Por Silvestre Villegas Revueltas*
Cuando salga el presente texto, en una parte importante de la república mexicana y en ella sus habitantes, estarán preparando los diversos rituales con los que muchos de nosotros celebramos, recordamos, homenajeamos o simplemente lo vemos como una expresión cultural, todo aquello relativo a las fiestas de difuntos.
Como marco general debemos recordarles a los estimados lectores una verdad de Perogrullo: antes de que el hombre fuera homo sapiens muchos homínidos ya tenían diversas formas de honrar y recordar a sus muertos. En aquellos tiempos prehistóricos y en especial en Francia, el hombre moderno encontró, estudió y pueden visitarse, diversas tumbas que en forma de galería y estructuradas con enormes piedras daban entrada a lo que al final del pasillo era la cámara mortuoria del personaje a quien estaba dedicado. Ya en los tiempos de las grandes culturas, los egipcios se llevaron las palmas porque durante varios milenios crearon todo un mundo alrededor de la muerte, parafernalia que iba desde las enormes pirámides y espléndidas tumbas que hoy se visitan en el Valle de los Reyes hasta literatura, estatuaria y medicina entre otros saberes relativos a la preparación para el viaje hacia el más allá. En Mesoamérica el único gobernante que tiene pirámide de dimensiones egipcias es Pakal en las ruinas de Palenque, Chiapas, el escritor Erich von Daniken lo interpretó como viajero intergalático y allá tiene sus querencias el presidente López Obrador. ¡Quién sabe por qué será!
Ya bajo el tiempo de la cultura occidental uno puede visitar cualquier catedral románica o gótica en Europa, por ejemplo, en Sevilla, Westminster o Pavía y el interior de tales recintos resulta un cementerio de obispos, reyes, reinas, príncipes de todo tipo amén de científicos, literatos y demás intelectuales como sucede en la abadía londinense arriba mencionada. Las tumbas pueden ser suntuosas como la de los pontífices en San Pedro y la de Pío IX en la basílica de Letrán, sin olvidarnos de aquellas tumbas que se encuentran al interior de los castillos europeos como El Escorial en España, que tiene su popularmente conocido “Pudridero” donde están los catafalcos de muchos reyes españoles y todavía quedan algunos espacios. No muchos. En este sentido los mal pensados señalan que la monarquía española tiene su tiempo contado. ¡¡Jesús de Vera Cruz exclamaría el voxista Santiago Abascal!!
Pero volvamos a México. Indudablemente el mundo Mesoamericano como cualquier otra cultura del mundo antiguo puso especial atención a lo relativo con la muerte, el más allá y el accionar de los dioses. Sí en plural. Había distintas formas de morir, a los que les llegaba por asuntos de guerras entre pueblos, las que fallecían en las labores de parto, los que eran sacrificados en homenaje a una determinada deidad, los que morían ahogados e iban a dar al Tlalocan, y finalmente los que morían porque se acababa su vida. En todos los casos fueron recordados en crónicas, algunos en tumbas especiales, los más cercanos en los recuerdos íntimos y en las ceremonias adentro de las casas particulares. La gran pregunta de la humanidad ¿a dónde van los muertos? ¿hay existencia después de la vida terrena? Como los hindúes ¿puede uno reencarnar en otro ser humano, animal o vegetal? Y ello me recuerda una película coreana donde casi inmediatamente de haber muerto el padre de familia, uno de los hijos descubre una cucaracha cerca de altar, decide aplastarla, pero la madre se lo impide porque, ¿qué tal si es la reencarnación del marido?
En la Nueva España y bajo el cristianismo impuesto bajo la forma excluyente del catolicismo romano, la muerte fue representada en cuadros como los famosos retratos de las monjas coronadas, en los atrios de las iglesias donde se enterraban a los principales de ciudades y pueblos. El sincretismo religioso de una sociedad que fue mestizándose a pasos agigantados produjo toda una parafernalia y costumbres, que transitó desde la ortodoxia en ofrecer misas para recordar a los difuntos hasta expresiones que rayan en la idolatría como la de lavar los huesos de los muertos y cosas parecidas. Lo que hoy conocemos como Día de Muertos son expresiones religioso/culturales del centro de la república, y de aquellas localidades donde la presencia indígena es muy fuerte. Sin embargo, en la actualidad la recordación de muertos, en muy diferentes formas para los días 1° y 2 de noviembre, se ha ampliado a muchas regiones y localidades donde no se celebraba. Es más, de unos treinta años atrás, paulatinamente la sociedad mexicana y los diversos gobiernos del país se dedicaron en promover el Día de Muertos como una fiesta digna de ser conocida en el extranjero; el 007 ya tuvo su bautizo de muertos aquí en la Ciudad de México, la compañía Pixar ya produjo su película de caricaturas sobre los muertos en México, y hasta la plataforma Netflix retrata en la serie “The Principal” que la hija adoptiva de una coreana prepara su intervención escolar acerca del Día de Muertos, porque ella es de origen mexicano. En fin, desde los músicos panteoneros que trabajan en esta festividad como los floricultores que cultivan la flor de cempasúchil y la flor de terciopelo, amén de los panaderos de Tochimilco, Puebla, que elaboran los altares con figuras de pan, les deseamos desde estas páginas una buena temporada en la venta de sus productos.