Cuarto Informe de Gobierno

*El Mandato Constitucional Imposible de 

Mandar al Diablo

*4º. que no Estará Ante los Congresistas;

Zedillo, el Último 

*Todos Protestaron Cumplir y Hacer Cumplir

la Constitución 

*El Próximo y la Ocultación de la Realidad 

Nacional

EZEQUIEL GAYTÁN

El presidente de la República está a unos cuantos días de rendir su cuarto informe de gobierno. Debe hacernos saber por escrito, de acuerdo con el artículo 69 constitucional, acerca del estado que guarda la Administración pública del país. Es cierto que todos los informes son relevantes, pero éste es especial pues su informe lo rinde por segunda ocasión ante una Cámara de Diputados en la cual ya no tiene la mayoría absoluta de su partido y por lo tanto la glosa consecuente puede ser ácidamente crítica. Aún más, es el informe de lo asentado y de los frutos que se cosecharán, ya que en términos políticos, económicos y administrativos no es ni justificable ni explicable culpar al pasado de la herencia gubernamental recibida. De dicho informe en adelante un primer mandatario tiene que hacernos llegar un mensaje de aliento realista. Ya quedó muy atrás la campaña electoral y sus promesas. Ya es tiempo de bonanza y primeras cosechas. Así lo dicen la teoría y la historia de los informes. 

Al presidente López Obrador le gusta informar trimestralmente acerca del desarrollo de su gestión y, como todo político, disfruta resaltar sus logros y minimizar aquellos rubros en los cuales no hay avances significativos o francamente retrocesos. Su decisión de hacernos saber cuatro veces al año acerca del estado de su administración es plausible. Sin embargo, lo hace de manera inconsistente, pues sus informes aluden a aspectos sin duda importantes, pero no hay sistematización, ni orden, ni apego a la estructura del Plan Nacional de Desarrollo 2019 -2024. En otras palabras, en algún trimestre se nos hace saber algo sobre un aspecto y luego el tema no se retoma en meses. De ahí que el informe del primer día de septiembre debe ser sólido con los tres informes anteriores y decirnos acerca de todos los capítulos del diagnóstico nacional. Esa es su obligación.

Los informes de gobierno varían en circunstancias, forma y fondo según el mandatario. Pero encontramos similitudes. El primero es importante porque es la afirmación presidencial de que el pasado quedó atrás. Con cuidado y cierta pulcritud tiende a decir que tomó un país con errores del pasado y ciertas dolencias, pero que en su gestión se van a corregir. El segundo sostiene que ya está enderezado el rumbo. Que la nave marcha viento en popa y que es importante sumarse al proyecto. Se trata de un informe optimista, con datos duros positivos y certeros. El tercero se distingue porque se rinde ante una nueva legislatura en la Cámara de Diputados, con lo cual el control político del presidente se nota claramente, pues los representantes populares del partido en el gobierno saben acerca de la importancia de los amarres políticos necesarios para la continuidad de su partido en el poder. Los contenidos de ese informe son la base de la proyección del desarrollo nacional. El cuarto, como lo expresé líneas arriba, es tal vez el más importante desde el punto de vista de la gestión pública, ya que el presidente hace del dominio público los primeros resultados triunfalistas de su gobierno. Se trata de afirmar que sus promesas y compromisos de campaña ya empiezan a ser una realidad y que la apoteosis nacional se debe a la conducción firme y segura de su administración. Es un informe usualmente más largo que los tres primeros y los anexos, cuando los hay, están repletos de cuadros estadísticos que afirman lo expresado por el presidente. El quinto informe es altamente significativo porque es el último al que se le pondrá atención, pues los tiempos políticos son ineludibles y unos cuantos meses después los grupos de interés, así como los partidos políticos estarán atentos a manifestar los nombres de los candidatos. De ahí que el quinto informe tiende a ser el de mayor contenido político. Más aún, el mensaje a la nación es el apuntalamiento, con ciertos engaños, del nombre del sucesor. Finalmente, el sexto informe es el de la despedida. Es un informe en el que ya estará presente la sombra del presidente electo. Consecuentemente las cifras y datos que se expongan serán relevantes, pero no tendrán la trascendencia que debieran.

