¿Qué Transformación Propone la Cuarta Transformación?

*No Tiene Fondo y es Únicamente Coyuntural

*Lo Anunciado: Una Nueva Reforma Política

*Sin Cambios que Trasciendan el Sexenio

POR EZEQUIEL GAYTÁN

El documento más acabado en términos conceptuales acerca de la Cuarta Transformación lo he encontrado en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. La introducción es un referente de doce principios que, en buena medida, son los lemas de campaña del titular del poder Ejecutivo Federal y tres grandes capítulos referentes a “Política y gobierno”, “Política social” y “Economía”. Dicho documento es un manifiesto, como todos los planes anteriores, de buenos deseos, anhelos sociales y grandes líneas de acción con cargas ideológicas según sea el partido en el gobierno. En esencia, la actual administración es poco dada a profundizar acerca del fondo de su proyecto y sus consecuencias transformadoras. En otras palabras, no ha sido explícita en la pormenorización de los rumbos que proyecta de manera planeada en los cambios constitucionales, los nombramientos de los miembros del gabinete, la redefinición de lo que serán las áreas estratégicas y prioritarias de la economía, las relaciones con la sociedad civil y el sistema de partidos por citar algunos ejemplos. Lo que vemos son ocurrencias, improvisaciones y esfuerzos bien intencionados, pero desarticulados y poco alineados. 

Transformar es literalmente cambiar de forma, la cual puede ser interna y/o externa. Los cambios son, cuando se trata de algo profundo, atributos que trascienden lo transitorio y subsisten en lo permanente. Consecuentemente, cuando se habla de una transformación en un sistema político, hablamos de cambios de raíz. Es decir, forma y fondo. Veamos las tres transformaciones que ha vivido nuestro país. La primera alude a que pasamos de ser una colonia conceptualizada como Nueva España, a ser una nación independiente de la corona ibérica y adoptamos la forma de republica como sistema político y proyectamos la mexicanidad. La segunda fue también de fondo, ya que dejamos de ser un Estado teocrático sumiso al Vaticano y adoptamos el laicismo como forma de gobierno y la tercera se refiere a rechazar las indolencias de las dictaduras, al subrayar la no reelección y asumir como forma de gobierno un régimen democrático como lo estipulan los artículos 25, 39 y 40 constitucionales. 

Queda claro que hasta el momento la 4T no propone un cambio de régimen en lo jurídico, lo político, lo social o lo económico como aconteció en las anteriores transformaciones. Lo que se nos tiene anunciado como algo transformador es una reforma política de la cual sabemos poco. En sus discursos el presidente López Obrador ha dejado saber su intención de esfumar las diputaciones plurinominales, la desaparición del INE, sin precisar si las funciones las absorberá la Secretaría de Gobernación o si creará una institución diferente a fin de realizar los procesos electorales. Mencionó en repetidas ocasiones una reforma Administrativa, pero sólo ha consistido en fusionar algunas instituciones o extinguir otras, pero no ha focalizado un realineamiento de la Administración pública. Lo que ha hecho es ampliar el espectro de funciones de las fuerzas armadas, plantear una reforma energética e informarnos que adscribirá a la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.

Es cierto que creó el Banco del Bienestar y la figura de la Revocación de Mandato tal como lo estipuló en su Plan Nacional de Desarrollo, empero esas son implementaciones normales de un gobierno. Lo que ha hecho es lo que han realizado los gobiernos anteriores, pero nada que transforme la vida política, social, cultural y administrativa del país. Su gestión es una secuencia de conmutaciones procaces cuyo desparpajo se asemeja a un juego de azar destartalado, pues no se concentra en lo estratégico como la pérdida del poder adquisitivo, la baja productividad y la inseguridad que vive el país. Tampoco atiende lo prioritario como la infraestructura carretera nacional. De hecho, es un gobierno que vela por lo urgente y coyuntural en las conferencias mañaneras y, en su caso, cuando el asunto es serio pide que algún secretario de Estado hago uso de la palabra, lo cual es plausible. Consecuentemente los temas de coyuntura son los que dominan.

Ya estamos a poco más de la mitad del gobierno y nos damos cuenta de que la categoría “transformación” solo fue una expresión atractiva de campaña político electoral que dice mucho y a la vez es una oquedad. Algo semejante al lema de la campaña de Luis Echeverría con su pegajoso “arriba y adelante”. La conclusión ya adelantada es que no habrá cambios de fondo que trasciendan la vida sexenal. La gran oportunidad de impulsar la cultura cívica que armonice el consenso de los valores éticos de convivencia y armonía social vuelve a alejarse.  

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