Las Revueltas de Silvestre
La Traumática Relación Entre los
Gobiernos de México y España
*El Antepasado y el Periplo de los Emigrados Republicanos, “los Rojos”
*Hubieron de Relacionarse con los Residentes de Antes: los Gachupines
*La Ruptura de España con el gobierno de Benito Juárez en Agosto de 1861
* Echeverría Rompió Relaciones Comerciales por Garrote vil Aplicado Guerrilleros
*López Portillo las Reanudó, pero no con la República, Sino con la Monarquía
*Hoy: que Ambas Partes Asuman Responsabilidad de los Particulares Inversores
SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Comenzamos con el país y la realidad más próxima a nuestra frontera. Los internacionalistas, historiadores y politólogos han analizado y descrito la relación México- Estados Unidos como conflictiva a lo largo de doscientos años, porque comenzó en 1824 presionando para comprar terrenos en el septentrión de la bisoña república, luego apoyó la separación de Texas, posteriormente invadió al país infringiéndole una derrota histórica en 1848. Continuó apretando por más territorios en los años de 1850 y 1860, sus tropas volvieron a invadir el país en los años de 1879, 1914 y a lo largo del siglo XX las presiones diplomáticas, comerciales, militares, policiacas y culturales han definido la dependencia existente entre ellos y nosotros; las coacciones de la diplomacia en tiempos de Covid hicieron que México ya no siguiera comprando vacunas rusas y chinas y las que ha recibido nuestro país provenientes de EEUU significan mayor control en la migración fronteriza, ralentizar la reforma energética y un largo etcétera. Aunado a todo lo anterior, la relación mexicano-americana es la de convivir con un país muy distinto al nuestro –a pesar de los millones de “hispanos” whatever that means-, es la de estar conscientes que EEUU ha sido y es una potencia hegemónica y que somos para ellos su patio trasero, donde pueden venir a fumar y hacer lo que les place en Playa de Carmen o en la península de Baja California, que no Baja. Ya lo sabemos y lo procesamos.
En cambio, la relación con España, lo español y su gente ha sido traumática desde antes de que México existiese. Debemos recordarle al estimado lector que fueron los criollos, o españoles americanos quienes desde el siglo XVII, pero especialmente en el siglo XVIII cuestionaron el dominio político peninsular, adentro del clero católico, de las ciencias y en el ámbito de la familia que ejercían las autoridades COLONIALES (SIC) O VIERREINALES en el reino de la Nueva España. Aquí, como en el virreinato del Río de la Plata, Nueva Granada y casi un siglo después (1898) en Cuba, fueron los criollos americanos quienes dirigieron los movimientos libertarios que terminaron materializándose en las repúblicas hispanoamericanas que hoy conocemos. Debemos otra vez recordarle al lector que fue la mismísima corona española la que decretó a mediados del siglo XVIII la expulsión de los jesuitas en todos los territorios de la monarquía hispánica; de pronto, hijos, tíos, sobrinos, padrinos que formaban parte de las familias novohispanas se vieron obligados a exiliarse allende el Atlántico. Ello lo hizo la monarquía, afectó a sus súbitos y produjo un muy importante resentimiento en contra de la península. A lo anterior, si le agregamos la fidelidad de los españoles peninsulares durante los procesos de guerras de independencia y los complots porque no se afianzara la emancipación, dieron la razón a que, ahora sí, en el caso mexicano los primeros dos gobiernos republicanos -Victoria y Guerrero- promulgasen sendas leyes de expulsión de españoles. A diferencia del caso jesuítico, los españoles que no soportaban a los mexicanos se fueron, los que tenían familias enteras de ciudadanos mexicanos migraron y regresaron, otros con dinero suficiente compraron su mexicanidad, aunque siempre se sintieron y pregonaron su origen español peninsular. Semejantes leyes de expulsión estuvieron presentes en el imaginario mexicano, fueron señaladas por diplomáticos y súbditos españoles radicados en la república, y han sido objeto de estudio por parte de historiadores que tratan el México decimonónico.
