El PRI, los Priistas y el Priismo
SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Como debe ser entre colegas y en publicaciones serias, la semana pasada le escribía al director de Misión Política, Jesús Michel, acerca del significado de la derrota electoral sufrida por el PRI el pasado 5 de junio. Indicaba que derrotas, triunfos, participación ciudadana, aplausos y omisiones: todo tenía un significado. Él aceptó el comentario, me recomendó leer el texto central de la semana pasada en Misión, pero no profundizamos más en las derivaciones temáticas por las premuras de agenda, y el modo de usar las tecnologías como el whatsapp.
Para continuar con el tema de las elecciones estatales escuché la entrevista que el pasado martes le hizo Carmen Aristegui al candidato ganador por MORENA en Tamaulipas, Américo Villareal Anaya. A la pregunta de la periodista acerca de cómo interpretaba la derrota del PRI en su entidad y otros lugares, Villareal le respondió que a su parecer el PRI se había alejado de su ideario político/social desde los años noventa, olvidándose de quiénes eran sus bases de apoyo electoral, luego privilegiando la entrada y dirección en el partido de elementos ajenos y opositores a las posturas históricas sobre el país que tantos triunfos le había dado en el pasado. Y finalmente, una interpretación cardinal: en los últimos años las alianzas electorales del PRI con institutos tan disímbolos como el PAN y el PRD habían hundido aún más al otrora partido mayoritario. Yo me pregunto, en la actualidad política y bajo el significado del gobierno de la 4T, ¿hay una diferencia ideológica esencial entre los miembros del PRI y los azules? Estimado lector, le pido por favor reflexione ¿qué incompatibilidad ideológica/programática existe entre José Antonio Meade y Ricardo Anaya? O entre Josefina Vázquez Mota y Carolina Viggiano. Muy pocas. Provienen de sistemas escolares parecidos, creencias religiosas semejantes y valores culturales afines, por ello el vox populli decía que el expresidente Peña Nieto era espiritualmente un panista, pero con camisa del PRI, porque así convenía a sus intereses, porque en el Atlacomulco del Estado de México así debía ser y no había de otra manera: ello fue también aceptado por Américo Villareal cuando Aristegui le pregunto sobre su pasado priista en Tamaulipas. O sea, el priismo sigue existiendo en la vida política de muchos de nuestros políticos, y eso, como está el instituto político es una desgracia para México.
Hagamos un poco de historia, el tránsito PNR del callismo, PRM del cardenismo y PRI a partir del alemanismo fue uno de los experimentos más exitosos en el recorrido de los partidos políticos a nivel mundial y particularmente bajo el panorama latinoamericano. Hubo otros partidos como el APRA peruano, la Unión Cívica Radical en la Argentina o el partido Colorado en el Uruguay que llegaron varias veces a encabezar gobiernos pero no con el mismo éxito y continuidad del PRI mexicano; ya se ha dicho y lo repetimos, la banda ancha ideológica del PRI permitió la simpatía de muchos políticos progresistas, a ello ayudó sus políticas de inclusión económica/social más durante algunos sexenios que en otros, su nacionalismo, su postura durante la Guerra Fría, pero también bajo el tiempo de las dictaduras latinoamericanas lo hizo accesible y visto con menos aversión por líderes sindicales, algunos intelectuales, clero católico y muchos empresarios que prosperaron a partir de la ubre de los gobiernos priistas. Es conveniente subrayar que, desde el mundo bipolar, que algunos creyeron había desaparecido, y que la guerra Rusia-Ucrania les abrió los ojos para darse cuenta que seguimos bajo la lógica estratégica de la post Segunda Guerra Mundial, el PRI como partido político es un raro espécimen que no cambio de nombre a resultas de la crisis de 1991. Siguió gobernando, pero como dijimos al inicio del presente texto, el partido sí sufrió una paulatina modificación en su ideario programático, una derechización en todos los órdenes de su dirigencia, candidatos y representantes populares. Y lo peor, si al lopezportillismo se le criticó de ser corrupto, el disque nuevo PRI resultó ser mucho más corrupto en sus gobernadores estatales, en los funcionarios de las pocas empresas públicas todavía no privatizadas y terrible: desde las esferas del gabinete presidencial peñista se propició el desfalco a la nación. ¿Es ello traición a la patria? ¿Son corresponsables todos los funcionarios que participaron en semejante cohecho?
El presidente López Obrador y como cantaleta ad nauseam señala que el fenómeno de la corrupción en el país es la causa de todos los males. Lo es, pero las causas deben ser explicadas y sobre todo, el gobierno actual no ha dado todavía los pasos importantes para detener a los corruptos más conspicuos. Si no logra hacerlo se parecerá más a los gobiernos panistas que no detuvieron a nadie de primer nivel, porque durante las administraciones priistas como sucedió con Díaz Serrano o la profesora Elba Esther, uno de ellos pagaba los múltiples pecados del sexenio recientemente terminado; el caso de Rosario Robles y Lozoya, aunque importantes no llegan al nivel necesario para vindicar a la sociedad agraviada que, en el 2018 y en las elecciones posteriores, le ha dado cada vez más la espalda a un priismo que construyó el México del siglo XX pero cuyos líderes actuales dan pena ajena. Eso lo diría el mismísimo Jesús Reyes Heroles.