Por Jesús Michel Narváez
Hace 5 décadas, Roberto Bolaños, un guionista de programas “cómicos” en los que la parte estelar era el pastelazo, se independizó, creó personajes inolvidables y pasó a la historia por frases que no se olvidan. Verbi gratia: Como digo una cosa digo otra tengo o no tengo razón… la expresaba con singular gracia María Expropiación Petronila Lascuráin y Torquemada de Botija, mejor conocida como la Chimoltrufia.
Chespirito dejó huella. Aquella del Chapulín Colorado: ¿Y ahora quién nos salvará? O la del Chavo del 8 con “enorme contenido político”: Fue sin querer queriendo.
Ahora sirven los ejemplos para abordar el tema serio: la reculada presidencial en cuanto a la obligatoriedad de regresar a clases “llueva, truene o relampaguee”.
Horas antes de ir a Badiraguato -¿qué bellezas habrá para ir con inigualable alegría?- y en uso del micrófono oficial instalado en el Salón Tesorería, exclamó al referirse al retorno a clases de manera presencial : “Y yo voy a dar este debate y no me importa que la mayoría esté pensando en no regresar…” y en su monólogo matutino realizado en Culiacán, reculó: no obligaré a que padres de familia envíen a sus hijos a la escuela para el regreso a clases presenciales a finales de agosto. “Si no quieren mandarlos, no los manden a la escuela”.
¿Punto final?
De ninguna manera. Sin embargo, parecería haber entendido que no puede ordenar lo que los padres hagan con sus hijos cuando la tercera ola del Covid-19 está imparable. (Las cifras de contagios es alarmante y cuando menos 113 hospitales reconvertidos para atender a los pacientes, están a punto de saturación, según datos oficiales de la Secretaría de salud).
En este caso, reculó.
No en el de haber ordenado la liberación de Ovidio Guzmán.
Sin vergüenza alguna, expresó que tiene la conciencia tranquila por actuar como lo hizo.
El presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que tiene la conciencia tranquila con respecto a su decisión de liberar en octubre de 2019 a Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, tras un operativo fallido en el estado de Sinaloa.
“Nos criticaron también mucho cuando se dio la orden de dejar en libertad al hijo de Guzmán Loera aquí en Culiacán, yo tomé la decisión… Cuando pedí el informe de lo que podía haber sucedido, iban a perder la vida más de 200 inocentes, según la estimación que se hizo en ese momento, y dije no”, puntualizó.
¿Quién le dio el informe? Hay que recordar que el presidente estaba de gira en Oaxaca y, formalmente se informó, que no había comunicación porque el teléfono satelital no funcionaba debido a una avería en la antena receptora. Durante horas de la tarde de aquel 17 de octubre de 2019, el gabinete de seguridad -completo- y encabezado por Alfonso Durazo meditó que acción tomar, luego de que Guzmán fuera detenido en un restaurante ubicado justamente en Culiacán y como respuesta unos 200 sicarios salieron a las calles, enfrentaron al ejército con armas de calibre .50 y provocaron el pánico de la población.
La decisión, se confirmó de manera oficial, fue la de liberar al criminal.
No se crea que se pensó en los civiles que podrían haber fallecido como “daño colateral”. No. La verdadera razón fue que los militares estaban superados en número y armamento. No había para dónde hacerse. Quizá los propios soldados habrían caído en el cumplimiento de su deber y el líder del Cártel de Sinaloa de todas formas habría escapado.
¿Puede tener la conciencia tranquila, señor Presidente?
Quizá sí. Un abono a la presunta deuda contraída con el grupo criminal, según se dice en Sinaloa.
Ante esa afirmación, surge la interrogante: ¿También tiene la conciencia tranquila con el número de muertos por la pandemia, de pacientes que interrumpieron sus tratamientos por no contar con fármacos y de paso saber que mil 800 niños con cáncer no conocieron lo que es ser adolescentes?
Seguramente duerme a “pierna suelta” y nada le quita ser abrazado por Morfeo.
¡Vaya Presidente Reculón!
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