Fin de la guerra de Afganistán; Joe Biden cumplió con su promesa de campaña

En la primavera de 2012, tuve la oportunidad de conocer en la Universidad de Georgetown al entonces vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en una reunión con un pequeño grupo de estudiantes a la que asistió como invitado especial. Fue generoso con su tiempo, y aún recuerdo su certeza y candor al tocar temas ligados con Afganistán.

Su interés en el país es tan profundo, que, según se ha reportado ampliamente, suele llevar consigo una tarjeta reflejando las estadísticas de estadounidenses fallecidos en Afganistán e Irak.

Ha pasado casi una década desde aquel encuentro. Con la misma claridad con la que apoyó desde el Congreso estadounidense la intervención armada que formó parte de la estrategia contraterrorista liderada por el entonces presidente republicano, George W. Bush, el actual presidente decidió terminar con la que se conoce como la “guerra más larga de Estados Unidos”.

Biden ha sido muy claro, incluso como candidato presidencial, sobre su intención de retirar a las tropas estadounidenses de Afganistán.

Por ello, no resulta sorprendente que el 14 de abril pasado haya anunciado su decisión de cumplir con el Acuerdo de Doha, negociado y firmado por la administración de su predecesor republicano con el Talibán en febrero de 2020.

Aunque en aquella ocasión expresó que iniciaría la retirada de tropas el 1 de mayo y se comprometió a terminar el proceso antes de la vigésima conmemoración de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la realidad es que su pronunciamiento del 14 de agosto sorprendió no solo a países aliados, sino también a gran parte de la maquinaria gubernamental y burocracia estadounidenses.

Al interior del gobierno se estimaba que la retirada del grueso de las tropas, diplomáticos, periodistas, y afganos considerados como “aliados”, comenzaría apenas en septiembre, por lo que el adelanto de la línea de tiempo desencadenó el uso de todo tipo de canales extraoficiales para cumplir con el objetivo de evacuarlos del país a más tardar el 31 de agosto.

Desde entonces, he observado con admiración el compromiso y la entrega demostrados por el cuerpo diplomático y burocracia estadounidenses para asegurar la salida de miles de personas en una carrera contra el reloj definida por un contexto de gran volatilidad en Afganistán, particularmente en el área del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai.

Escribo estas líneas al mismo tiempo que la última aeronave estadounidense despega transportando al embajador estadounidense Ross Wilson y al general Chris Donahue.

Con su partida y de la mano del anuncio oficial emitido por el Secretario de Estado, Anthony Blinken, se termina la misión diplomática en el territorio afgano y la evacuación de alrededor de 122 mil personas.

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