Por Fede Bonasso
Me divierte pensar qué hubiera pasado con una mañanera en tiempos de Salinas de Gortari. ¿Se imaginan el intercambio entre los periodistas y el padrino? El rostro de Salinas al ser interrumpido, por ejemplo. Y el destino posterior del interrumpidor. Los gestos de Salinas siendo increpado; permitiendo el uso de semejante tribuna por comunidades perdidas. Recibiendo denuncias sobre la corrupción o la ineficiencia de su programa Solidaridad. Con Denisse Dresser preguntándole: “¿Nos garantiza aquí a todos, de cara a la sociedad, que no mandará a matar o a encarcelar a ningún rival político, Señor presidente?” Me imagino lo que hubiera sucedido con aquel pequeño y rígido bigote de Salinas ante la libertad de expresión de valientes periodistas.
Por supuesto, ninguna de estas situaciones habría ocurrido, y menos frente a las cámaras de televisión. Seguro que Salinas o Zedillo, entrenados demagogos, jamás le hubieran dicho “yo tengo otros datos” a Jorge Ramos. Jorge Ramos habría pasado antes a un cubículo, donde un amable funcionario de Gobernación le habría explicado en clave, con una buena dosis de cantinfleo mafioso, cómo funciona el periodismo ante el emperador. Después de preguntarle al periodista por sus seres queridos (con lujo de detalles), le habría pasado una lista de palabras “inadecuadas”, con el vocablo “datos” hasta arriba.
Esos códigos han ido cambiando por suerte. La lucha de la sociedad por la libertad de expresión ha dado sus frutos. Aunque Calderón y Peña Nieto representaron un nuevo retroceso. Los montajes televisivos de ambos y la guerra sucia que permitió el IFE en un orgasmo de autonomía, fueron una violación al derecho a la información.
El presidente que más ha contribuido, sin duda, a desacralizar la imagen del ejecutivo y a televisar el derecho a la discrepancia con el poder político, ha sido López Obrador.
Cuánta gente detesta que el presidente destape las cañerías de la Historia reciente en las mañaneras. Lo que para algunos resulta un ejercicio saludable de memoria, para otros es un acto satánico. Horror que el presidente revele el prontuario de los funcionarios públicos que hasta hace muy poco se comían el pastel del Estado. ¿Hace López Obrador un uso político de ese escarnio? Desde luego. Y el porcentaje de denuncia sustentada es tan alto, que su contribución a la auto consciencia de esta sociedad resulta admirable.
En las mañaneras practica el presidente un deporte que no es muy valorado por la gente aversa al espejo. Más que los defectos propios del ejecutivo, que se acumulan a lo largo de tantas conferencias, lo que detestan en realidad muchas personas es la cantidad de denuncia informada que allí aparece sobre lo que somos como sociedad. Es que la gente tiene otros datos sobre sí misma. Tanto, que practica obscenamente el juego del chivo expiatorio, que no es sino la muestra más radical de la aversión al espejo. El espejo donde vemos reflejada la hipocresía, el conservadurismo, la capacidad de tolerar la desgracia de otros conciudadanos.
Tampoco les gusta que el presidente recuerde la farsa que ha sido, en tantos aspectos, la transición. Que señale un hecho tan molesto como evidente: la alternancia no erradicó la corrupción, el contubernio entre funcionarios públicos e intereses privados, el asalto al erario, el peculado.
¿Cómo se le ocurre al presidente decirnos todo esto, y además decirnos que hubo una prensa que solapaba y ocultaba estas prácticas, ayudando a construir un relato que hoy es ya mitología barata, destrozada por la evidencia?
¿Y dónde quedó el cuentito? Los que manejan una capacidad de espanto selectivo, denuncian las inconsistencias de la narrativa de la 4T no por amor al rigor lógico, sino por amor a la narrativa anterior. De esa manera siguen atorados en conceptos alejados de la realidad y las circunstancias. Como si la democracia mexicana, por poner un ejemplo, tuviera que ser un asunto técnico resuelto en las elecciones, y no la apuesta por una república en serio. No hay república ni democracia maduras si seguimos tapando los espejos.
Fede Bonasso es músico y escritor. Su último disco es La Subversión. Su novela más reciente es Diario negro de Buenos Aires.