Leer las noticias e indignarse

Por Ezequiel Gaytán

Usualmente despierto antes de que asomen los primeros rayos de luz y de buen humor porque tengo un día más de vida. De ahí que al leer las noticias predomina mi optimismo, aunque hay ocasiones en que rápidamente me preocupan, me alertan y últimamente me indignan. Lo acontecido en el Senado el pasado miércoles 14 es a todas luces un día que en la historia será recordado de luto nacional, pues fue la cuchillada contra la democracia debido a una demostración de vileza del grupo de senadores de Morena y sus esbirros de los partidos del Trabajo y del Verde, quienes hicieron ostentación de servilismo e infamia. Quedó claro que los votos de la oposición fueron en defensa de un proyecto de pluralismo, tolerancia e inclusión. También fue manifiesto que en el Congreso de la Unión conviven dos proyectos. El de la democracia pluripartidista representada por el PAN, PRI y PRD y el del autoritarismo personificado en nuestro primer mandatario, su movimiento y sus dos partidos cortesanos. 

Es cierto y me queda claro que cuando alguien decide militar en algún partido político se compromete con los principios, ideología y programa de trabajo de esa entidad de interés público. De ahí que la afinidad ideológica es fundamental cuando desde la cúpula de un partido se instruye o “se da la línea” respecto al proceder y actuar de sus militantes; sobre todo los representantes populares en el poder Legislativo, pues en ese ámbito existe el llamado voto de consciencia que se refiere a la situación en que un diputado o un senador se abstiene de votar en un cierto sentido, aun cuando su partido ordena votar en otro. Léase, el voto de consciencia es la posibilidad que tiene un representante popular de abstenerse de votar con su partido por causas excepcionales. Es contrario al voto de obediencia o voto disciplinado partidista. Son pocos los partidos políticos en el mundo que reconocen en sus estatutos esa singularidad y cabe anotar cuanto antes que se trata de excepciones sujetas a un procedimiento específico en el cual se estipula que solo puede utilizarse una vez al año y mediante un diálogo con el líder del partido en la bancada. Claro que en México, debido a que no existe estatuariamente esa cláusula en la mayoría de los partidos, los representantes populares, cuando enfrentan un dilema de consciencia, faltan el día de la votación argumentando alguna indisposición estomacal o gripa, de ser el caso, acuden a sus respectivas cámaras, pero poco antes de que sea su turno de votar se paran de su curul y mediante argumentaciones fisiológicas se abstienen de votar. De ahí que en el argot político a esa crisis de consciencia partidista se le llama “mingivoto”.

Pero no fue el caso del plan B. Los senadores del partido oficial, del Trabajo y del Verde demostraron que su voto de obediencia estuvo por encima de la razón y de un proyecto democrático. Predominaron por un lado el llamado voto disciplinado y, por el otro, las ambiciones personales inescrupulosas de poder. Léase, omitieron la búsqueda del dialogo, el consenso y la idea de la democracia como forma de vida. Lo acontecido ese aciago día fue una imposición emanada desde el Palacio Nacional en favor de un proyecto que suspira por el monopartidismo. De ahí su insistencia en convertirse en la nueva maquinaria de Estado el día de las elecciones, que controle al árbitro electoral y que se suprima a la representación de las minorías. 

Fue una sesión indignante porque con leyes secundarias el presidente López Obrador desea, como leguleyo, darle la vuelta a los preceptos constitucionales y su espíritu y desde la Silla del Águila imponer su voluntad sin contrapesos legislativos y judiciales. Peor aún, con sus reformas llamadas Plan B podrá manipular, si así le conviene, los procesos electorales, ya que es tácito que su expresión “y no me vengan con el cuento de que la ley es la ley” será lo que marque su obsesión por aferrarse al poder.

Me indigné porque la posibilidad de decir como ciudadano “no estoy de acuerdo y lo manifestaré mediante mi voto de reprobar su gestión”, ya no será posible. Nos quitaron de facto, la posibilidad de elegir, ya que con las reformas morenistas las minorías apenas tendrán espacios en las entidades federativas que sean demográficamente grandes. En los estados con menor población ya no habrá representación de las minorías debido al algoritmo que propone su reforma. 

Es indignante que quienes votaron a favor del proyecto presidencial reconozcan cínicamente que votaron sin haber leído el proyecto porque eran más de 300 cuartillas y no les dio tiempo de leerlas. En otras palabras, fue una votación al vapor y con ignorancia plena. Esos senadores y senadoras cobran por levantar la mano.

Ni dejaré de leer las noticias, ni dejaré de indignarme y tampoco me resignaré ante los atropellos de un gobierno que pretende llevarnos al autoritarismo presidencialista. Con mi pluma seguiré esgrimiendo las ideas en favor de la democracia. 

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