Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Por angas o por mangas, el Sistema de Transporte Colectivo, Metro, está en un tobogán que amenaza con el colapso.
Antes de la tragedia de la Línea 12 en donde perdieron la vida 26 personas y más de un centenar resultaron heridas, algunas con daños irreversibles y de por vida, se incendió el Centro de Mando, desde donde se operan 4 de las líneas que cruzan de oriente a poniente y de sur a norte, algunas subterráneas y otras exteriores, después se desplomó el convoy de la Dorada -ahora conocida como de cobre- y después las constantes fallas en diversas rutas hasta culminar, es lo deseable, con lo ocurrido la madrugada del lunes por, presuntamente, un cortocircuito.
El anuncio de que la Línea 1 estará fuera de servicio a partir del 10 de julio y por espacio de 6 meses, la mitad de estaciones y al término de esta reparación el resto, debe hacernos reflexionar en qué está hacienda la Jefa de Gobierno que, en su administración, todo es un caos en el transporte masivo más necesario en la Ciudad de México.
Si bien es cierto que hay convoyes y vías con 50 años de uso y por tanto es comprensible que fallen, se descompongan o dejen de ser útiles, habría que recordar que los Metros de Moscú, París, Madrid, Praga, entre otros, tiene más de construidos y de uso y ahí están: funcionando.
Qué hace la diferencia. Una sola palabra: mantenimiento.
Baste atar cabos por ejemplo con la tragedia del 3 de mayo de 2021. Peritajes al por mayor y todos tienen una coincidencia: faltó mantenimiento en los últimos dos años. Es decir, a partir de la llegada de la nueva Jefa de Gobierno y su vecina y amiga, Florencia Serranía. Olvidar que la directora del Metro despidió al subdirector de mantenimiento y ella asumió los dos cargos, sería negar su responsabilidad.
Revisar que, en el sexenio pasado, el entonces Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera cerró la Línea 12 por 14 meses a raíz de los hallazgos en las curvas elevadas, no es ocioso. La tragedia puso al descubierto la carencia de un proyecto ejecutivo y las empresas constructoras hicieron lo que quisieron y de ahí derivó el desplome del convoy.
Nadie de los que forman el equipo corcholatero ha sido tocado con el pétalo de una rosa. Marcelo Ebrard urgió terminar la obra antes de concluir su gestión y Felipe Calderón la inauguró. Hizo lo mismo que hace el presidente López: cortó el listón sin que la obra estuviera terminada y en óptimas condiciones.
El ahora titular de exteriores dejó que la obra se realizara sin la vigilancia de necesaria expertos. Eso dicen los dictámenes. Sin embargo, ni a Ebrard ni a Mancera se les descarriló un convoy y menos se desplomó.
El Metro en la Ciudad de México transporta diariamente poco más de 5 millones de pasajeros. Y es cuando uno se pregunta: ¿qué haríamos sin Metro?
Porque el transporte público, llámese concesionado o del propio gobierno con sus autobuses, es insuficiente para atender la demanda de los usuarios. Más aún, mientras en el Metro y en el Metrobús las distancias se recorren en menor tiempo, los camiones urbanos tardan hasta tres veces más en recorrer del punto de partida al punto de llegada.
Los trolebuses y el tren ligero no satisfacen las demandas. Incluso, cuando se ordenó la revisión y remodelación del Ligero que corre de Taxqueña a Xochimilco, miles de usuarios perdieron trabajos, llegaron tarde a un hospital o abandonaron la costumbre de llegar a sus hogares y cenar en familia.
¿¿Qué haríamos sin Metro?
Esta pregunta se la debe hacer la mismísima Jefa de Gobierno. Sin el transporte masivo, el estallido social no lo detienen ni sus granaderos.
Tiempo es que se dedique a trabajar y lo haga bien. Eso le dará más puntos, por eficiente, que sus mediocres discursos en mítines de Morena.
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