La OCDE mejoró sus expectativas de crecimiento económico para este año y para 2022 de la eurozona y de los grandes países latinoamericanos, mientras que se muestra algo menos optimista que a finales de mayo sobre Estados Unidos y algunos grandes emergentes como India o Indonesia.
En su informe intermedio de Perspectivas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que, después del golpe de 3.4 por ciento del pasado año por la pandemia de COVID-19, la economía mundial progresará 5.7 por ciento en 2021 y 4.5 por ciento en 2022.
Eso significa una décima menos de lo que había anticipado en mayo para 2021 y una décima más para el año siguiente, pero lo más significativo son las modificaciones en el ritmo de recuperación de las principales potencias económicas del G20.
Destaca en primer lugar la mejora de las cifras para la eurozona, para la que ahora se espera una subida del PIB de 5.3 por ciento este año (un punto más que en mayo) y 4.6 por ciento en 2022 (dos décimas más), lo que se explica sobre todo por las revisiones al alza de Francia y España.
Algo similar ocurre con los estados latinoamericanos del G20, para los que la recuperación será netamente más intensa que lo estimado hace casi cuatro meses.
Si se cumplen las actuales previsiones, el aumento de la producción será de 6.3 por ciento este año en México (en lugar de 5 por ciento) y de 3.4 por ciento el próximo (frente a 3.2 por ciento); de 5.2 por ciento en Brasil en 2021 (en lugar de 3.7 por ciento) y de 2.3 por ciento en 2022 (en lugar de 2.5 por ciento); de 7.6 por ciento en Argentina este año (frente a 6.1 por ciento) y de 1.9 por ciento el que viene (en lugar de 1.8 por ciento).
Estados Unidos, sin embargo, ve sus cifras modificadas a la baja, aunque mantendrá uno de los crecimientos más elevados del G20, con un alza de la actividad de 6 por ciento en 2021 (nueve décimas menos que en el estudio precedente) y de 3.9 por ciento en 2022 (tres décimas menos).
Una de las principales razones de la decepción de las expectativas es la pérdida de ritmo de vacunación, que empezó muy fuerte allí pero se ha visto sobrepasado por buena parte de los países europeos.
El Producto Interno Bruto (PIB) mundial ya ha superado el nivel anterior a la crisis, pero hasta mediados de 2021 se había perdido alrededor de 3.5 por ciento si se compara con las proyecciones que se habían elaborado antes de que se hicieran sentir los efectos del coronavirus a comienzos de 2020.
Los autores del estudio no se muestran alarmistas sobre las presiones inflacionistas de los últimos meses porque, aunque las anticipaciones son más altas para este año, se mantienen generalmente a un nivel moderado, si se excluye el caso de Estados Unidos.
Calculan que en el conjunto del G20 la inflación interanual tocará techo a finales de 2021, con 4.5 por ciento, y se ralentizará a continuación para situarse en torno a 3.5 por ciento un año después.
La OCDE vuelve a insistir en que los gobiernos deben utilizar todos los medios a su alcance para avanzar en la vacunación lo más rápido posible y en todo el mundo para salvar vidas y mantener a raya el coronavirus, porque la recuperación económica “seguirá siendo precaria e incierta” mientras no se consiga.
A su parecer, hace falta más esfuerzos para que los países pobres puedan inmunizar a sus poblaciones “para su propio beneficio y para el beneficio mundial”.
De hecho, el principal riesgo a la baja que pesa sobre sus previsiones es que una vacunación insuficiente o una falta de efectividad de las vacunas actuales impida controlar nuevos brotes epidémicos con variantes más contagiosas.
Eso exigiría imponer de nuevo medidas restrictivas que supondrían un golpe a la confianza del sector privado y en ese caso el ascenso del PIB en 2022 se quedaría por debajo de 3 por ciento.
La organización estima que los bancos centrales deben mantener una política monetaria como la que ha permitido atravesar la crisis sin graves contratiempos financieros, pero al mismo tiempo dar pistas sobre a partir de qué nivel de inflación subirán los tipos de interés.
En cuanto a las políticas fiscales y presupuestarias, la recomendación clave es la flexibilidad para adaptarse al estado de la economía. Eso significa en primer lugar que hay que conservar los paquetes de ayuda pública mientras las perspectivas sigan envueltas de incertidumbre.