Por Jesús Michel Narváez
¿Se está muriendo?
Esa sería la explicación lógica para dejar un testamento.
Por lo menos es lo que hace una persona que sabe que el final está más cerca de lo esperado y el tiempo no alcanzará para cumplir las metas programadas.
Cuando se tienen propiedades o acciones en empresas y que están escrituradas a su nombre, el que recibió atención médica y escuchó el diagnóstico del tiempo que le queda de vida, acude al notario para tratar de dejar todo arreglado y no heredarle problemas a la familia o socios.
El presidente López acudió al Hospital Central Militar para hacerse un chequeo de rutina. Esa fue la versión que hizo circular el vocero presidencial. Horas más tarde, desde la Secretaría de Gobernación se daba a conocer que el Jefe del Ejecutivo dormiría en el nosocomio y que fue sujeto de un cateterismo.
Los presidentes en turno y algunos expresidentes por regla general son atendidos en el Hospital del Ejército. La razón es clara: ahí encontrarán la seguridad de que saldrán vivos o al menos con el diagnóstico más certero. Bueno, ese es el argumento para no atenderse en hospitales públicos y menos privados.
La noticia de que fue algo más que un examen de rutina provocó nerviosismo entre la clase política. A los ciudadanos poco les importó el tema.
Horas después de regresar a Palacio Nacional, el presidente de la República grabó un video en el que anunció estar bien y que sus médicos lo autorizaron a reanudar su trabajo con normalidad. Sus giras, la prioridad. Los reflectores del mitin lo hacen feliz.
En el video plató:
“… Quiero también decirles que yo tengo un ‘testamento político’. No puedo gobernar un país en un proceso de transformación, (no puedo actuar con responsabilidad), además con estos antecedentes del infarto, la hipertensión, mi trabajo que es intenso, sin tener en cuenta la posibilidad de una pérdida de mi vida… ¿Cómo queda el país? Tiene que garantizarse la gobernabilidad. Entonces tengo un testamento para eso, afortunadamente no va, creo yo, a necesitarse y vamos a seguir juntos, queriéndonos mucho”.
Es el cenit de la vanidad.
¿Cómo queda el país si la parca se presenta y hace su trabajo?
Es fácil encontrar la respuesta: destartalado… sí, así dejaría el país de fallecer antes de terminar su mandato y alguien lo sucede por designación del Congreso de la Unión.
Se advierte su desdén por las instituciones. Que un Presidente muera no genera el caos ni hace que la gobernabilidad se pierda. Para eso, justamente, están las instituciones que ha pretendido soterrar y, en algunos casos, casi lo consigue.
Si no hay gobernabilidad por su ausencia, será por el pleito entre los de Morena por sentarse en la Silla del Águila, no porque el pueblo se levante en armas o los gobernadores de oposición, muy pocos por cierto, o los llamados “poderes fácticos” vayan al asalto de político.
Además ¿qué dejará en su testamento? De suyo es INMORAL.
Quizá las ideas de una transformación que, por cierto, no son suyas. Son una amalgama de Juárez, Madero, Cárdenas y Echeverría que, a su vez, abrevaron de pensadores del pasado que se quieren revivir en el México del Siglo XXI.
Se reconoce su honestidad valiente al admitir sus infartos (dos) y ser hipertenso. Sin embargo, más parecería presentarse como un debilucho al que se le debe tener lástima y darle todo el apoyo para que él salga adelante, no el país.
El dato preocupante es no saber qué dejará en el testamente para que haya gobernabilidad.
¿Qué otros datos tiene para temer por la gobernabilidad? Seguramente para sus adentros dirá: sin mí, el país se desmorona.
¡Que sea para menos, ciudadano presidente?
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