 

LOS CUATRO

ANTECESORES

Por lo anterior me detendré históricamente de manera específica en el cuarto informe que es el que está a unos días de rendirse. Ernesto Zedillo fue el último presidente de la República del México posrevolucionario en acudir al Congreso a entregar por escrito el estado que guarda la Administración pública del país y leer lo fundamental de su informe. Resaltó de manera significativa sus logros en materia social (educación, salud, alimentación y trabajo) mediante el programa PROGRESA. Su intención fue despojarse del estigma de tecnócrata que le imputaban debido a que su prioridad era la economía y salir de la crisis de diciembre. Fue un informe de corte social, pues era evidente que parte de su labor era darle atención al movimiento indigenista y a las áreas rurales. 

Por lo que respecta a Vicente Fox y todos los presidentes del siglo XXI, ya no acuden al recinto legislativo a leer su informe. Desde entonces el protocolo es hacer llegar el uno de septiembre por escrito a San Lázaro el estado que guarda la Administración pública del país y, al día siguiente, en el Palacio Nacional, leer una síntesis de sus logros ante un auditorio apropiado para los aplausos. El hecho es que el guanajuatense destacó en su cuarto informe sus avances en materia de Derechos Humanos, lo bien que marchaba la economía debido al elevado precio del petróleo y que el programa Oportunidades era un éxito. 

Su sucesor, Felipe Calderón, gobernó en circunstancias divididas debido a que su gobierno fue objeto de cuestionamientos sistemáticos por parte de la izquierda que lo acusaba de ilegal. De ahí que aprovechó que su cuarto informe coincidiera con los 200 años del inicio de la Independencia y 100 años del inicio de la Revolución. Fue una magnífica oportunidad la que tuvo y supo aprovecharla, pues manifestó subrayadamente lo alcanzado y restó en la forma el problema que lo desbordaba: la lucha contra el crimen organizado, aunque si lo abordó. 

Finalmente, Enrique Peña Nieto leyó un documento de unas cuantas cuartillas sobre lo que estaba haciendo su gobierno y en el patio de Honor del Palacio Nacional invitó a jóvenes de distintos estratos sociales y culturales y fue un aburrido y fastidioso intercambio de preguntas y respuestas.          

 

INFORME: PUNTA PARA

RENDIR DE CUENTAS

 

Es importante precisar que los informes de gobierno son punta de lanza de la rendición de cuentas, pero de ninguna manera debe interpretarse como sinónimo rendición de cuentas y de transparencia. Por un lado, la rendición de cuentas va más allá de los informes gubernamentales anuales. Tiene que ver con respuestas especificas a preguntas específicas que la sociedad dirige a las diversas dependencias y entidades de la Administración pública y, en caso de que no haya contestación, contamos con el apoyo del Instituto Nacional de Acceso a la información (INAI) a fin de que las instancias gubernamentales nos informen respecto de aspectos pormenorizados y no sobre generalidadeds, algo que a esta administración le encanta hacer. Por el otro lado, no debemos confundir el Informe con la transparencia de un gobierno abierto, ya que no es lo mismo escuchar o leer acerca de lo que dice el primer mandatario en sus conferencias mañaneras que observar cómo esta gestión realiza compras directas, en algunos casos hasta de un 90% de las adquisiciones gubernamentales. Eso es sinónimo de oscurantismo y levanta sospechas fundadas de manipulación y, en su caso, de corrupción.

 

LOS DATOS DUROS

QUE SE OCULTARÁN

 

El cuarto informe que se avecina debe contener datos congruentes con la información proporcionada por instituciones como el INEGI, el Banco de México, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y otras. Se trata de información del dominio público que nos permite a los ciudadanos analizar tendencias, procesar tasas de crecimiento o decrecimiento, proyectar curvas estadísticas y comparar las cifras de la Presidencia con las de esos organismos constitucionales autónomos. De ahí que “los datos del presidente” ya no pueden mantenerse ocultos. En caso en que alguna dependencia altere datos podremos percatarnos y señalar la mascarada.

