y prácticas y acerca de la importancia contextual de cada asignatura por semestre? sinceramente lo dudo. Más aún ni Gustavo Díaz Ordaz, ni Luis Echeverría fueron tan desaseados, ni tan descarados en dar sus opiniones respecto a cualquier tema, pues sabían que en política no es lo mismo una opinión de fulano de tal que la del presidente de la República.
Es cierto que el presidente López Obrador tiene derecho a opinar y sugerir materias, eso es innegable. Pero la UNAM tiene sus canales de consulta con los egresados cuando se trata de actualizar planes y programas de estudio. Más aún, si el presidente desea participar en esos foros académicos basta con solicitarlo y seguramente recibirá una respuesta afirmativa. Si ese es el caso, ojalá llegue con material preparado, sustento didáctico pedagógico y bibliografía (seguramente propondrá sus libros como textos obligatorios) y no se presente a hablar de ocurrencias típicas de un lenguaraz. Hacer e implementar un plan y programas de estudios es algo serio.
El primer mandatario desea que se imparta la asignatura Economía moral. En efecto, consulté el plan de estudios de la Facultad de Economía y no la contiene. Pero estoy seguro de que el profesorado universitario que imparte catedra en esa Facultad lo hace con autoridad y sentido moral, así como con la orientación ética que la economía requiere dado que es una ciencia social. De ahí que los valores son transversales a las materias que se imparten.
La libertad de cátedra consiste en que cada profesor asuma la responsabilidad de explicar el contenido del temario de su programa y siembre en el estudiantado las inquietudes y dudas a fin de que sean los jóvenes quienes indaguen, profundicen y formen su propio criterio con sentido crítico. La libertad sólo es libertad si es acotada, de otra manera es libertinaje. El significado de esa libertad es la interpretación multi e interdisciplinaria del conocimiento universal y no de la visión unidimensional de un proyecto de gobierno. Cada clase en cada aula es una creación y recreación de imaginación académica-estudiantil y una tentativa de explicar la realidad con todos sus simbolismos. En cada estudiante se figuran y reconfiguran formas imaginativas que habrán de constituir el nuevo pensamiento crítico y autocrítico.
La libertad de cátedra no se estanca en arquetipos petrificados, ni se anquilosa en efigies e imágenes míticas, ni se esclerotiza en dogmas apologistas. Por el contrario, es la sensibilidad axiológica mediante el uso del método que busca nuevos paradigmas sin prejuicios, ni condenas, ni estigmas. La libertad busca la verdad porque esa es su razón de ser. Más aún, sus frutos son tesis, síntesis y antítesis del pluralismo que rechaza la sacralización del pensamiento burocratizado enemigo de la reflexión crítica.
Por su parte, la autonomía universitaria es producto de un movimiento que inició en 1923 en México y logró condensarse en 1929. Fue inspirado en la Universidad de Córdoba, Argentina. Así, la lucha universitaria por su autonomía en América Latina cumple en 2023 cien años y es triste ver que las universidades autónomas en lugar de poder festejar la centuria del aniversario lo tengan que hacer con nuevas barricadas, reales e imaginarias, en defensa de las injerencias del Estado.
La autonomía universitaria es la capacidad de autogobernarse y decidir libre y soberanamente acerca de su organización y la conducción responsable de sus asuntos internos. La ejerce mediante el imperio de la cultura de la legalidad, la práctica de potestades formales, el orden académico vinculado con la búsqueda de la excelencia y la disciplina administrativa apegada a los principios de eficiencia, eficacia y honestidad. Es la cualidad de saberse libre y asumirse responsable de esa libertad y del poder de la misma. Más aún, la Universidad Nacional, de acuerdo con el artículo primero de su Ley Orgánica “tiene por fines la educación superior para formar profesionistas, investigadores, profesores universitarios y técnicos útiles a la sociedad; organizar y realizar investigaciones, principalmente acerca de las condiciones y problemas nacionales, y extender con la mayor amplitud posible los beneficios de la cultura”. En pocas palabras, tiene un compromiso con la sociedad y cabalmente lo cumple.
