Por Jesús Michel Narváez
Sin cartas abiertas, con la mesa rodeada de observadores, un público expectante de cómo jugará el dirigente, al que apoyan unos y detestan otros.
No es póker abierto. Se paga por ver. Y el juego está escondido. Nadie sabe bien a bien si el dirigente “echará su resto”, hará correr las fichas y dirá: corrida.
Sin embargo, el sexteto que está alrededor de la mesa, revisa sus cartas. Cinco las avientan. Uno se queda con ellas arriba. Las acomoda. Pareciera estar armando algo que mate la corrida. Tenía las cartas una sobre otra. Las había visto al recibirlas. ¿No recordaba lo que tenía en su mano?
Con la seguridad de matar la corrida, abre su juego…
El silencio en el salón permite escuchar el vuelo de la mosca. No estaba invitada, pero se coló. Como muchos de los asistentes. Querían estar, no mirar, en el juego.
El panorama no es alentador. Desde la llegada del dirigente armó su grupo de jugadores. Los trae de arriba abajo. Le encomienda trabajos ajenos al juego. Sus empleados no tienen reposo. Son altas sus responsabilidades. Un día con otro, tienen que escribir, pronunciar discursos, atender las peticiones formuladas los jugadores para redactar nuevas reglas y que dejen a todos satisfechos.
Tareas nada fáciles. Para unos, estar en el salón de cartas es la alegría; para otros, la tragedia. Perder todo en una mano, impulsa el suicidio político.
Lo anterior es el preámbulo de lo que vivirá el PRI, como partido, este día cuando se celebre una asamblea, la XXIII, que no tiene el respaldo de todos los militantes. Por el contrario, han despertado las corrientes críticas que reclaman participar en la toma de decisiones e incluso proponen establecer acciones de “parlamento abierto” en el que participen aquellos que puedan darle oxigeno al partido y fortalezcan la democracia.
No todo está perdido. Si Alejandro Moreno y su grupo escuchan y abren las puertas del juego político, es probable que haya un resurgimiento. Tienen la espada de Damocles sobre sus cabezas, porque de no conceder espacios a la sociedad, al ciudadano, al militante, al simpatizante, caerá irremediablemente.
Jugar a la política es más complicado que una partida de póker.
Los vientos no soplan favorablemente. E incluso hay anuncio de tormenta eléctrica acompañada de huracanes. Desde Palacio Nacional observan cómo se destrozan los tricolores. Todos contra todos. Y presuntamente no meten las manos en problemas internos del partido. Hay voces que afirman lo contrario que Moreno Cárdenas ya cedió ante las presiones del huésped temporal del virreinal inmueble.
La crisis por la que atraviesa el PRI no es solo de pérdida de confianza del ciudadano. Es la falta de estrategia electoral, de armar una oferta que convenza al ciudadano. De establecer la cercanía para obtener algo, no mucha, de la confianza arrojada a las atarjeas.
Las posiciones de quienes mandan ahora y los que reclaman participar, son diametralmente opuestas. Uso quieren que el PRI intente la refundación y otros, los que dirigen, quieren más de lo mismo.
Moreno Cárdenas tiene el control legal del partido. Pero legalidad no concede legitimidad.
¿Cómo resolver la encrucijada?
Solo hay un camino: buscar la necesaria, urgente, unidad. Sin gobernadores -ya solo tiene 4-con las raquíticas bancadas en el Senado -hoy es la menor en su historia- y la Cámara de Diputados y con el compromiso firmado para legislar en bloque aliado al PAN y el PRD, la división interna satisfará los malsanos deseos del autócrata.
Hoy sabremos qué futuro espera al que durante 71 años fue el PARTIDO DE ESTADO.
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