*La “Plaza Sí al Desarme, Sí a la Paz” y la Escultura Molino Para la Paz
*Más Allá la Estatua de una Niña que Sostiene un Corazón en la Mano
*También hay Unos Zapatos Donde los Peregrinos Meten los Pies
*Y Además, un Pequeño que Extiende la Mano Para que la Tomes
*Sonó la Música Para la “Danza de los Arrieros”, Bailada Sólo por Hombres
*Tras ver a “La Morenita” Millones Regresaron a sus Hogares
SUSANA VEGA LÓPEZ
Aquí se dieron cita más de once millones de personas de todas las edades, de muchas nacionalidades; de diferentes culturas y razas del país y extranjeras; familias, amigos, danzantes, músicos y hasta equilibristas acudieron a este sitio, el más visitado en su tipo en América Latina: la Insigne Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe.
Luego de que en 2020 se prohibieran las manifestaciones masivas por causas del Covid-19, y que en 2021 se dieran algunas restricciones, el pasado 12 de diciembre llegaron a la Basílica de Guadalupe peregrinos de muchos lugares para agradecer que tienen trabajo, comida, salud y un lugar donde vivir.
Toda una experiencia resultó llegar a la segunda edificación católica más visitada del mundo. Al comenzar a caminar por el cruce de Paseo de la Reforma y el eje vial Manuel González -después de andar por Isabel la Católica a la altura de la colonia Obrera-, se puede ver la “Plaza Sí al Desarme, Sí a la Paz”, donde se encuentra una escultura llamada Molino Para la Paz, de Miguel Ángel Campos Ortiz. Una obra que pesa tres toneladas y mide 3.5 metros de altura, realizada con más de 4 mil 700 armas de fuego que fueron entregadas voluntariamente por la sociedad.
Dato curioso es tomarse la foto en este lugar donde se encuentran la estatua de una niña que sostiene un corazón en la mano; enseguida, unos zapatos (allí pones tus pies), después, un pequeño que extiende la mano para que la tomes y, por último, otros zapatos (para que se coloque otra persona); atrás, el remolino de armas: pistolas y rifles.
Al cruzar la calle, comienza el camellón de la Calzada de los Misterios. Se observa una gran carpa a cargo de policías de la Ciudad de México que ofrece alimentos para quienes transitaban rumbo a la Basílica. A las dos de la tarde ya no había nada. “Al rato llega más comida”, dijo una mujer.
A lo largo de la Calzada, voluntarios ofrecen un tentenpié. La gente se forma de manera ordenada para estirar la mano y recibir un taco de chicharrón en salsa verde y otro de frijoles con huevo; como plato, una servilleta. Apenas llegaron y la gente se juntó.
Más adelante, personas reparten agua embotellada; vasos con aguas de sabor (limón y naranja); nieves de sabores, dulces, tortas, sándwiches, más tacos de guisados, pan de dulce y fruta. Se ve una larga fila que espera a que se termine de guisar longaniza y carne. Las tortillas están a la espera. La gente aguarda impaciente. El olor llega y apremia el hambre, el antojo.
Vendedores de artículos varios: desde cadenitas, medallas, cuadros, estampas y figuras con la imagen de la Morenita del Tepeyac, aparecen en el trayecto. También se exhiben, para su compra, sombreros, gorros, tenazas para el cabello, cables para el celular y hasta máquinas para rasurar.
DANZA DE
LOS ARRIEROS
Al llegar a la Basílica se nota más gente. Son las tres de la tarde del 12 de diciembre. Resaltan unos hombres vestidos de blanco: pantalón, camisa, gabán y faja, todo con coloridos bordados. Vienen de San Miguel Ameyalco, Lerma, Estado de México.
El señor Miguel Juárez explica a Misión Política, que cada año, un grupo de su comunidad llega a la Basílica a ejecutar la Danza de los Arrieros, una tradición donde sólo intervienen hombres. La banda de viento, una guitarra y un violoncello acompañan con diferentes ritmos. Aquí, lo particular, es que durante la danza cocinan mole y arroz.
La feria de San Miguel es la más grande de la región, interviene el señor Moisés Blas Barranco, quien desde hace más de 48 años participa en el bailable. Explica que la danza tiene sus orígenes cuando mercancías como el maíz, el arroz, el café, el trigo y otros granos, se transportaba en burros, mulas o caballos y las personas que los arriaba iban guiando al animalito hacia un lugar determinado. “La danza es en honor a ellos, a los arrieros”.
“Es una tradición, traemos varios niños que vienen empujando, ya están bailando para continuar con la danza”, dijo.