La autonomía exige que los universitarios de adentro y de afuera (egresados y simpatizantes) sean consecuentes al afirmar el pluralismo, la tolerancia y la inclusión como principios de convivencia armónica y convicción de que la crítica y la autocrítica son el hilo conductor entre tradición y modernidad. De ahí que apela a la razón y al sentido común a fin de mediar entre las pasiones subjetivas y la sensatez alimentada en lo posible por la objetividad.
La UNAM es una institución democrática, pues estudiantes y profesores eligen por voto libre, directo y secreto a sus representantes ante sus respectivos consejos técnicos y al Universitario. Es una organización cuatripartita, ya que están como autoridades que se articulan en pesos y contrapesos, el Consejo Universitario, la Junta de Gobierno, la Rectoría y el Patronato. Además, está el Colegio de Directores y los Consejos Técnicos de cada escuela, instituto y facultad. En ella operan la democracia directa y la indirecta. Cabe destacar que la ley mencionada reconoce en su artículo 18 a las sociedades de alumnos.
La autonomía no es sinónimo de extraterritorialidad, tampoco de impunidad y mucho menos es un espacio de libertinaje. Es cierto que no es autosuficiente y vive del presupuesto que el Congreso de la Unión otorga en materia educativa a las instituciones públicas de educación superior. Es claro que se trata de una inversión y no de un gasto. El mosaico heterogéneo y contradictorio que paradójicamente tiende a la unidad de una universidad de masas, como es la UNAM, es su autonomía que nos ilustra mediante el despliegue de ideas y que en la pluralidad conviven, se desarrollan y sin mutilaciones son objeto de nuevos paradigmas. De ahí que otras instituciones públicas y privadas de educación superior que no son explícitamente autónomas abrevan del espíritu autonómico y lo aprovechan dadas las bondades que la libertad de cátedra, de investigación y la autonomía les proporcionan.
La UNAM, junto con el Instituto Politécnico, el Colegio Militar y la Escuela Naval están inscritas en letras de oro en los muros del palacio de San Lázaro, recinto de la soberanía nacional. Son cuatro instituciones académicas y formativas que por sus méritos y aportaciones al país están ahí. No me detendré a pormenorizar las virtudes por cada una de esas magnificas fundaciones. Las cuatro son seductoras porque nos alejan de la tenebrosa ignorancia y nos aproximan al fuego domesticado prometeico al divulgar y expandir el pensamiento libre y el conocimiento fundado en la razón.
La política desdeñosa y hostil que el primer mandatario esgrime en contra de las instituciones autónomas, incluida la UNAM es un contrasentido. Pareciera que ya olvidó o no entendió que el poder absoluto conduce al despotismo y al desencuentro con la tolerancia y la pluralidad. Él ha manifestado que se está con su proyecto o se está en su contra. Lo cual es una postura maniqueísta antidemocrática que busca la confrontación. El pensamiento binario corre el riesgo de ser excluyente y exclusivo con lo cual nos aproxima al radicalismo de las posturas antagónicas duales como si todo fuese polos opuestos. He ahí el peligro al que conduce el pensamiento unidimensional. Que es precisamente contrario al que proponen la autonomía, la libertad de cátedra y de investigación.
La relación Estado-Universidad que se vive con la actual administración ya tiene aristas escabrosas y la escalada de intromisiones gubernamentales podría escalarse debido a que este año la UNAM vivirá el cambio de rector. No me sorprendería ver activistas y porros pagados agrediendo el proceso de auscultación. Ojalá me equivoque, pero ese ha sido el tenor que singulariza a la actual gestión.
Triste es que desde una oficina gubernamental se atente en contra de la autonomía universitaria y se quiera dogmatizar al profesorado universitario y se le diga qué enseñar, cómo hacerlo y la orientación maniqueísta del contenido académico. Ese será el fin de la autonomía y de la libertad de cátedra y el principio del totalitarismo.