Maxim Ósipov. Piedra, papel, tijera. Editorial Libros del Asteroide, 2022.328 páginas
DAVID MARKLIMO
La crisis en Ucrania está produciendo una especie de paranoia hacia todo lo que provenga de Rusia. De pronto, hay una especie de veto -aunque quizá lo mejor sea hablar de desprecio- hacia todo lo ruso. Desde Chéjov o Dostoyevski hasta la vacuna Sputnik contra la covid19. La rusofobia ha definido gran parte del debate cultural occidental desde hace ya dos meses.
Es en ese contexto en el que debemos situar la aparición de Piedra, papel, tijera, de Maxim Ósipov, uno de los escritores contemporáneos más destacados de Rusia, entre otras razones, por su extraordinaria capacidad para renovar el repertorio formal del relato breve ruso, cuya referencia inexcusable es, por supuesto, Antón Chéjov. No es de a gratis la mención a Chejov: Osipov también es médico, peor no ejerce la medicina. Los relatos que se presentan en este libro muestran un interés por las vidas corrientes de sus compatriotas: maestros de escuela, sacerdotes que tal vez nunca hayan creído, delincuentes comunes, niños, intelectuales acabados, cantantes líricas, pequeños y astutos empresarios y políticos corruptos, porteros. Se nos van mostrando diálogos, pequeños actos trágicos -como ese padre que “arregla” que su hijo no vaya a Afganistán o las miles de peticiones que las personas cuelgan en un monasterio-, un espejo de Rusia. Sería sensato decir que a Osipov lo mueve la indagación de las formas del desmoronamiento personal que acompañaron la caída de la Unión Soviética, como si a toda tragedia geopolítica le sucediese una de carácter personal, aunque no es lo único que le interesa, habría que decir. Chejoviano, por supuesto, Ósipov parece haber adoptado la idea de que el juicio moral es inútil, así como la certeza de que, cualesquiera que sean las acciones de los personajes, éstas están presididas por razones y circunstancias que sólo pueden inspirarnos compasión y ternura.
Casi todos los personajes son individuos perdidos o que pensaban tener claro su camino hasta que alguna circunstancia les obliga a asumir que su camino era equivocado y que hay que volver atrás… En algún momento se podría debatir sobre si que ésta compasión se debe a la influencia de algún tipo de espíritu religioso; puesto que es un tema que aparece en más de uno de los relatos… Ahora bien, en el que lo hace de forma más clara, Cual ola del mar, protagonizado por el geólogo metido a sacerdote ortodoxo, el padre Sergui, tampoco se diría que Ósipov parece muy convencido de que ha tomado la decisión correcta. El tema vuelva a aparecer en Piedra, papel, tijera, que da título a la recopilación, donde se explica los pormenores esenciales de la doctrina islámica, que tampoco es que entusiasme demasiado al escritor. Es más, en general, se diría que los personajes asisten con cierta perplejidad el renacer religioso tras la implosión de la URSS. Sin embargo, la subtrama religiosa de estos relatos da paso al verdadero interés del narrador: la historia y el pasado Rusia, su peso en la vida cotidiana de sus habitantes. Como si detrás de todo, siguiese estando el camarada Stalin. Terrible. O como si todo esto que sucede se pudiese explicar por el intento de enderezar la Historia, de que salga esta vez bien.
La imagen que se nos brinda de la Rusia actual, es la de un país donde hay poco interés por aquello que es verdadero. Un fenómeno que, aunque puede ser global, hace ver al país como una nación de provincias, que se indigna ante lo que sucede en la ciudad. Es una verdadera tentación pensar que estos diez relatos son un “retrato” de los habitantes de un país que ha lanzado una guerra cuyas consecuencias no se conocen. Pero es imposible no pensar en ello. Ya lo decía Chéjov: cualquiera que sea el tema de la conversación, un viejo soldado hablará siempre de guerra