Por Jesús Michel Narváez
En política hay dos tiempos irrefutables, en casos de elecciones, sean para alcaldes, diputados y senadores. En las presidenciales, las manecillas se mueven para unos hacia delante y para otros hacia atrás.
Quienes aspiran al cargo miran cómo el tiempo transcurre con pasmosa lentitud; para los que se tienen que ir, las manecillas se convierten en ventiladores de velocidad.
Aplica el dicho: el que espera desespera. Y el otro: no por levantarse primero amanece más temprano.
A quienes suponen formar parte de la llamada clases política y están empeñados en ascender de cargo, verbi gratia: un subsecretario quiere ser secretario, un diputado anhela el Senado, un senador quiere una gubernatura y en ocasiones buscan un ayuntamiento importante para, de ahí, brincar a la candidatura que lo lleve a dirigir los destinos de su entidad.
Los secretarios de Estado han sido considerados, desde hace décadas, como cardenales. Quizá copiando el proceso de elección de los Papas. Siempre es un purpurado y son sus pares los que votan, aunque no se crea, democráticamente.
Los cardenales de la política no visten sotana ni solideo. Se ajuarean con trajes de marca o hechos a la medida. Gustan de exhibirse, de estar bajo los reflectores, de hacer declaraciones impactantes, de hablar cómo realizan su trabajo bajo la guía del “señor presidente”. Y cada decisión que toman tiene un fin: sumar puntos para cuando el ciudadano que define la sucesión -uno solo- se fije en aquel que le “cumplió”.
No siempre se cumple el protocolo no escrito y en ocasiones las sorpresas son mayúsculas y producen la irritación del que suponía sería el consentido del director de la orquesta sinfónica.
Ahora, con motivo de la tragedia del metro ocurrida el 3 de mayo pasado, un personaje también se descarriló, aunque ahora busque el apoyo de las grúas que lo regresen a las vías para seguir circulando hacia el año 2024.
Marcelo Ebrard es, sin duda, el damnificado mayor por el colapso.
Conociendo cómo se mueve el reloj de la política, trata de encontrar la ruta más directa que lo lleve a la Silla del Águila.
Su declaración llama la atención: el 24 está muy lejos, no es lo de hoy.
“Yo me estoy concentrando en mi trabajo. Para mí, ese tema es un tema que está muy lejos todavía y habrá que ver qué sucede. No me anima o no es lo que guía mis tareas”.
Poco o nada creíble.
Concediendo sin aceptar que la realidad es como la pinta, estaría cediendo el espacio y mostrando que las agallas no lo acompañan. Porque a diferencia del pasado, cuando Fidel Velázquez acuñó aquello de que “el que se mueve no sale en la foto”, ahora hay que moverse para que la imagen salga en las redes sociales, en la televisión, en los diarios, revistas y en los portales.
Negarse a sí mismo la posibilidad de tomar el ritmo del reloj político, es abandonar el anhelo que siempre ha tenido, aunque ahora lo niegue: ser el Presidente de México.
Quizá cuando respondió la pregunta le vino a la mente la oración de los priístas que anhelaban la candidatura: “el que no se subió al tren de la revolución en su oportunidad, nunca tendrá otra”. Todo porque hace 3 años y meses estuvo a punto de subirse -y no al metro- y no lo alcanzó. Se subió su jefe actual.
Ebrard ve lejano el 24. López lo ve muy cercano.
Efectos del reloj de la política.
E-mail: jesusmichel11@hotmail.com, Twitter: @misionpolitica, Facebook: Jesús Michel y en Misión, Periodismo sin Regaños lunes, miércoles y viernes de 11 a 12 horas por ABC-Radio en el 760 de AM.