Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Cada que el tiempo lo permite, enciendo la radio y escucho puntualmente el programa del historiador José Manuel Villalpando. Se transmite los sábados por Radio Fórmula. Y ayer hubo espacio para afinar el oído y descubrir que el iluminado mexicano puso en práctica políticas e ideas surgidas de la menta de Carlos III, el primer rey de la Corona Española perteneciente a la familia de los Borbón que, hasta hoy día, gobiernan.
Me llamó la atención, por no saberlo, que Rey modificó la forma de gobernar y pasó de la justicia para el pueblo a la felicidad del pueblo.
Por supuesto, estaba la condicionante: los súbditos nacieron para callar y obedecer.
Dicho esto, su Majestad interpretó qué era lo que el pueblo necesitaba para ser feliz, feliz, feliz.
Descubrió que la chusma necesita sentir que el Rey les daba todo y, por supuesto, lo agradecían atendiendo el mandato: sean felices obedeciendo y callando.
Me enteré de que en ese reinado se inventaron las Empresa Públicas del Estado, se diseñaron las becas para estudiantes de las bellas artes y el tesoro de la Corona sufragaba los gastos totales.
Carlos III, llamado “el Político” o “el Mejor Alcalde de Madrid”, nació en 1716 y murió en 1788. Reinó 29 años y no era dictador. Con la intención de que los plebeyos tuvieran posibilidad de enriquecerse, el Rey creó la Lotería y la exportó a México el 7 de agosto de 1770. Surgió, entonces, la expresión de los cultos juristas españoles: El Rey no está por encima de la Ley.
De pronto me vino a la mente lo que hace el iluminado mexicano y surgieron las comparaciones.
Si bien en la Constitución de Apatzingán, la de Morelos, se estableció que la felicidad para los recién independientes mexicanos era fundamental, el hombre nacido en Morelia redactó y su congreso lo aprobó, que para lograrla eren indispensables los elementos de libertad en la vida, seguridad y derecho a la propiedad personal, en la actualidad se restringe el concepto y solo se deja el de que los mexicanos deben ser felices, felices, felices, aunque mueran de hambre, de enfermedades que el Estado está obligado a atender y por la carencia de recursos económicos para sobrevivir.
Es curioso cómo una persona que degrada el neoliberalismo, lo acusa de todos los males en el país, pone en pausa la relación con España cuando no acepta ofrecer una disculpa por la sangriente conquista realizada con la espada y la cruz, copie, literalmente, las acciones del Rey Político.
Hay una diferencia de 275 años, cuando menos, entre lo que diseñó Carlos III para tener satisfecho al callado pueblo, y la que sigue el presidente de la mal llamada cuarta transformación.
Aquellos tiempos, por supuesto, no pueden ni deben ser comparados con los actuales. Sin embargo, tomar las bases de lo que hace un cuarto de milenio pasó, muestra poca imaginación y comprueba el plagio de políticas que prevalecen.
Hoy los apoyos en los llamados programas sociales tienen la consecuencia de lo que Carlos III les daba a los plebeyos a cambio de una sola condición: ser callados y sumisos.
El iluminado de hoy, siente que Dios le habla al oído -seguramente es Belcebú- y le indica cómo dominar a los “inferiores”. Y lo hace sin menor recato: comprando conciencias, dominando integridad y destrozando la dignidad.
Se presume desde el Palacio Virreinal la “soberanía, la independencia, la negación de ser colonia”, pero en la práctica el gobernante aplica los métodos y políticas de los conquistadores que dejaron impresa su paradigma colonial que hoy aplica quien aborrece sus orígenes cantábricos.
Antes de él, Carlos III dejó plasmada la forma de hacer feliz al pueblo: el silencio y la sumisión a cambio.
Adiós justicia. Bienvenida la felicidad.
¿Se parece en algo a lo que pasa en el México de la 4t?
La diferencia es que no hay justicia ni felicidad… lo otro se conquista con las dádivas. Y por supuesto, nadie se saca el avión presidencial ni los terrenos que rifa la Lotería Nacional.
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