Dónde Anda la Pasión

FEDERICO BONASSO

Siempre he celebrado la pasión. Por eso me gusta Beethoven, The Who y Miguel Hernández. Vengo de una familia apasionada. Mi abuela republicana lo era. Mi bella madre lo era. Pero quiero ocuparme de un matiz: las personas apasionadas que admiro, siempre combinan esa fuerza con otra virtud: la inteligencia. He llegado a pensar que la inteligencia es un compañero forzoso para que la pasión pueda llamarse tal.

Justamente al ser un valor tan preciado, me choca cuando se la abarata. Cuando se la diluye en sentimentalismo.

En ciertas circunstancias, adulterar la pasión es peligroso. Una cosa es un cirujano apasionado y otra un cirujano presa de sus arrebatos.

Hoy rige, salvo maravillosas excepciones, una pasión histriónica, de poco sustento. La pasión pueril de la vanidad: aquel que emite juicios sobre la realidad desde el ardor de su ombligo. La pasión del feligrés, o de la barra brava, al que le importa más el color de la playera que ha escogido que el presente y el futuro de la sociedad donde vive. La pasión maniquea, que solo es irritación, y que lleva a pensar que todo lo que hace el gobierno está mal, o todo lo que hace el gobierno está bien. Actitud que traba la salida a la luz de la crítica sustentada.

La moralina estridente, que no es pasión: aquel que comunica su superioridad de “ciudadano informado” sobre el chivo expiatorio del funcionario que detesta; más para afirmar una identidad pública que para sustentar su emoción con datos. Evadiendo, de paso, esa carga que tan pocos gustan asumir: la responsabilidad cívica. El paternalismo encabronado: aquel que le dice a los “tontos” que están pensando mal, votando mal, defendiendo las ideas incorrectas, apoyando lo que no deben apoyar.

Eso no es pasión, es soberbia.

También la pasión ha sufrido los embates del modelo individualista. Hay un show de la pasión en las redes. Una seudo pasión puesta al servicio de la pequeña fama virtual, y que desdeña con peligrosa indolencia todo ejercicio de complejización y análisis. La pasión narcisista es insulsa. Y en vez de deslumbrarnos, como un gran cuadro, o un hermoso poema, nos da tedio.

Aquella pasión que me admiró siempre, es la que trae una llama revolucionaria. En el arte, en la política, en el pensamiento. Y en el amor, claro.

 

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