En memoria del maestro Leopoldo Borrás

Austral

Ricardo Del Muro

Ha fallecido el maestro, poeta y periodista, Leopoldo Borrás.  La triste noticia me la confirmó su hijo David desde Cocoyoc, la casa de campo donde nuestro amigo Polo pasó los últimos años de su vida en compañía de su familia. Hacía mucho tiempo que había dejado de usar el celular y la computadora, víctima del Alzheimer. El sábado 3 de septiembre pasó a mejor vida.

Sin duda, el gran Polo Borrás fue un chiapaneco brillante. Nació en Comitán el 17 de marzo de 1941 y, aunque vivía en la Ciudad de México, siempre se consideró un “comiteco de hueso colorado”, pues en esta hermosa ciudad estaba enterrado su “mushuk” y decía que si moría lejos de Comitán le gustaría que lo trajeran para descansar en el panteón donde están las tumbas de su madre y de su padre.

Alguna vez, en una entrevista, expresó su deseo de que al morir lo incineraran y de sus cenizas, se hicieran dos montoncitos: uno para su Comitán y otro para esparcirlo en las aguas de su amado río Yayagüita, en Chicomuselo, que

era “el Macondo de Leopoldo Borrás”, según dijo en una entrevista Marco Aurelio Carballo, otro distinguido periodistas chiapaneco ya fallecido.

Aquel Chicomuselo, descrito en uno de sus cuentos, que “tiene una fauna a cual más extraña: iguanas doradas que devoran rayos de sol desde la clandestina arena de las playas ribereñas; loros que una vez al año, en marzo, vuelan en parvadas y repiten frases obscenas; tucanes que al bañarse en los ríos los tiñen con los colores de su plumaje y monos saraguatos que se roban a los niños maleducados”.

Después de cursar su educación básica en Comitán, Borrás viajó a la Ciudad de México y fue uno de los primeros periodistas titulados en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Gracias a una beca que le otorgó el periódico Novedades viajó a un curso de especialización en el Instituto Yugoslavo de Periodismo (1961 – 1963), por lo que se convirtió en uno de los pocos mexicanos en hablar el idioma serbio – croata, convirtiéndose en interprete oficial cada vez que llegaba al país algún visitante distinguido de ese lejano país europeo.

Al regresar a México, Borrás se incorporó como catedrático de la UNAM, además de iniciar una exitosa carrera profesional en los principales medios mexicanos: Novedades, Excélsior, Notimex, XEB, Televisa, Canal Trece, entre otras actividades como ser jefe de prensa del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), donde fundó la revista Ciencia y Desarrollo.

Hombre de gran talento y sensibilidad, Borrás creó una amplia obra literaria, integrada por cuentos (reunidos en el libro Un millón de fantasmas, 1974), poesías (Balada de Amor y Muerte, 1980; Canto de amor a unos zapatos viejos, 1985; Poema ecológico, 1993); numerosos ensayos y libros referentes a su profesión, entre los que destaca la Historia del periodismo mexicano (1983).

Tengo gratísimos recuerdos de mi amigo Polo Borrás. Fue mi maestro de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y tuvo la gentileza de invitarme a ser su adjunto en la materia de Periodismo de Investigación, además de dirigir mi tesis de licenciatura en Sociología.

Enemigo de la solemnidad, el maestro Borrás siempre aplicaba en sus cátedras su experiencia de reportero para explicar los temas más complejos de manera sencilla y amena, complementándolas con anécdotas, bromas y la antología de ocurrencias que siempre lo caracterizaron.

Alguna vez al explicar que el objetivo principal del periodismo es informar y orientar a la opinión pública, el maestro Borras nos platicó sobre un debate de sobremesa sobre el periodismo que habían sostenido Ramón Beteta, pionero del periodismo por televisión; Mario Santaella, director del Diario La Prensa; Miguel Lanz Duret Jr., de El Universal y Álvaro González Mariscal, entonces jefe de protocolo del presidente Adolfo López Mateos, quien hacía una visita de tres días a Yugoslavia (29 de marzo al primero de abril de 1963), en su gira por Europa.

Borrás estaba en Belgrado, becado por Novedades. “Comíamos en un típico restaurante serbio enclavado en un viñero llamado Vinograd, frente al río Danubio, a escasos kilómetros de la capital yugoslava”, platicó el maestro.

“En el restaurante – recordaba Borrás -, sentados alrededor de una mesa desde la cual se observaba la corriente azul y rectilínea del Danubio, Beteta pidió para él “la comida que los yugoslavos acostumbren normalmente” y el capitán de los meseros – que lo conocía – trajo, fuera del orden los platillos, uno con picantes chiles verdes y luego un platillo con “ensalada serbia” que no es más que la popular salsa mexicana con jitomates, cebollas y chiles verdes picados”.

“Pero ¿cómo, también comen chile los yugoslavos? Increíble”, fue el comentario de todos y la conversación siguió en torno a las carnes asadas, ensaladas y vinos, lo que hizo que la cuenta ascendiera a diez mil dinares, equivalentes a más de 100 pesos mexicanos de aquella época.

Ese día aprendimos mucho más que los elementos de una nota informativa. Nos describió cómo era la vida cotidiana en la república socialista que gobernaba Josip Broz Tito, el legendario líder de los partisanos y los conflictos interétnicos de los Balcanes que, al paso del tiempo, desembocarían en la disolución de ese país en 1991 y una guerra fratricida entre bosnios y croatas.

 

Así eran las clases del maestro Borrás. Impartió más de once cátedras distintas dentro del área del periodismo y la comunicación social y contribuyó a formar a muchas generaciones de periodistas que al dejar las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas, siempre mantuvimos la amistad al convertirnos en colegas del querido maestro que siempre recordaremos.

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