Sobre la Pobreza, la Guerra y el Amor

Christopher Hitchens, Amor, pobreza y Guerra. Editorial ‏de‎ Debolsillo, Barcelona, España. 537 páginas. 2022.

DAVID MARKLIMO

Un antiguo proverbio dice que la vida de una persona no es completa si no ha conocido el amor, la pobreza y la guerra. Si tomamos por cierto eso, habría que preguntarse cuándo y cómo se entrelazan, qué repercusiones tienen en la vida.

Los primeros en no dar por válido este dicho, en preguntarse estos postulados, fue la generación del sesenta y ocho; particularmente, el periodista británico Christopher Hitchens en su Amor, pobreza y Guerra, que se ha reimpreso ahora en español. Cada concepto se convierte en un capítulo donde se reflexiona sobre su peso, su importancia y cómo ha impactado en el crecimiento personal.

Así, brevemente, en Amor, Hitchens reflexiona sobre el legado de autores como Kipling, Trotsky y Churchill y celebra a Proust, Borges y Joyce (un amor que se enriquece en barrica, si se puede decir, y se intensifica en el tiempo). Americana, se cierra con la exploración del patriotismo que se hizo tras el 11S.  Pobreza incluye las polémicas contra la religión, así como objetivos laicos, como el cineasta Michael Moore, el historiador revisionista David Irving o el repulsivo culto a los Kennedy. Guerra recoge sus visitas al Kurdistán, Pakistán e Iraq, y sus columnas a raíz del 11 de spetiembre de 2001 en Nueva York. Para Hitchens, si se pudiesen condensar las tres palabras en una imagen sería la de los aviones estrellándose en el World Trade Center. Ese sí que fue un auténtico día de amor, de pobreza y de guerra. Una descripción profundamente exacta.

Por supuesto, a lo largo del libro, están las grandes causas de una generación:  Cuba –que termina convirtiéndose en todo aquello que detestaron–, a Corea del Norte –una especie de sitio macabro y terrorífico pero con su parte cómica–, y al Kurdistán –que nos recuerda lo mal que las potencias han trazado el mapa del mundo–. También desfilan algunas causas a contracorriente del mundo, como la persecución de los fumadores, la constante reivindicación de Churchill o el apoyo a la invasión de Irak (que él veía como una deuda para que el pueblo kurdo tuviese su Estado).

Muchas de las críticas a este libro vienen por la propia personalidad del autor, no tanto por cómo observa el mundo que le rodea. Habría que decir que, como todo sesentayochista (pensemos en Vargas Llosa, en Daniel Cohn-Bendit o en Fernando Savater), Hicthens no es un hombre modesto, y quiere que su figura sea casi tan grande como el paisaje. Pero la personalidad es una parte fundamental del relato y no se entendería sin ella. Al reclamo de quienes acusan a Hitchnes de tirarse par aluego levantarse, habría que responderles que desde  el suelo, también, se ve bonita la luna.

No se trata de frivolidad que en tantas ocasiones surge entre otros miembros de su generación, sino del gusto por un viejo tipo de periodismo –Hitchens suele a Orwell– que puede ser placentero, quizá sea mejor decir que se es vanidoso, y útil. No es una cuestión de lamentar las injusticias, más bien, es una cuestión de denuncia, de mostrar profesionalidad y denunciar aquello que uno, ante su conciencia, determina que está mal.

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