* Los Movimientos Revolucionarios Acaban
por Desencadenar Implosiones
* Que “la Mano Derecha no Sepa lo que Hace
la Izquierda”, Propone San Mateo
*La Rotura va más Allá de lo Coyuntural. Se Trata
de un Problema Estructural
* El Gobierno Raya en el Quebrantamiento; Urge
Atender el Campo Económico
EZEQUIEL GAYTÁN
Mi propuesta es una especie de taxonómica que va de la fisura al quebrantamiento. Lo que propongo es una escala de lo más bajo a lo más alto respecto al tema del conflicto dentro en una organización. En otras palabras, abordo convencionalmente desde lo más bajo que es la fisura cuyas características sostienen que es algo común, rápidamente remediable y fácil de controlar. De la fisura pasamos a la fractura que ya es algo más serio y requiere un trabajo de los especialistas en desarrollo organizacional. Luego, en tercer lugar, sigue la rotura o rompimiento que ya es algo grave debido a que en una organización es sinónimo de crisis y atención urgente con altos costos y demanda especialistas en negociación y conflicto. Finalmente viene el quebrantamiento que se refiere a una escisión organizacional franca, abierta y casi irreparable en la cual en ocasiones ni los altos jerarcas pueden hacer mucho por remediar la situación. Por supuesto que se trata de una propuesta convenida a fin de hacer notar que cuando esa escala del conflicto acontece en una organización y se llega al quebrantamiento se desencadenan fuerzas internas difíciles de controlar y con graves daños internos que, en ocasiones, impiden la consecución de los objetivos propuestos por la organización.
Los ejemplos de ese escalamiento fácilmente los encontramos en la historia. Recordemos que los revolucionarios franceses empezaron con fisuras que llegaron al quebrantamiento y eso desembocó en la etapa conocida como “El terror” hasta el famoso Golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en su 18 Brumario. Algo semejante aconteció con la Revolución Bolchevique entre estalinistas y trotskistas, cuyo desenlace fue el ocultamiento del testamento político de Lenin y el asesinato de Trotsky en México. Lo mismo sucedió entre las facciones revolucionarias mexicanas a grado tal que ni entre los carrancistas hubo cohesión al triunfo del Constitucionalismo y que desembocó en el Plan de Agua Prieta en una lucha fratricida con la victoria del grupo Sonora y el asesinato de Venustiano Carranza. En otras palabras, los movimientos revolucionarios acaban por desencadenar implosiones que a la larga obstaculizan sus razones fundacionales y en muchas ocasiones acaban siendo movimientos traicionados.
El movimiento Morena llegó bajo el liderazgo indiscutible de Andrés Manuel López Obrador quien se preocupó por hacerlo ver como un sólido monolito con bases firmes y bien estructurado. Se hizo gobierno y empezaron las fisuras entre personas y grupos poco antes de la toma de posesión. Se aprecia en los cambios de última hora de su gabinete. Por ejemplo, la llegada de Marcelo Ebrard a la Cancillería cuando estaba previsto Héctor Vasconcelos. Lo mismo ocurrió en la Fiscalía de la República que no llegó Bernardo Bátiz, pero si Alejandro Gertz Manero. Otro ejemplo lo encontramos en el malestar que externó Ricardo Monreal desde el Senado en contra de la abogada Olga Sánchez Cordero. Fueron fisuras que se debieron a luchas internas del grupo ganador y que iniciaron con ciertos desaseos, pero controlables por el presidente López Obrador.
Esas fisuras de principio de sexenio fueron consideradas por los observadores externos y dentro del equipo ganador como algo normal debido a que la Administración pública es un sistema de acomodos laborales, base de proyección en la lucha por la sucesión presidencial y, en algunos casos, como un botín. Más aun, a ciertos presidentes les gustaba administrar las fisuras dentro de su equipo a fin de evitar ciertas alianzas, regirse bajo la conseja de San Mateo de que “la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” y exigir lealtad en búsqueda de sometimiento, obediencia y temor.
Tal vez por el estilo personal de gobernar del presidente López Obrador y por su currículum de activista, decidió administrar el conflicto entre sus colaboradores y aprovechar esas fisuras a su favor. Pero por algunos motivos algo lo desbordó; seguramente las crisis sanitaria, económica, laboral, institucional, educativa y la de inseguridad. Por lo que no fueron suficientes sus habilidades políticas y las fracturas se observaron cuando el presidente manejó los nombres de Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard como posibles candidatos de su partido a sucederlo. Dichas fracturas las originó el primer mandatario y ya son difíciles de remediar. Sobre todo, por estilo personal de gobernar, más su carácter confrontativo e incluso tosco por momentos. Esas fracturas también aparecieron en sexenios anteriores y por los mismos motivos sucesorios. La diferencia es que los presidentes en el pasado implícita y explícitamente manifestaron que el nombre del sucesor se daría a conocer después del quinto informe de gobierno, pero jamás a la mitad del trayecto.