En tanto, Salvador Iterino Palma recuerda que en 2019 la danza cumplió 100 años. Comenta que salieron del pueblo muy temprano para llegar a la Basílica y comenzar los preparativos para cocinar, en grandes cazuelas de barro, un delicioso mole y arroz. Mientras los hombres bailan, dos de ellos se dedican a poner carbón en los anafres para comenzar a cocinar.
“Antes de salir de casa, pongo a remojar mi arroz, mínimo dos horas, en agua caliente; muelo mi jitomate con su cebolla y su ajo y lo cuelo para que no se vayan los pellejitos. Para saber si ya está caliente el aceite pongo un arrocito y si se empieza a dorar es que ya está y entonces ya echo todo el arroz (ocho kilos); se sazona y echo el jitomate y de golpe le pongo entre 14 y 16 litros de agua para que se cueza parejo. Lo tapo para que el calor absorba bien el agua”.
También comienza la preparación del mole que, asegura, una persona les dona cada que salen a bailar. “Se acuerda un horario y a esa hora, hoy a las tres, comenzamos a servir la comida. Es para llevar un control, un orden. Se pide a la gente que forme una sola fila, pero, mire, no hacen caso y ya son dos colas, pero sólo en una servimos”.
“El cansancio, el hambre, o los dos juntos hacen que todo sepa más rico”, dijo doña Chanita, quien degustaba un plato de pollo con mole y arroz. “De los mejores moles que he probado”, apuntó don Alfredo, quien comía mole pero a él le tocó con carne de cerdo. “Valió la pena ver toda la danza. Espero alcanzar algo de comer”, decía una señora que estaba en la larga fila frente a las puertas de la iglesia.
Aclaró don Salvador que tienen varias fiestas: “el 29 de septiembre, Día de San Miguel Arcángel; sacamos otras fiestas en Corpus Christi (Día de las Mulas); el 22 de noviembre, el día de Santa Cecilia (la Patrona de los músicos…) es que somos muy fiesteros”.
Ahora esperan la fecha del 30 de enero para salir a Guadalajara y regresar el 5 de febrero. Van a bailar a Zapopan, a Talpan y a San Juan de los Lagos, en su fiesta; luego van a Aguascalientes a ver al Cristo Roto.
“Todos cooperamos. Para la música nos tocó de a 600 pesos los que venimos, aparte el camión (150) y como vine con mi esposa fueron 300, por lo que hoy aporté 900 pesos por los dos”.
Para las fiestas del pueblo están los tesoreros, personas casadas, que se encargan de ir de puerta en puerta a recoger la cuota de la festividad que va de 800 a mil pesos por casa.
“Pero si en casa tengo dos o tres hombrecitos, debo cooperar aparte para los jóvenes solteros que se dedican a recolectar el dinero para los fuegos artificiales. Aunque somos un mismo pueblo, nos dividimos en dos partes, el lado del río y el lado del aire, entonces se hace una competencia para la pirotecnia. Allí quemamos los castillos.
“Aparte hay un grupo de damas solteras; ellas se dedican a recolectar dinero a pura señorita. Eso se utiliza para las necesidades de la iglesia”.
Más allá otro grupo de personas observan a una mujer vestida como ese personaje mexicano: La India María. Caminaba sobre una cuerda floja y guardaba el equilibrio con una vara. Parecía hacer un sketch de una película cómica.
A los pies del Cerro del Tepeyac, al Santuario de la Iglesia Católica, llegan más danzantes. Visten grandes penachos, taparrabos, pectorales, cascabeles y sonajas. Bailan en círculo. Hombres y mujeres brincan sin cesar al son que marcan los tambores. La gente se arremolina para verlos. A unos pasos está un sacerdote en un lugar específico donde da la bendición y prácticamente baña a los asistentes con agua bendita.
Al salir del templo, los tradicionales escenarios con caballos de madera tamaño natural con zarapes multicolores, sombreros de charro, estampados de la Virgen y la Basílica posan para tomar la foto del momento.
Durante muchos años, las noticias dieron cuenta de saldos negros por las visitas multitudinarias a este santuario; las aglomeraciones y las inclemencias del tiempo resultaban fatales en este sitio católico que resulta el más visitado en América por nacionales y extranjeros; ahora, en el marco de los festejos de la aparición de la Virgen, las cosas cambiaron, y para bien.
Para muchos es toda una tradición asistir a la Basílica cada 12 de diciembre. Y sí, resultó toda una experiencia. Pero se puede ir cualquier día.