Por Ciria Weyman
“El golpe de estado no es un hecho puntual, sino una secuencia de acciones. Hasta ahora los gobiernos eran títeres de los grupos económicos, pero hoy esto no sucede y nuestras decisiones sientan muy mal a quienes se sienten poderosos e intocables. Un pequeño grupo de oligarcas está detrás del golpe y quiere apoderarse del país.” Jovenel Moïse
Hace más de 200 años, Haití logró hacer historia al convertirse en la primera nación de América Latina en lograr su independencia. Orgullosamente, se trata de la república negra más antigua del mundo. Pero es también una nación de fuertes contrastes. Del continente, es el estado más pobre y del mundo es el segundo país más desigual solo por detrás de Sudáfrica.
La ocupación por parte de EE. UU en 1915 desató una ola de revueltas y golpes de estado que posteriormente con la llegada al poder del dictador François Duvalier se impondría en forma a uno de los regímenes más corruptos y que causaría casi tres décadas de desfalcos. Por si fuera poco, a Haití le habría tomado 122 años pagarle a Francia una multa multimillonaria para obtener una independencia que nunca se consolidó; solo transmutó de dueño.
Según datos del Banco Mundial, el 20 por ciento de los haitianos más ricos poseen el 64 por ciento de los ingresos del país, mientras que el 20 por ciento más pobre tiene menos del 1 por ciento. Su historia le asume como un lugar de corrupción, explotación, violencia, esclavitud y deuda, que ha transitado entre dictaduras y leves cambios democráticos, mismos que lo han sumergido en una grave crisis política que parece exacerbarse con el asesinato del presidente Jovenel Moïse.
El magnicidio se produjo a menos de 3 meses de las elecciones presidenciales y legislativas convocadas para el próximo 26 de septiembre, misma fecha en la que Jovenel tenía previsto llevar a cabo un referéndum para renovar la constitución. Sus detractores, sobre todo de izquierda no estaban muy contentos. Moïse había asumido la presidencia en 2017. Su juramentación se llevó a cabo en medio de controversias sobre la legitimidad de su triunfo, por el supuesto fraude cometido durante los comicios electorales.
Moïse veía venir un golpe de estado con la intención de asesinarlo. Se había ganado enemigos poderosos, las familias adineradas son las que controlan negocios como la telefonía, la energía o la banca en Haití, mientras que la sociedad se consume por la violencia entre pandillas y grupos armados que buscan el control de los barrios más pobres de Puerto Príncipe. El mandatario y empresario bananero, había señalado públicamente que los Gobiernos eran títeres de estos grupos económicos
Al igual que los presidentes de Burundi y Tanzania, se oponía a la entrada de vacunas COVID-19, rechazando un lote de la farmacéutica Aztra Zeneca de parte de la OMS alegando los efectos contraproducentes de la vacuna. Moïse según la prensa rusa, investigaba el vínculo entre Bill Gates y la patente de la vacuna. Además de que en 2018 expulsó al movimiento mundial OXFAM (Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre) por encontrar que altos directivos organizaban depravadas fiestas con niños haitianos.
Ordenó también la salida de miembros de MINUSMA creada por la ONU que con el pretexto de preservar la paz se instaló durante 13 años. Además de que soldados de origen paquistaní y uruguayos pertenecientes a los cascos azules fueron sentenciados por cargos de abuso infantil.
Por ejemplo, del 99 por ciento de ayuda humanitaria que llegó por el terremoto, solo el 1 por ciento fue administrada y de esto acuso a la Fundación Clinton, que según las investigaciones del periodista Jonathan M. Katz es obsceno el poder de Bill y Hillary en Haití.
Sin duda, el desorden provocado tiene muchos intereses involucrados, y el operativo que terminó con la muerte del presidente haitiano estuvo estratégicamente planeado y organizado. Es evidente que la libertad en este país está amenazada y la estabilización no parece algo cercano. Y lo que menos necesita Haití es otra ocupación extranjera que termine de ponerlo de rodillas.