Concretamente, respecto a las relaciones diplomáticas hispano-mexicanas, éstas se establecieron cuando en 1836 España reconoció la independencia de México. Pero no fue un acto gracioso, el país y nuestros políticos aceptaron como propia una deuda que no era mexicana pues ella databa de los tiempos coloniales y de la guerra insurgente. Después España mandó barcos de guerra a las costas mexicanas en 1856/57, rompió con el gobierno de Benito Juárez en agosto de 1861, reconoció diplomáticamente al llamado Segundo Imperio Mexicano en 1864, el general Juan Prim negoció con Juárez el arreglo diplomático en 1871 y México a cambio, se comprometió en no apoyar los esfuerzos de los independentistas cubanos –craso error de dimensiones históricas. A causa de la Revolución Mexicana volvió a romper los nexos, se reestablecieron con el obregonismo y se rompieron de nueva cuenta cuando golpe militar del general Francisco Franco encendió la guerra civil ganándola de forma contundente. México reconoció al gobierno español republicano en el exilio -que era más bien un símbolo que una realidad; Echeverría declaró rotas las relaciones comerciales como resultado del ajusticiamiento por garrote vil (sin albur) de guerrilleros contrarios al régimen; López Portillo en un acto político rompió con la república y posteriormente se iniciaron los trámites para normalizar la relación con la monarquía española. Todo lo anterior es una síntesis apretadísima que deja fuera muchísimos detalles muy interesantes, como el respaldo de cónsules y diplomáticos españoles a prestamistas que tenían contratos con los gobiernos mexicanos que siempre estaban endeudados: reclamaciones de privados contra México que terminaron en convenciones diplomáticas y en el peor de los casos, en episodios de crisis militar.
Sin embargo, al lado de las traumáticas relaciones diplomáticas, en el aspecto humano las cosas fluían mucho mejor. Desde tiempos de Hernán Cortés hasta el día de hoy en pleno Covid, la migración española se ha contado por millones de seres. Muchos se dedicaron al comercio local y a las importaciones ultramarinas, otros a la enseñanza y muy señalados a la creación literaria en los siglos XIX y XXI; el renacer de la literatura mexicana decimonónica no se entiende sin sus contactos españoles. No tiene caso hablar de todo el periplo de los emigrados republicanos después de 1939, las asociaciones, clubes, escuelas y negocios que fundaron. Para que ello fuera realidad, éstos, “llamados rojos”, tuvieron que relacionarse con los residentes españoles de tiempo atrás, peyorativamente conocidos como gachupines. Y en las últimas décadas los intereses económicos españoles han recibido la bendición de los gobiernos neoliberales del país (ello no es una elucubración sino está en los informes oficiales mexicanos). El lector de diversos periódicos y revistas, que compara aquí y allá, ha constatado de por lo menos doce años atrás, que las ganancias de los bancos Santander y Bilbao Vizcaya en México sostienen al conjunto bancario de ambas instituciones incluidos sus números negros en la propia España. Una persona me decía que, a niveles directivos, se daban en México una vida de príncipes que era imposible que la tuvieran en la península. Ello no es un pecado, pero si se le rasca a los convenios que se hicieron en áreas como las carreteras, las energías eólicas, el gas y otras más, el común denominador es una opacidad que raya en la corrupción, la cual existe en ambos lados del Atlántico.
La multifacética e importante relación México-España merece que se aclaren las declaraciones del presidente López Obrador, que la monarquía española responda a las cartas del Presidente (“lo cortés no quita lo valiente”), que ambas partes asuman la responsabilidad de los particulares que invierten en ambos países, porque unos y otros gobiernos siempre supieron que no eran blancas palomas.
El intercambio humano-laboral, el de la sexualidad, de relaciones familiares, de los contactos culturales más allá de las esferas oficiales continuará, pero si prosigue el encono entre gobiernos se potencializara el trauma, la esquizofrenia que ha caracterizado la historia de las relaciones entre ambos países.