Las fracturas en el equipo gubernamental también se aprecian en los cambios en el gabinete, ya que en tres años ha tenido tres titulares en Hacienda, el mismo número en la cartera de Bienestar y dos en las dependencias de Gobernación y de Seguridad Pública. Léase, secretarías de Estado altamente relevantes en el proyecto actual.
Además de lo anterior, se perciben fracturas entre el senador Ricardo Monreal y la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum que, aunque ante la prensa se saludan cordialmente, es claro que las rencillas del pasado siguen vigentes, pues ambas figuras aspiraban a gobernar la Ciudad de México. Son más que fisuras, pues el legislador sabe que su actitud conciliadora y moderada de apoyo al presidente López Obrador con grupos y partidos de oposición son vistos con desconfianza en el Palacio Nacional. Aún más, el hecho de que el exgobernador zacatecano haya dicho que su nombre aparecerá en la boleta de 2024 hace que las fracturas dentro del partido Morena sean una realidad.
Consecuentemente la rotura llegó. Se observa en el rompimiento entre Julio Scherer Ibarra y sus señalamientos en contra del Fiscal General Alejandro Gertz Manero y la exsecretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero. Es un asunto que va más allá de la situación coyuntural. Se trata de un problema estructural, pues después de la renuncia del exconsejero jurídico es cuando estalló la rotura. Que quede claro, el exsecretario de Hacienda de la actual gestión, Carlos Urzúa Macías, ha sido un editorialista crítico al manejo de la política económica, pero se ha cuidado bien de no encender la pradera en el equipo de colaboradores de su exjefe. Algo que sucede entre esas tres personas, por lo que el asunto tenderá a agravarse y podrían, en su caso, involucrar a más personajes de primer nivel.
Por lo arriba descrito, lo que vemos es una clara fotografía de lo que acontece en el seno del gobierno lopezobradorista y se aprecia que su gobierno raya en el quebrantamiento. No sostengo que es un gobierno quebrado. Mi argumento es que el remedio que ahora busca el presidente lo desea encontrar básicamente en el ámbito de la política mediante actos como la Revocación de Mandato, el impulso a la Reforma Electoral, el renacimiento del nacionalismo revolucionario en materia energética y el fortalecimiento del partido Morena en las elecciones de este año. Lo cual es de alguna manera plausible, pero tanta proclividad en el ámbito de la política puede costarle caro si no atiende el campo de lo económico que ya empieza a ser igual de prioritario debido a la inflación, la baja productividad y a la errática inversión extranjera directa.
Los expertos en Teoría de la Organización sostienen que el conflicto es inevitable, pero es administrable mediante la negociación. De ahí que recomiendan procesos que demandan planeación, aseo meticuloso, estrategias y dedicación. Sobre todo porque las emociones, los valores, las actitudes y los intereses pueden desencadenar quebrantamientos. En otras palabras, la conciliación debe ser una cualidad de la cabeza de la organización, más aún cuando estamos hablando de la vida pública institucional de una nación.
Tal vez las habilidades políticas del presidente logren remediar el diagnóstico en algunos temas, pues se observa que los daños están en parte del gabinete, en algunos estados de la República donde gobierna Morena y en la desconfianza social de las estrategias económica y de seguridad pública que cada día permea más en la sociedad. Son reconocidas sus peripecias de pícaro y hábil político, por lo cual, si acaso recurre a sus atribuciones de jefe de Estado, de gobierno y líder de su partido podrá arreglar algunos temas, pero difícilmente su administración quedará impoluta. Es cierto que ninguna gestión de Álvaro Obregón a la fecha ha superado aseadamente los obstáculos que han tenido que sortear. Pero aquí el tema es que precisamente el presidente López Obrador ha sido el engendrador de muchos de esos conflictos.
No todos los aprietos han sido de su autoría. Sabido es que en toda organización conviven intereses personales, grupales y camarillas que luchan por prebendas y canonjías. En este caso lo que está en juego y él lo sabe, es su proyecto transexenal, la institucionalización del Movimiento Morena en partido político y su deseo de pasar a la historia nacional por haber transformado pacíficamente al país. Lo cual significa que la conducción está en sus manos y solo en ellas. Él sabe que es el responsable y hasta el momento no ha sido capaz de administrar a su favor las fisuras, arreglar fracturas, componer las roturas y corre el riesgo de no atender a tiempo los posibles quebrantos.