El problema es que el titular del poder Ejecutivo Federal insiste en ocultar datos. Ahora al amparo de su noción muy personal de la seguridad nacional, lo cual es incongruente, pues tenemos desde el año 2005 la ley en la materia que acota acerca de lo que debemos entender por ese concepto. De ahí que en el contexto del informe de gobierno que se avecina ya existen sospechas fundadas de que no tenemos un gobierno abierto, transparente y proclive a la rendición de cuentas. 

Probablemente el presidente hablará tangencialmente acerca de algunos rubros en los cuales su gobierno no ha dado resultados satisfactorios. No será el primero ni el último mandatario que haga eso. Confirmará cualitativamente sus logros y los hará ver como éxitos irreversibles, adornará su mensaje con muletillas tales como transformación, honestidad valiente, combate abierto y frontal contra la corrupción o me canso ganso por citar algunos ejemplos. Además, sostendrá que de los 100 compromisos que hizo en la plancha del zócalo capitalino el primer día de diciembre de 2018, sólo le faltan dos. A saber, desconcentrar las secretarías de Estado a la provincia y solucionar el asunto de los 43 desaparecidos de Iguala.  

Al respecto es importante señalar que se trata de compromisos, pero no son un programa de gobierno, ni algo que se le parezca. Es un listado loable de buenas intenciones que en algunos casos inciden en demandas y necesidades sociales, en otros se trata de actividades propias de las atribuciones de las dependencias y entidades gubernamentales y algunos más son irrealizables en seis años, aunque se empeñe la voluntad política. Así tenemos por ejemplo que el rubro 13 sostiene “se hará realidad el derecho a la salud, pues su propósito es garantizar a los mexicanos atención médica y medicamentos gratuitos”. Otro ejemplo es el 55 que expresa “habrá un auténtico Estado de Derecho. A nadie le estará permitido violar la Constitución y las leyes, y no habrá impunidad, fueros ni privilegios”. Un tercer ejemplo es el 76 que señala “no se permitirá ningún proyecto económico, productivo, comercial o turístico que afecte el medio ambiente”. Cité tres ejemplos de sus 100 compromisos y queda claro que no ha cumplido en materia de salud y medicamentos gratuitos, que su decreto presidencial por adscribir la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional es violatorio a la Constitución y que el Tren Maya atenta contra la ecología. Luego entonces, le faltan más de dos compromisos por realizar. 

 

DEL SOLGAN A

LA REALIDAD

Un informe de gobierno va más allá de palomear adeudos al calor de una campaña electoral. Es, ante todo, la oportunidad de un presidente a fin de que la sociedad evidencie lo ofrecido y lo confronte con lo logrado en materia política, jurídica, económica, administrativa y social. El informe que nos presenta un mandatario es con el propósito de que los ciudadanos estemos enterados en primer lugar acerca del destino de nuestros impuestos; en segundo lugar, conozcamos las medidas que el poder Ejecutivo considera necesarias y oportunas que habrán de materializarse en proyectos de ley y, en tercer lugar, tener la certeza de que dicho informe será sometido a análisis y glosa por parte de nuestros representantes populares.

Lo paradójico es que uno de los lemas de campaña del partido Morena es el de “no mentir” y, sin embargo, lo hace. Es cierto que mediante eufemismos y actitudes cínicas a esta administración le ha dado por decir que “callar no es mentir” pero ese no es el espíritu de informar a la nación. Basta recodar que el primer presidente de México que acudió a la Cámara de Diputados a rendir un informe fue Guadalupe Victoria, pues así lo ordenaba la constitución de 1824. Desde entonces todas nuestras constituciones obligan a los mandatarios a rendir un informe. Algunos presidentes entendieron el significado legal y legítimo de rendirnos cuentas y otros solo han aprovechado la tribuna para lucirse. Ahora le corresponde a Andrés Manuel López Obrador decidir acerca de qué comunicar en su cuarto informe y no mentir, ni engañar con eufemismos. 

 

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