Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Aquel viernes 28 de febrero de 2020, se registraba la primera muerte por coronavirus. Todavía los científicos no lo bautizaban como Covid-19. Por la mañana, en su conferencia, el presidente López acompañado por Hugo López-Gatell, decía:
“No es, repito, según la información que se tiene, algo terrible, fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”.
Nos anunció Hugo López-Gatell, que los fallecimientos serían entre 6 y 8 mil. Más tarde corrigió la cifra y la elevó 30 mil para, finalmente, declarar que 60 mil “sería una catástrofe”.
El pronóstico se cumplió: catástrofe aderezada de tragedia.
Dos años después, según las cifras oficiales, se registran 331 mil fallecimientos y 5 millones 502 mil 586 contagios, con corte al sábado 26. Los especialistas matemáticos afirman que esa cantidad debe multiplicarse por 3.8 veces. En 2020, los hospitales del sector salud- públicos- y los privados registraron saturación de pecientes. Los hornos de cremación en todo el país tuvieron la mayor demanda en toda su existencia. Las funerarias se vieron forzadas a tener ataúdes de cartón rígido. Las farmacias se declararon incapaces de surtir medicamentos, además de la pandemia, la escasez de fármacos se generalizó. Surgió nuevas empresas o las existentes aumentaron su capacidad de producción: cubrebocas, gel sanitizante, anteojos, guates de látex.
La economía se paralizó y desplomó en 2020 8.5 por ciento del PIB. Algo no visto en décadas. El empleo formal cayó 1.5 millones en plazas formales y cerca de 5 en informales; la pobreza se extendió y ahora hay 9.8 millones más en ese decil, según datos del Coneval con corte a diciembre de 2021. La educación lleva 2 años prácticamente de ser a distancia y la calidad de la misma es menos que fallida: deficiente. Más de un millón de micro y pequeñas empresas cerraron sus puertas ante la falta de apoyo gubernamental. Un elevado porcentaje de poseedores de tarjetas de crédito forman parte del universo del impago. Miles de propiedades: casas y departamentos en ciudades como la de México, se pusieron a la venta o en renta ante la crisis económica.
La pandemia provocó la reducción alarmante de la clase media-media y media-baja. En ambos casos por la política discriminatoria del gobierno federal que la calificó de estar formada por aspiracionistas y, por tanto, se loes negó todo tipo de apoyo.
Cuando el presidente dijo: “Vamos a salir fortalecidos, o sea, que nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”, hizo caso omiso del efecto letal que produjo el Covid-19. En el mundo se cuentan millones de fallecidos y triplicada la suma por los contagiados. Para el Jefe del Ejecutivo, apoyado por su vocero sanitario, México estaba preparado para hacerle frente al virus, hasta entonces desconocido y contra el que no había vacuna, sin entender que nadie, NADIE en el globo terráqueo contaba con las herramientas para frenar el avance de la infección.
A la fecha, se informa, se han recibido 202 millones 459 mil 735 total de dosis, de las cuales se han aplicado 179 millones 274 mil 307, que permiten a 85 millones 083 mil 649, y de esta cifra, solamente 78 millones 750 mil 047, 61,62% de la población tienen vacunación completa. El dato es oficial con corte al 23 de febrero.
Se ignora en dónde están los 23 millones de vacunas que, según los reportes, se adquirieron y aún no se aplican.
Son dos años de crisis sanitaria, económica, laboral, educativa, de seguridad. El pronóstico de recuperación del PIB es incierto para 2022 y, como dicen los expertos, México tendrá 4 años perdidos en materia de crecimiento.
Pero, en Palacio Nacional, nos dicen: “vamos requetebién”.
No hemos salido de la pandemia. Y lo que viene nadie se atreve a discernirlo con datos duros que preludien el regreso de la estabilidad económica de la que dependen todos los sectores para reencontrar el camino del progreso que la cuatroté se ha encargado de perder.
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