Por Silvestre Villegas Revueltas
La semana pasada Jesús Michel escribió en estas páginas de Misión Política una crónica de su experiencia en ese entonces como novel reportero y la forma en que el presidente Luis Echeverría llevaba a cabo sus interminables giras que lo mismo podían llevarlo a la sierra oaxaqueña que a la China comunista de Mao y del premier Shou. Asimismo por aquellos días diversos editorialistas de la prensa nacional rompieron lanzas para criticar el accionar del presidente respecto a los movimientos sociales de estudiantes, campesinos y demás oposición que no aceptaba las dádivas que como miel manaban desde Los Pinos; otros relataron las llamadas que Echeverría recibió en su cumpleaños número 100 por parte de sus contemporáneos en el gabinete o el Poder Legislativo, aunque un tanto más jóvenes, como el inefable Porfirio Muñoz Ledo o Augusto Gómez Villanueva que como indicaba un articulista: era joven cuando el Mar Muerto apenas estaba enfermo.
Por mi parte y siendo un ragazzo, de aquellos años me acuerdo de algunos episodios del echeverriato, como aquel informe presidencial donde de pronto el presidente anunció que México rompía sus relaciones comerciales con la España de Franco, ello debido al ajusticiamiento, por garrote vil, de una media docena de jóvenes que pertenecían a la ETA y otros grupos subversivos. En la casa de mis padres la ruptura fue motivo de regocijo porque mi abuelo había peleado del lado republicano en Valencia y porque para aquellos años el ser antifranquista vestía muy bien en el ambiente académico y literario mexicano. Años después cuando el gobierno de López Portillo primero rompió con el de la república (que estaba asilado en México) y entabló relaciones con la monarquía española hubo un pleito familiar porque mi padre, que era funcionario, decía que semejante paso era de realpolitik y porque muerto Franco, lo mejor era apoyar los intentos democratizadores que con muchas dificultades iba llevando a cabo, con trompicones, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Otro episodio, afortunadamente fallido, fue el intento de que ingresara a la compañía de baile regional que auspiciaba María Esther Zuno; definitivamente no era lo mío, además por aquellos años iba conociendo la música de rock y luego la música disco que definió a mis amigos de generación, siendo todos nosotros clientes asiduos de diversas discotecas. El último recuerdo de aquel tiempo y particularmente del presidente Echeverría fue cuando José Revueltas, que a inicios del sexenio había sido liberado de la prisión de Lecumberri, acompañó al presidente en la ceremonia luctuosa para depositar los restos de Silvestre Revueltas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy por la corrección política del lenguaje se llama, de las Personas Ilustres. Uno caminaba de prisa y el otro de manera cancina; José moriría meses después y el entierro fue como “el Rosario de Amozoc” siendo testigo presencial el secretario Victor Bravo Ahúja.
Quizá porque uno se va volviendo viejo pero aquellos años los recuerdo más vivibles que ahora, quizá porque no estaba en la esfera donde accionaba Lucio Cabañas y el movimiento de la guerrilla guerrerense, espléndidamente retratada por Carlos Montemayor en su texto Guerra en el paraíso, que debe ser leído después del libro de Luis Spota, Casi el paraíso, originalmente publicado en 1956. Al leer lo que sucedía por aquellos años debemos decir que México no era el paraíso, nunca lo ha sido, pero la violencia estaba focalizada en determinados temas, entre diversos individuos. En cambio lo que sí podemos afirmar es que al transitar por las carreteras de la república, o la visita que podía hacerse a pueblos y ciudades medianas, existía una razonable seguridad que era una realidad disfrutable; podemos afirmar que aquella era una cotidianeidad totalmente opuesta a la inseguridad que ha ido escalando desde tiempos de Miguel de la Madrid, y hoy genuinamente es el sufrimiento para transportistas, trabajadores que utilizan las “peseras” y particulares que pueden ser asaltados o asesinados igual en Polanco en que en San Omobono el Alto.
“¿Dónde y cuándo perdimos el camino?” dice la letra de una canción de la trova latinoamericana de protesta. Indudablemente la conocida docena trágica 1970-1982 en su irresponsable manejo de los asuntos económicos de la nación puso la cimiente de las cíclicas crisis sexenales como las llamó Miguel Basáñez en su muy puntual libro. Como también señalaron aquellos que trataron el echeverriato, el gobierno creó una serie de instituciones como el Conacyt que hasta el día de hoy perduran, a pesar del “doctor” que en aquel entonces no era ni licenciado Carlos Bazdresh o la actual doctora Álvarez Buylla Roces, nieta de don Wenceslao Roces, que tiene a buena parte de la comunidad científica en su contra, pero callan cuando les dan el nivel 3 del SNI. No es el momento para enumerar los temas que pudieran explicar las razones del marasmo que de décadas atrás se encuentra la república, salvo algunos fugaces momentos de bonanza pública. Pero ello es una característica del devenir latinoamericano: una enorme realidad gris con algunos destellos luminosos, que a pesar de ser fugaces pueden ser definitorios.